Si uno revisa Starchaser pensando en su fecha de producción, podrá ver que aquí hay una gran paradoja. Por un lado, asistimos a la enésima copia, más o menos disimulada, de Star Wars. Por otro, este festival de alusiones coincide con la evidencia de que la película de Lucas tampoco era un producto original, sino un constante homenaje a seriales, cómics y libros bien conocidos por los espectadores más veteranos.
A decir verdad, sé que es difícil ignorar todas las coincidencias argumentales entre ambas películas. Y sin embargo, creo que ahora podemos apreciar algunos aciertos de Starchaser, o al menos esa ha sido mi experiencia al recuperar esta olvidada y discreta producción.
Cuando se puso a la tarea de escribir el guión, Jeffrey Scott (nieto de Moe Howard, uno de los Tres Chiflados) ya había adquirido mucho oficio en el campo del dibujo animado. Así, encontramos su firma en series como Dragones y mazmorras (1983) y Súper Amigos (1983). Después de rodar Starchaser, Scott siguió abriéndose camino en la televisión, como escritor de producciones tan recordadas como Patoaventuras (1990), Los pequeñecos (1984), Las Tortugas Ninja (1996), Zorro (1997) y El mundo loco de Tex Avery (1997).
Lo cierto es que cuando Scott pensó en la comunidad de espectadores de Star Wars, tuvo claro cómo podía satisfacer sus expectativas. De hecho, inició la escritura de Starchaser con la idea de que debía ser una cinta con actores reales.
A rebufo de Lucas, inventó un héroe joven e íntegro, muy similar a Luke Skywalker. El personaje en cuestión, Orin (con la voz de Joe Colligan), forma parte del pueblo de esclavos que trabaja en una minas gobernadas por el poderoso Zygon (Anthony De Longis). Cuando descubre entre las rocas una mágica espada de luz, la suerte de nuestro héroe (cuya apariencia es la de un cantante de rock californiano) cambia por completo.
La empuñadura proyecta un holograma (bien por Jeffrey Scott) que le anuncia a Orin su nuevo destino. Acosado por los robots de Zygon, huye de ese mundo subterráneo, pero durante la fuga, el villano asesina a su novia, Elan.
Ya en el exterior, tras ser asaltado por unos terroríficos ciborgs, Orin consigue la ayuda providencial de ‒ya se lo imaginan,¿verdad?‒ un insolente contrabandista, Dagg Dibrimi (Carmen Argenziano). Van a sumarse a la aventura dos robots: la ginoide Silica (Tyke Caravelli) y la computadora de la nave (creo recordar que su voz en español fue la de Miguel Ángel Valdivieso, el actor que dobló a C-3PO).
Por último, guiñando un ojo a los abogados de George Lucas, el guionista añadió otro personaje principal: la princesa Aviana (Noelle North), que ya supondrán ustedes a quién se parece.
Pero ojo, Lucas no es el inventor de la pólvora. Y aunque es cierto que Starchaser se rodó pensando en Luke, Han Solo y Leia, no es menos evidente que el propio Lucas hizo lo propio reciclando los cómics y los seriales de Flash Gordon, las películas de samuráis o las novelas galácticas de Jack Williamson, entre otras muchas referencias. Es más: tengo la sensación de que a George Lucas se le ocurrió cómo acabar con Darth Maul en Star Wars: Episodio I – La amenaza fantasma (1999) después de ver el desenlace de Starchaser. Y eso sí que me parece el cierre perfecto de este ciclo de imitaciones y homenajes.
Para ubicar el estilo de animación elegido por Steven Hahn, vale la pena conocer su trayectoria. Durante sus inicios en el campo del dibujo animado, Hahn trabajó como subcontratado de Ralph Bakshi. Junto a él, participó en el rodaje de Los hechiceros de la guerra (1977), El Señor de los Anillos (1978), American Pop (1981) y Tygra: Hielo y fuego (1983). En todos estos proyectos, Bakshi experimentó con el rotoscopio, que le permitía calcar fotogramas de una filmación real para luego convertirlos en dibujos animados.
Esa búsqueda del realismo es, por otra parte, una de las señas de identidad de Filmation, la compañía responsable de teleseries como Star Trek: La serie animada (1973-1974), Tarzan, el señor de la jungla (1976-1980), Flash Gordon (1979-1980), He-Man y los Masters del Universo (1983-1985) y She-Ra (1985-1986).
