Federico de Madrazo, pintor romántico español, es el autor de uno de mis cuadros favoritos del Museo del Prado, La condesa de Vilches. Un retrato que siempre me fascina, de una de las figuras más destacadas de la vida cultural del Madrid del siglo XIX.
Barcelonesa de nacimiento, Amalia de Llano (1822-1874) nació en una familia con posibles de la burguesía comercial catalana. Casada con Gonzalo de Vilches (1808-1879) fue, por matrimonio, condesa de Vilches y vizcondesa de La Cervanta.
En su palacete madrileño organizaba representaciones teatrales protagonizadas por ella misma, participaba en tertulias literarias y era amiga íntima de Madrazo. Y esa debe ser la razón por la que el pintor de cámara hizo un retrato tan sugerente, tan alejado de los retratos estirados propios de la aristocracia española, donde se puede observar a una bellísima condesa de treinta y dos años, dejada caer en su asiento, con un vestido de pronunciado escote, una dulce sonrisa y unos ojos aterciopelados que, no me cabe duda, eran miopes, pues sólo los miopes saben mirar así.
Como siempre que me cruzo con una historia que, en principio, parece apasionante, pienso: ¡qué bonita novela podría salir de esta relación!
Yo, que soy tan de Jane Austen y Emily Brontë, y crecí creyendo que sólo en Inglaterra se producían historias tan extraordinarias como las por ellas escritas, me voy desengañando poco o poco, para pasar a desesperarme por la falta de interés que despierta nuestra propia historia, plena de personajes sugerentes que bien valen apasionados relatos…
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