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Terry Pratchett, el escritor que tenía una espada hecha de meteoritos

La primera vez que leí a Terry Pratchett (Beaconsfield, Buckinghamshire, 1948) fue en un libro que me dejó mi hermano diciéndome: «Te lo vas a pasar fenomenal». El libro en cuestión se titulaba Buenos presagios (Good Omens: The Nice and Accurate Prophecies of Agnes Nutter, Witch, 1990), y trataba sobre el fin del mundo.

Pratchett lo había escrito junto con Neil Gaiman, también desconocido para mí por aquellas fechas. Desde entonces, no he dejado de leer a ninguno de los dos.

Las reglas que establece un escritor para desarrollar su historia ‒el pacto con el lector‒ nunca fueron algo tan absurdo y divertido. Pratchett tomó ingredientes de la religión, la mitología, la literatura fantástica y los estereotipos actuales, lo mezcló todo para aplicarlo al pie de la letra, y creó Mundodisco, un estrafalario y desconcertante planeta, asentado sobre cuatro elefantes que viajan por el universo a lomos de una tortuga.

En Mundodisco desarrolló el grueso de su obra. Allí todo es posible: las brujas no recurren a la hechicería sino a la cabezología ‒una curiosa variante de la psicología‒, hay guerras racistas entre enanos y trolls, la Muerte tiene problemas existenciales, hay héroes buscando conquistar imperios para jubilarse y magos que sólo conocen un hechizo…

Las historias del Mundodisco ‒a partir de la primera novela de la saga, El color de la magia, que apareció en 1983‒ tienen todas el mismo tipo de humor: absurdo y a la vez lógico, sumamente ingenioso, y en muchos casos, extremadamente culto. Además, esa comicidad es universal y no está localizada en el tiempo. Si nos reímos al leer a Pratchett por primera vez, lo volveremos a hacer ahora y también la próxima vez que abramos cualquiera de sus libros.

Pero su mayor grandeza es que dicho humor no hiere a nadie. Jamás es ofensivo. Cualquiera puede disfrutar con él, pero siempre con una condición: que el propio lector esté dispuesto a tomarse a broma.

Los primeros libros de Pratchett apenas eran unas escenas cómicas enlazadas por una trama simple. En casi todos los casos, planteaban una vuelta de tuerca a la fantasía heroica. Así, cualquier lector de TolkienHowardWeis Hickman, y tantos otros, reconocerá escenas y personajes. Sin embargo, Pratchett les dio un nuevo valor, no al reírse de ellos, sino al hacer que se rieran de sí mismos.

Partiendo de esta base, su obra literaria fue evolucionando, con tramas cada vez más complejas y originales, ambientadas en un mundo que cada vez debía menos a otros y se iba haciendo mucho más amplio y personal.

En este sentido, uno de los grandes valores de Terry Pratchett son sus personajes Desde los protagonistas a los que simplemente pasaban por allí, todos ellos están dotados una viveza que pocas veces se consigue. Pratchett lo logra aplicando coherencia a sus acciones: ninguno de ellos hará nunca nada que no le sea propio, ni tomará una decisión que no se ajuste a su carácter. Esta es, además, una cualidad que se mantiene mientras evolucionan y maduran… y aquí está otro de los logros del autor, y es que sus criaturas cambian para ser mejores, lo cual nos alegra, y hace que, por un momento, compartamos sus triunfos.

He hablado de Mundodisco, pero Pratchett también escribió sobre otros universos, incluido el nuestro: islas en el Pacifico, el Londres de Dickens, o un mundo tan reducido que está dentro de las paredes de una tienda, donde habitan unos gnomos que tienen que emprender el mayor viaje de su historia para sobrevivir.

En todos ellos se respira lo mismo: alegría, buen humor, aventuras, imaginación y el sueño de que las cosas pueden ser mejores, porque algo que ocurre una vez de cada millón, en realidad pasará siempre.

Algunos de los escritos de Pratchett se ha convertido para mí en libros-refugio. Me refiero a esas lecturas a las que recurrimos en determinados momentos, y que, por más que nos las sepamos de memoria, vuelven a ocuparnos una y otra vez porque en ellas encontramos algo que nos falta. Esa es la razón por la que siempre habrá un espacio para este narrador en las estanterías de mi biblioteca.

En septiembre de 2010, la Reina le concedió el título de Sir. Tanto entusiasmo le provocó ser nombrado caballero que decidió celebrarlo con un símbolo digno de tal ocasión. Mezclando material procedente de meteoritos con metales de un depósito cercano a su casa de Wiltshire, forjó una espada junto a su amigo Jake Keen. El gesto me parece un buen resumen de su personalidad.

Terry Pratchett decía que los magos tienen el privilegio de que la propia Muerte, en persona, vaya a recogerlos. Estoy seguro de que así ocurrió con él.

El 12 de marzo de 2015, a la edad de 66 años, Pratchett nos dejó para siempre. Llevaba ocho años luchando contra la enfermedad de Alzheimer. Cuando murió, me sentí literariamente huérfano.

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José Luis Arana Aroca

Jose Luis Arana es programador y ha desarrollado su labor para firmas como Cambridge University Press, Editorial Santillana, Mahou, LG y BBVA. Asimismo, ha sido profesor y editor de video. Entre sus pasiones, figuran el cine, la literatura y la prestidigitación.