Acudo a este título galdosiano para evocar un aspecto de la historia política española: el de la causa liberal. Personalizando el asunto en nuestros días, se puede retratar a Inés Arrimadas según Galdós. Invocar a don Benito no es gratuito ni banal. Le tocó vivir la primera escena en que aparece la causa liberal asesinada en la persona del general Prim, en pleno siglo liberal, el siglo XIX. Sobreviene la Restauración y los liberales se verán reducidos a su arrastre por los conservadores, a los cuales sustituyen. Cánovas arrastra a Sagasta, Maura arrastra a Romanones y etcétera.
España no es una excepción entre los países europeos que, habiendo dado importantes pensadores del liberalismo, en cambio ofrecen un débil panorama político de esta ideología: España, Portugal, Italia, Francia. Liberales son algunos intelectuales como Ortega y Gasset, Benedetto Croce y Benjamin Constant. Hay también militares secreta o evidentemente liberales. Los movimientos más potentes, sin embargo, no lo son sino que florecen los bonapartismos, los populismos autoritarios y los micronacionalismos regionales.
Así observado, el liberalismo parece un rasgo exclusivo de la política anglosajona. Más aún: de países donde se impuso la Reforma protestante frente a los anteriormente citados, de dominante católica. Pareciera que los roles del individuo, el Estado, su vínculo mutuo y el consiguiente estatuto de los derechos subjetivos, resulta muy distintos entre unas y otras naciones.
En España, el fenómeno se repite. Basta mirar la deriva liberal durante la segunda república. Nombres liberales que apoyaron su advenimiento, luego se desazonaron al ver los rumbos que tomaba la experiencia republicana. Me refiero al citado Ortega y a comparables casos como Gregorio Marañón y Salvador de Madariaga. Volviendo al comienzo ¿qué fue del partido Ciudadanos, la esperanza blanca de nuestro moderno liberalismo? Si se hubiese concretado el pacto de Pedro Sánchez con Albert Rivera, tendríamos un gobierno de centro con matizaciones a izquierda y derecha y mayoría absoluta en el parlamente. Populistas y separatistas estarían fuera de juego, reducidos a la algarada y el mosconeo veraniego.
No ha sido así. Los liberales españoles han vuelto a ser arrastrados por el conservatismo, seducido a su vez por la ultra, de modo que tenemos lo que tenemos. Una explicación sociológica diría que ha faltado a nuestra historia una burguesía liberal pugnaz y protagónica como la inglesa y la norteamericana. En vez de liberales templados por la razón y la sensatez contamos con esa suerte de extremismo liberaloide que es el anarquismo. Su fondo nihilista explota en superficie de tanto en tanto. Se organiza, como en el ejemplo de la ETA, o irrumpe de tanto en vez, como cuando sale en defensa de Hasel. Ataca al sistema, un fantasma abstracto e inalcanzable. Al no hallarlo, se vuelve contra el vecindario y quema contenedores, coches, negocios y quioscos. Entre tanto, el aparato de Ciudadanos y su esfumado electorado, languidecen reiterando la galdosiana La de los Tristes Destinos. En este caso, viuda ante de consumar su himeneo.
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