Antes de convertirse en una serie, Flash Gordon se perfiló como un largometraje (Flash Gordon: The Greatest Adventure of All). Hahn trabajó en ese proyecto, y seguramente es ahí donde comprendió que la animación, sobre todo cuando es naturalista y fluida, se convierte en un medio ideal para relatar aventuras de ciencia-ficción.
Por otro lado, disponía de un estudio en Corea, a cargo de profesionales como Jang Gil Kim, Young Mee Kim o Youngku Kim. El caso es que una cosa llevó a la otra, y el guión de Jeffrey Scott, titulado inicialmente Escape to the Stars, acabó llevándose al cine (dato curioso: sin rotoscopio) gracias a ese equipo coreano que trabajaba para Hahn.
Starchaser nació con grandes ambiciones. Iba a ser un gran espectáculo, exhibido en 3D. «Pensé que la ciencia ficción funciona mejor cuando todo parece real para la audiencia ‒explica Hahn en una entrevista‒. Esa es la mejor forma de evocar emociones. Y el estilo de animación de las teleseries matinales [de Filmation] no habría funcionado en este caso. Quería tanto realismo como fuera posible. Es mucho más difícil dibujar personajes realistas, pero pensé que esto brindaría una experiencia más emocionante. Y luego pensé que sería aún mejor si el escenario se mostraba en tres dimensiones. Por eso decidí hacer la película en 3D. Y así reuní al equipo, incluido John Sparey [otro veterano del equipo de Ralph Bakshi] como planificador de escenas en modelado 3D. Trabajó en nuestro programa de gráficos durante unos seis meses. Y más tarde, Bill Kroyer [que había trabajado en los diseños digitales de Tron] se unió a nuestro equipo de gráficos por computadora para afinar aún más las cosas».
El rodaje fue eso que, de forma ya tópica, llamamos una pesadilla logística. Tras la preproducción en Estados Unidos, Hahn coordinó dos grupos de trabajo: el coreano, supervisado por Yeong-cheol Choi, y el norteamericano, donde cumplía ese papel David J. Corbett. Más tarde, cuando los coreanos completaron su labor, llegó una delicada etapa de postproducción.
«El presupuesto ‒añade Hahn‒ se aproximó a los catorce millones de dólares. Creí que tardaría seis meses en completar la película. ¡Pero fueron necesarios tres años! Tenía bastante personal en Corea y bastante gente aquí, en los Estados Unidos. ¡Hubo un momento en el que hubo casi noventa personas en nómina! (…) Cuando finalmente terminé Starchaser, Roy Disney me pidió que llevara la película a su sala de proyección para que pudiera verla. Y a pesar de que conocía la mecánica de la animación, me dijo: ‘¡¿Cómo hiciste esto ?!’ Luego me di cuenta de por qué Disney no hacía animación en 3D. Era algo demasiado difícil. ¡Solo unos locos harían algo así!».
Por desgracia, casi todos los espectadores de Starchaser ignoramos cómo se ve en 3D. Es más, cuando fue distribuida en 1985, los proyectores de bastantes cines fallaron, complicando enormemente su exhibición.
Como los problemas casi nunca vienen solos, Atlantic Releasing, la compañía que se ocupaba de comercializar el film, entró en un laberinto financiero. Tras firmar un primer acuerdo con Paramount a cambio de los derechos de video y televisión de sus películas, sus responsables firmaron un segundo acuerdo con Kartes Video Communications. Aquello salió mal, y el catálogo acabó en manos de Island Pictures, otra firma que iba a entrar en barrena poco después.
Para no alargar más la historia, quédense con estos datos: el banco Crédit Lyonnais acabó apropiándose del catálogo de Atlantic y de Island. En 1997 se lo vendió a PolyGram, firma absorbida un año después por Universal Studios. A su vez, Universal vendió en 1998 todas las películas de PolyGram rodadas antes de 1996 a Metro-Goldwyn-Mayer. ¿Cómo afectó este vaivén a Starchaser? Pues verán: Paramount Home Video lanzó el VHS en 1986, pero hubo que esperar hasta 2005 para que MGM Home Entertainment sacase a la venta el DVD.
En nuestro país, se distribuyó en su momento en vídeo, aunque sé de más de uno que vio alguna copia argentina o mexicana (Cazador de estrellas). Sea como fuere, esa distribución tan irregular ha contribuido a convertir la cinta en lo que hoy es: una curiosa e imperfecta obra de culto.
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