Alguna vez dijo Paul Valéry que Europa iba encaminada a ser una península asiática administrada por una comisión norteamericana. Eran tiempos oscuros y con cierto aire agónico pues había terminado aparentemente la guerra mundial de 1914. No obstante, esa imagen de un continente a medias que sólo se unifica si aparece un elemento exterior y extraño –en el caso, los Estados Unidos– se actualiza si pensamos que hoy en Asia está la China. Quiero decir que en tiempos de Valéry la China se ensimismaba, una manera de no existir para las políticas occidentales, salvo episodios como el sitio de Pekín.
Hoy la cara de Europa ha variado; se ha vuelto más europea, por decirlo de alguna manera. Lo es en el sentido horizontal y superficial. Allí está el continente gestionado, los organismos de la Unión Europea, de contornos a veces inciertos o confusos pero con una presencia decisional constante. Si el proceso ha de seguir o se atascará en un límite impredecible, el tiempo lo dirá. Mientras tanto, apostemos por el movimiento continuo.
Hay otra Europa, vertical y profunda. Es la cuna de los nacionalismos, no ya de las grandes naciones-estados sino de las comarcas, las regiones, las aldeas y los campanarios. Siguen siendo el alimento de vivencias y de ese sentimiento de fatal pertenencia que nos asegura ser iguales a nosotros mismos a cuento de ser iguales a nuestros antepasados. La historia podría enseñarnos lo contrario, que la vivacidad de un individuo o de una sociedad se comprueba, justamente, por su capacidad de alterarse y cambiar. La identidad no es un ser sino un devenir. Pero ya sabemos que las lecciones de la historia tienen alumnos desatentos.
Quizás haya una tercera Europa, la más riesgosa de gestionar porque es la que más se parece a la desaparición a causa de su inocuidad. Es la Europa balneario o parque temático, una suerte de bar de copas y residencia de jubilados pudientes con un fondo esplendoroso de poder, monumentos y las siete artes que pueden ser setenta veces siete. Las grandes tensiones del planeta se darán entre chinos y norteamericanos, por ver quién instalará su comisión administradora. Un matiz lo pondrán casos como la Inglaterra de Boris Johnson y la Rusia de Vladimir Putin, que se desgajan de Europa en favor de un limbo donde no son ya ni siquiera un tercer mundo sino un cuarto. Entre tanto, nos toca revisar archivos y museos para volver a habitar, aunque más no sea imaginariamente y nada menos que imaginariamente, el epicentro europeo del mundo.
Copyright del artículo © Blas Matamoro. Reservados todos los derechos.