En un artículo, cité de memoria el siguiente pasaje de la novela El mago (The Magus, 1965), de John Fowles: “Un coleccionista de arte francés vive en su castillo rodeado de cuadros valiosísimos que ha reunido a lo largo de toda su vida. En un pequeño pueblo del cinturón del maíz de Estados Unidos, conocido por su religiosidad puritana, un granjero ruega todas las noches a Jesucristo que llegue el día del Juicio Final. Una noche el castillo del millonario francés arde. Esa misma noche el granjero se despierta y siente que el Juicio Final ha llegado… Tal vez estás pensando en la relación que existe entre las dos historias, la del granjero y la del millonario francés. Sin embargo, la única relación soy yo, el narrador”.
Ahora, casi diez años después, he buscado en la novela la cita.
No la he encontrado. No existe.
Descubro ahora que el pasaje que cité es un invento mío, fabricado a partir de varios pasajes del libro de Fowles. La historia que cuenta no transcurre en el cinturón del maíz de Estados Unidos, sino en los bosques de Noruega, y se desarrolla a lo largo de varios capítulos. Esto es lo que cuenta Fowles: Maurice Conchis recuerda un viaje que hizo a un lugar llamado Seidevarre, para conocer a un campesino, “bastante culto”, que sabía mucho de pájaros. Allí conoce al campesino, Gustav, y a su cuñada, la esposa de Heinrik.
Heinrik es un hombre que vive solo en un promontorio y al que su propio hermano Gustav define como “loco”. Un día van a visitar la cabaña de Heinrik, aprovechando su ausencia. Conchis descubre que en las vigas de madera de la casa hay varias frases grabadas, como en la célebre torre a la que se retiró Montaigne. La primera cita está en noruego: “Henrik Nygaard, maldito de Dios, nos escribió con su propia sangre en el año 1912”. Las otras dos citas son bíblicas:
“Acamparon al borde del desierto. Y el Señor avanzaba delante de ellos durante el día montado en una columna de humo, y de noche en una columna de fuego”. (Éxodo)
“Os di la luz desde una columna de fuego, pero me habéis olvidado, dijo el Señor”. (Libro de Esdras)
Días después, Conchis visita la cabaña del loco Henrik con la excusa de sugerirle un remedio para su ceguera casi total, pero el hombre lo persigue con un hacha y casi lo mata. Transcurridos varios días, una noche asisten a una revelación de Henrik, quien parece recibir un mensaje de Dios, pues su locura está asociada a un extremo fanatismo religioso. Esa noche, dice Conchis, al escuchar los gritos de Henrik agradeciendo a Dios su revelación, él mismo sintió tambalearse todas sus certezas:
«Habréis comprobado que toda mi vida, hasta ese momento, se centraba en la actitud científica, médica, clasificatoria. Me condicionaba una visión casi ornitológica del ser humano. Buscaba especies, comportamientos, me dedicaba a observar tranquilamente, pero allí, por primera vez en mi vida, dejé de estar seguro de mis criterios, mis creencias y mis prejuicios. Sabía que aquel hombre vivía una experiencia que estaba fuera del alcance de toda mi ciencia y toda mi razón, y sabía que mi ciencia y mi razón serían imperfectas hasta que no fueran capaces de comprender y abarcar lo que estaba ocurriendo en la mente de Henrik. Sabía que Henrik estaba viendo una columna de fuego que flotaba sobre el agua; y sabía que no había allí ninguna columna de fuego, que podía demostrarse que la única columna de fuego estaba en la mente del propio Henrik. Pero repentinamente vi, como un destello, como iluminado por un relámpago, que todas nuestras explicaciones, clasificaciones y derivaciones, que todas nuestras etiologías, eran una red muy delgada. Y que la realidad, ese gran monstruo pasivo, ya no estaba muerta y había dejado de ser fácilmente manejable; sino que, por el contrario poseía un misterioso vigor, y nuevas formas y posibilidades. La red no era nada. La realidad la atravesaba violentamente. Es posible que se produjera una corriente telepática entre Henrik y yo. No lo sé».
Pues bien, Conchis está contando este relato a Julie y al narrador de El mago, y entonces les revela una conexión entre un incendio en el castillo del coleccionista de arte De Deukans, amigo de Conchis, de quien hablaron antes, y el momento de la revelación de Henrik:
«—Henrik vio en mi presencia su columna de fuego la medianoche del diecisiete de agosto de 1922. El incendio en Givray-le -Duc empezó aproximadamente a la misma hora del mismo día.
Julie se mostró más abiertamente incrédula que yo. Conchis miraba hacia otro lado, y los ojos de ella se encontraron con los míos. Julie bajó la vista haciendo una mueca de decepción.
—¿No estará sugiriendo…? —dije.
—No estoy sugiriendo nada. No hubo relación alguna entre ambos acontecimientos. No es posible que exista ninguna relación. O, mejor dicho, la única relación soy yo. Yo soy el significado de la coincidencia, si es que tiene alguno».
El narrador añade que Conchis dijo esto último:
“En un tono desacostumbradamente vanidoso, como si verdaderamente creyese que en cierto sentido él había precipitado ambos acontecimientos y su coincidencia temporal”.
Casi se podría decir que Conchis habló como si fuera un discípulo de Jung y creyera en la sincronicidad, lo que no sería extraño, dado el interés que Conchis confiesa por la ciencia y por el psicoanálisis, pero enseguida el narrador añade una observación muy inteligente, que nos aleja de la fantasía jungiana:
«Yo sentí que esa coincidencia no era una verdad literal, sino una circunstancia inventada por él y que tenía un significado metafórico; que ambos episodios tenían una vinculación significativa, que teníamos que utilizarlos para interpretar su personalidad».
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