No es fácil resistir la soledad. Por lo que sabemos hasta ahora, el ser humano es una criatura social, gregaria, que necesita a sus congéneres para alcanzar la plenitud. No obstante, hay algunos solitarios ilustres que han sido capaces de encontrar en el aislamiento voluntario la verdadera esencia de nuestra especie.
Uno de esos privilegiados fue Henry David Thoreau (1817-1862), un pensador rebelde que escenifícó la desobediencia civil de múltiples formas, y que ha pasado a la historia de la literatura gracias a un libro excepcional, Walden o La vida en los bosques (1854).
Quien lea Walden en la actualidad descubrirá un manual de autosuficiencia, una reflexión en contra de lo establecido, y sobre todo, un elogio poético de la vida al aire libre.
«Walden ‒escribe Thoreau‒ es un libro escrito para esa mayoría de hombres que está descontenta con su vida y con los tiempos que le ha tocado vivir, pero que podría mejorarlos. Y también para aquéllos en apariencia ricos, pero que en realidad han acumulado cosas inútiles y no saben muy bien qué hacer con ellas».
La obra relata la intensa experiencia de su autor en una cabaña de Walden Pond, Massachusetts. En cierto modo, recupera la esencia del pionero, dispuesto a abrirse camino en solitario, fundido con el paisaje, empeñado en que su aventura espiritual y su reto de supervivencia discurran por un camino paralelo.
Paradójicamente, aunque el libro, más allá de su belleza narrativa, es considerado una biblia de la autosuficiencia, lo cierto es que Thoreau no era un ermitaño. De hecho, en sus escritos no plantea la soledad como la reacción de alguien que es incapaz de convivir con sus semejantes o que se siente víctima del rechazo social.
Además de buen amigo de Ralph Waldo Emerson, que fue su vecino en Concord y que además era el propietario del bosque de Walden Pond, Thoreau también disfrutaba en compañía del naturalista Louis Agassiz. Su cabaña no estaba lejos de la residencia de su madre, y tenemos numerosos testimonios que lo sitúan cooperando con otros lugareños. En definitiva, hablamos de un tipo sociable, cordial, nada huraño… Y esto es algo que conviene subrayar, porque hay quien confunde la autosuficiencia con la idea de transformarse en una suerte de Robinson Crusoe contemporáneo.
Lo que sí identifica fielmente a Thoreau es su defensa de la vida sencilla, espartana, desprovista de lujos y posesiones, integrada en la madre naturaleza. Y es ahí donde su legado adquiere verdadera importancia para sus lectores modernos.
«Podríamos poner a prueba nuestras vidas de mil maneras sencillas ‒escribe‒: considerar, por ejemplo, que el mismo sol que madura mis judías ilumina a un tiempo un sistema de planetas como el nuestro. Si hubiera recordado esto, habría evitado algunos errores. No fue ésta la luz con la que las cultivé. ¡De qué maravillosos triángulos son vértices las estrellas! ¡Qué seres más diferentes y distantes contemplan simultáneamente desde las numerosas mansiones del universo la misma estrella! La naturaleza y la vida humana son tan distintas como nuestras constituciones. ¿Quién dirá cuál es la perspectiva que la vida ofrece a los demás? ¿Podría ocurrirnos un milagro mayor que el de ver a través de los ojos de otro? Deberíamos vivir en todas las épocas del mundo durante una hora, ¡ay, en todos los mundos de todas las épocas! ¡Historia, Poesía, Mitología! Ninguna lectura de las experiencias ajenas sería tan asombrosa ni didáctica como ésta.»
Al margen de su interés en campos como la filosofía o la política ‒fue abolicionista y se rebeló contra las imposiciones institucionales‒, la figura de Thoreau es muy destacable por su labor pionera en el campo de la ecología y la protección del medio ambiente.
En este sentido, aunque sus escritos sobre la desobediencia civil hayan influido mucho en figuras como Mahatma Gandhi, John F. Kennedy y Martin Luther King, Jr., creo que su verdadera magnitud se revela cuando escribe sobre la vida salvaje, pues fue en la naturaleza donde encontró un sentido más genuino para la palabra libertad.
Por su cuenta, Thoreau estudió biología, y admiró a investigadores como Alexander von Humboldt, Charles Darwin, Asa Gray y el citado Agassiz. Otros naturalistas y científicos, como John Muir, E. O. Wilson, B. F. Skinner o Loren Eiseley reiteraron su fascinación por la obra de este insólito personaje. Sin duda, su Walden es una de esas lecturas que todo amante de la naturaleza debería tener en su biblioteca.
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