A causa de su portada y de su título, al visitante habitual de librerías se le puede escapar esta deliciosa novela entre la infinita colección de thrillers medievales, templarios y demás morralla sobre sociedades secretas surgida a raíz del éxito de Los pilares de la tierra y El código Da Vinci.
Y es que La Hermandad (The Brethren, 1904) puede sonar a enésima historia sobre sectas confabuladoras, pero en realidad se refiere al vínculo que une a los dos protagonistas, unos hermanos gemelos enamorados de la misma muchacha, a la sazón prima suya –eran otros tiempos– y sobrina nada menos que del sultán Saladino.
Los gemelos –el espiritual y sombrío Godwin y el jovial y pedestre Wulf– son dos guerreros francos que viven con su tío y su prima Rosamund en Essex. Por un sueño premonitorio, Saladino –cuya relación con Rosamund es algo larga de explicar– decide que debe hacer que la joven se vaya a vivir con él, para evitar, según el sueño, la muerte de miles de personas.
Los hermanos han establecido un pacto de honor para no hacerse la competencia por el corazón de Rosamund, quien deberá revelar a cuál de ambos ama al cabo de un par de años. Tras el inevitable secuestro de la joven, los dos viajan a Tierra Santa para rescatar a su amada de las garras sarracenas.
Esta es, básicamente, la historia que narra el siempre fascinante H. Rider Haggard, rey de las novelas de aventuras coloniales. Un autor contradictorio para el público actual, tan dado a las etiquetas y los absolutos. Y es que Haggard, a pesar de ensalzar en sus novelas las glorias del héroe blanco y anglosajón, al menos en principio, siempre acababa alabando la grandeza del «salvaje» y del «bárbaro».
Esta novela destaca especialmente por los numerosos y un tanto excesivos discursos de los personajes, en los que demuestran lo honorables y benditos que son. Esto no sólo es propio de los cristianos protagonistas. Su adversario “oficial”, el poderoso Saladino, se nos muestra como un tipo razonable y con un honor intachable.
No son pocos los momentos en los que protagonistas y antagonistas se salvan la vida mutuamente, y lamentan que el otro pertenezca a una fe equivocada.
Los villanos, en esta ocasión, son los europeos traicioneros y también los asesinos del célebre Al Jebal, cuya peligrosidad y omnipresencia –incluso en Europa– hacen pensar al lector del siglo XXI en los infames terroristas actuales.
A pesar de la sobredosis de esos discursos engolados, en La Hermandad H. Rider Haggard vuelve a demostrar su maestría para trasladar al lector a lugares reales que quizá nunca existieron tal cual nos lo cuenta, añadiendo al relato una fascinación, unos peligros y unas maravillas más grandes que la propia vida.
Si por algo destaca también este autor, es por su afición al misticismo, tan en boga en su época. Baste recordar los viajes psicotrópicos de Quatermain y las epopeyas de reencarnación y orientalismo de la saga protagonizada por Ayesha. Y es que, si bien en La Hermandad hay numerosas y potentes referencias cristianas, el autor no priva a sus protagonistas de visiones ultraterrenas y premoniciones reales. Es más, toda la sección del libro que transcurre en el castillo del Rey Asesino de la Montaña está impregnada por una nube de misterio y extrañeza cercana al género fantástico.
Siendo osados, se podría intuir que el autor transmite, entre líneas, un discurso de tolerancia religiosa. Casi al final de la historia, nos echa en cara una comparación entre la sangrienta carnicería de la toma cristiana de Jerusalén frente a la relativamente pacífica “reconquista” de la Ciudad Santa por parte de los sarracenos.
Si todo sucedió tal cual nos lo cuenta el autor o realmente se trata de una versión mejorada de la Historia… eso realmente da igual. Lo que cuenta es que hemos leído una estupenda novela de aventuras.
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