Sinceramente: estoy harta. Harta de unidad de pensamiento. Diversas unidades de pensamiento agrupadas en compactos bloques, a modo de decálogo. Alguien o alguienes elaboran los decálogos, los lanzan al mundo… et voilà! Todos, como borregos, alineándonos a un lado u otro, repitiendo como papagayos las leyes del decálogo con el que nos identificamos más.
En sus memorias familiares, decía Julio Caro Baroja que España era un país de energúmenos y que su tío Pío, que era muy poco energúmeno, llegó a tener fama de ser el mayor de ellos: “sencillamente porque no compartía las opiniones dogmáticas y siempre con su tufillo talmúdico de unos y de otros. Menos aún los entusiasmos u odios personales. La capacidad de los españoles para disparatar se vio durante la República, durante la Guerra Civil y después de un modo que no deja lugar a dudas. Y lo que encolerizaba a muchos frente a mi tío era pensar que hubiera alguien que pudiera responder con un exabrupto al entusiasmo o al odio violento que le servían de punto de partida en su conducta”
A veces me siento un poco barojiana. No comulgo con opiniones dogmáticas. Tengo mi propio código que me lleva a estar un día a este lado y otro día al otro. Un código basado en el argumento: dame un buen argumento y soy capaz de aceptar lo que puede que me pareciese hasta entonces inaceptable.
Creo que lo de la unidad de destino en lo universal ha calado tan profundo en nuestras conciencias que, convenientemente adaptada a los actuales reinos de taifas en que nos hemos transformado, sigue imperando en nuestras actitudes. Es como si debiésemos pertenecer a una unidad, por narices. Al respecto, vuelvo a Caro Baroja y su opinión sobre este punto, que hago mía:
“El español, en general, ha vivido dominado por una idea, a mi juicio funesta, que es la de la unidad. Ha creído que nada hay mejor y que por obtener unidad religiosa, política, etc., se pueden cometer las mayores atrocidades y llevar a cabo toda clase de persecuciones. La unidad soñada no se ha obtenido; pero si se llegó a un estado de desesperación colectiva, que de vez en cuando rebrota, en el que acaso sea donde hay una real unidad (y a pesar también de que existen muchos optimistas oficiales o públicos). Lo que durante mi vida se ha hecho en aras de la unidad es suficiente, sin hacer más indagaciones históricas, para que donde encuentre un unitario, sea de tipo religioso, sea de tipo político, sea de tipo cultural, vea un enemigo declarado. Yo soy un defensor de la variedad, del matiz, de la excepción si se quiere y creo que el hombre tendrá que volver a reconstruir su vida a la luz de la idea del pluralismo de los orígenes y fines de las cosas. No soy politeísta porque no puedo, pero si soy antimonoteísta, y los sermones de los políticos y de los profesores acerca de las concepciones totalitarias de la unidad y otras sentencias por el estilo sean de corte izquierdista, derechista o como se les quiera llamar me dejan frío. ¿ A que llegamos por aplicar estas ideas y sus corolarios? A crear un tipo de hombres y mujeres estúpidos, sin interés, cobardes y con espíritu inquisitorial a la par, que pasarán de una ortodoxia a otra, conservando este espíritu y creyendo en las viejas ideas de culpabilidad y de pecado, aunque hayan dejado de tener una religión positiva y se declaren incluso ateos: porque el pensamiento religioso es una cosa y otra el modo de proceder de una sociedad no religiosa, sino supersticiosamente, es decir, utilizando de continuo la idea de la represión. Para mí nada es más repugnante que la moral represiva de las sectas y partidos, unida a dogmas intangibles.”
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