Estos días he podido leer el primer ciclo de cuatro novelas del atracador y asesino Parker. Ya he comentado alguna vez que no soy muy fan de la pluma de Donald Westlake, pero sí disfruto a conciencia con esta saga que escribió bajo su pseudónimo Richard Stark.
Si nos atenemos a la vertiente dura del policíaco estadounidense, creo que Mike Hammer y Parker son los máximos iconos de lo que se conoce como hard-boiled. En cuanto al antihéroe de Stark, nos hemos acostumbrado a identificarlo con los rasgos indómitos de Lee Marvin en el filme A quemarropa (Point Blank, 1967) y tiene su lógica, pues Parker encarna el movimiento maquinal continuo, la sed de mal que como un tiburón le lleva a no poder detenerse nunca, sin apenas valores vulnerables que lo humanicen, como no sea cierto respeto hacia los buenos profesionales y la gente que no busca líos ‒o sea, la que no se cruza en su camino‒. Ni el director del filme, John Boorman, ni el propio Marvin pretendieron ser fieles a la novela adaptada y, a cambio, ofrecieron un retrato visualmente fascinante de esa máquina de delinquir, que al parecer Stark/Westlake modeló a su vez sobre las cualidades del psicópata interpretado por Richard Widmark en El beso de la muerte (Kiss of Death, 1947).
Las novelas de Parker son lo más parecido que he encontrado en la cosecha literaria estadounidense de la segunda mitad del siglo XX a los bolsilibros de novela popular española: tramas raudas, acción inmediata y narración expeditiva que complican de continuo la vida del protagonista, pero en absoluto la del narrador. Un pulso magistral mezclado con soluciones burdas para elaborar obras de consumo rápido, que fascinan por su fuerza y vigor abstractos.
Aunque sin llegar al tableteo de teclas que como metralla despide la prosa desquiciada de un Spillane, Stark deslumbra con su manejo expositivo de las situaciones, su ingenio para plantear atolladeros y sus resoluciones a destajo. Es una gozada poder leer novelas tan desacomplejadas y que van directo a la víscera, donde sabes que la gracia está en NO identificarse con el protagonista, por lo que puedes aceptar cualquiera de sus salvajadas. Darwyn Cooke adaptó cinco de esas novelas a cómic, si bien las propias obras originales ya son en sí mismas, por su naturaleza caricaturesca y extrema, un cómic con todas las de la ley.
Este primer ciclo permite contemplar a placer las virtudes y limitaciones de la fórmula:
A quemarropa (The Hunter, 1962) nos presenta al amoral Parker, un asaltador de bancos que sin querer acaba enfrentado a toda una mafia: como las grandes corporaciones villanescas de Ian Fleming, este colectivo maneja todo el crimen organizado en los USA y no admite competencia por libre. Obviamente queremos que gane Parker, porque es uno solo y porque es valiente, pero su modus operandi hará tragar saliva a más de un lector. Por ejemplo: justo cuando empezábamos a encariñarnos con Parker, la muerte accidental de un inocente a sus manos ‒una acción que Hollywood nunca se permitiría‒ constituye un inesperado y amarguísimo golpe de genio creativo que nos pone en nuestro lugar… Las descripciones son vertiginosas y uno puede apreciar la habilidad del autor para hacer y deshacer conflictos nacidos de la propia burocracia en la que nos sumerge la sociedad moderna, conflictos que él opta por culminar de forma violenta.
El hombre que cambió de cara (The Man with the Getaway Face, 1963): mi favorita de las cuatro novelas arranca con nuestro antihéroe viéndose obligado a modificar su cara en un quirófano ‒tampoco es que le cueste mucho tomar la decisión‒ para pasar desapercibido ante esa mafia que lo acosa, a la vez que se involucra en un atraco a un furgón blindado. Tanto la organización como la ejecución del atraco en sí resultan una delicia, y la subtrama con un empleado de la clínica siguiendo el rastro de Parker por un equívoco que lo motiva a buscar venganza, sorprende por su eficacia y emotividad. Una joya de novela criminal muy bien planteada y resuelta.
The Outfit (1963): y llega por fin el GRAN enfrentamiento entre Parker y esa organización conocida como «the Outfit» que le ha puesto la cruz…, y llegan las primeras decepciones. Ni de coña un tinglado de esa dimensión presentaría tan poca batalla a un solo hombre, por más que éste ponga a unos cuantos delincuentes freelancers del país a despistar al gran cerebro central con varios atracos simultáneos. Bueno, vale, transitamos por un mundo pulp improvisado sobre la marcha y lo podemos aceptar ‒porque el autor es estadounidense: la de palos que le dábamos como fuera español‒. Aun así, presenciamos otro atraco divertido, tiroteos coreografiados con tremendo oficio y a un Parker más dispuesto a todo que nunca.
The Mourner (1963): para mi sorpresa, una mala novela la mire por donde la mire. La trama principal (el robo de una valiosa reliquia) no se sostiene y parece la manida excusa semanal de la serie policíaca más rutinaria; las crisis dramáticas son resueltas con giros improbables, absurdos, increíbles; y, lo peor de todo, Stark aplica el mismo truco narrativo que tan bien le salió en entregas previas ‒retroceder en el tiempo para reajustar la historia y motivaciones desde los ojos de otros personajes‒, pero en esta ocasión el pretexto resulta tan endeble que sólo causa la misma sensación de relleno que una mala novela de kiosco. Una absoluta decepción que me ha hecho tomar aire durante una temporada antes de zambullirme en la quinta novela…
En total son 24, así que en breve volveremos al ataque…
PD. Las demás películas con Parker como personaje principal no reflejan al verdadero Parker. Ni Robert Duvall en La organización criminal (The Outfit, 1973) ni Mel Gibson en Payback (1999) ni por supuesto Jason Statham en Parker (2013) son una versión mínimamente fiel del monstruo literario. A mí las tres películas me gustan, ojo…, pero son otra cosa.
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