Ortega y Gasset, además de un hito en la filosofía del siglo XX, fue un eminente emprendedor cultural. Hijo y nieto de empresarios periodísticos, desde muy joven hizo sus propias emprendedurías intelectuales, que culminaron en el gran diario El Sol (1917) y la magnífica Revista de Occidente (1923).
Su proyecto más personal, sin embargo, sería la revista El Espectador, escrita íntegramente por él. Proyecto intermitente, debido a sus muchas ocupaciones, que se publicó en ocho tomos, entre 1916 y 1934.
Fue en el primer tomo de El Espectador donde publica su “Tierras de Castilla. Notas de andar y ver”, donde comienza con un pensamiento que hago mío:
“Por tierras de Sigüenza y Berlanga de Duero, en días de agosto alanceados por el sol, he hecho yo ‒Rubín de Cendoya, místico español‒ un viaje sentimental sobre una mula torda de altas orejas inquietas. Son las tierras que El Cid cabalgó. Son, además, las tierras donde se suscitó el primer poeta castellano, el autor del poema llamado Mío Cid.
No se crea por esto que soy de temperamento conservador y tradicionalista. Soy un hombre que ama verdaderamente el pasado. Los tradicionalistas, en cambio, no le aman: quieren que no sea pasado, sino presente. Amar el pasado es congratularme de que efectivamente haya pasado, y de que las cosas, perdiendo esa rudeza con que al hallarse presente arañan nuestros ojos, nuestros oídos y nuestras manos, asciendan a la vida más pura y esencial que llevan en la reminiscencia.
El valor que damos a muchas de las realidades presentes no lo merecen éstas por sí mismas; si nos ocupamos de ellas es porque existen, porque están ahí. Delante de nosotros, ofendiéndonos o sirviéndonos. Su existencia, no ellas, tiene valor. Por el contrario, de lo que ha sido nos interesa su calidad íntima y propia. De modo que las cosas, al penetrar en el ámbito de lo pretérito, quedan despojadas de toda adherencia utilitaria, de toda jerarquía fundada en los servicios que como existentes nos prestaron, y así, en puras carnes, es cuando comienzan a vivir de su vigor esencial.
Por esto es conveniente volver de cuando en cuando una larga mirada hacia la profunda alameda del pasado: en ella aprendemos los verdaderos valores, no en el mercado del día”.
Escrito, originalmente, en 1911.
En la imagen, mi propio viaje a Berlanga de Duero, en otro alanceado día de agosto. Amanecí en las inmediaciones de la ermita templaria de San Bartolomé (Ucero), visité la ermita mozárabe de San Baudelio, y terminé en la Colegiata de Santa María del Mercado (que destaca, poderosa, en el horizonte del caserío berlangiano de la fotografía), mandada construir por una de las viragos poderosas de la España renacentista, María de Tovar que, como todas las de su estirpe, adornó una capilla especial para conmemorar a Santa Ana Triple, la genealogía femenina de Cristo. Soy una mujer que ama verdaderamente su pasado. El pasado que encuentra a cada paso, recorriendo viejas tierras peninsulares.
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