«Supongamos que una o varias especies de nuestro género ancestral Australopithecus hayan sobrevivido: un escenario perfectamente razonable en teoría. Nosotros, es decir, el Homo sapiens, hubiéramos tenido que enfrentarnos a todos los dilemas morales que implica el tratar con una especie humana dotada de una capacidad mental claramente inferior. ¿Qué hubiéramos hecho con ellos? ¿Esclavizarlos?, ¿Exterminarlos? ¿Coexistir con ellos? ¿Convertirlos en trabajadores domésticos? ¿Meterlos en reservas? ¿En zoológicos?»
Esta cita del famoso paleontólogo y divulgador Stephen Jay Gould no solo inspiró el libro que nos ocupa, sino que define a la perfección su tema central. Es una obra que mezcla la especulación científica seria, la divulgación y la reflexión sobre el concepto que tenemos de nosotros mismos como especie.
Bárbara Marchante es una joven paleoantropóloga que trabaja en el Museo Smithsoniano de Washington. Durante unas vacaciones en su casa familiar de Gowrie, Mississippi, descubre el antiguo diario de un antepasado suyo, Zebulon Jones, un esclavo negro que a mediados del siglo XIX consiguió escapar a los Estados del norte y hacer fortuna en los negocios. En aquellas viejas páginas Jones describe que cuando era niño llegaron a las plantaciones sureñas unas extrañas criaturas humanoides que los traficantes de esclavos querían vender en lugar de los negros con la intención de bordear las nuevas leyes que penalizaban el tráfico (que no la posesión) de esclavos. Siguiendo las pistas que encuentra en el diario, Bárbara comienza una rápida excavación en la finca para averiguar si, efectivamente, están allí enterrados lo que ella cree serán gorilas. Sorprendida es decir poco para describir su impresión cuando lo que descubre son esqueletos no fósiles y completos de Australopitecos. La conclusión es clara: esa especie, que se creía extinguida hacía un millón de años, estaba viva tan sólo ciento cuarenta años atrás.
Con ayuda de sus colegas de profesión, pone en marcha una investigación que la llevará a las selvas tropicales de Gabón para descubrir que estos homínidos siguen existiendo, utilizados como esclavos por una esquiva tribu local. Mientras tanto, ajenos a lo que ocurre en África, un intenso revuelo se levanta en la comunidad científica internacional, los círculos religiosos más fundamentalistas y la sociedad en general. Porque ese descubrimiento tiene profundas connotaciones biológicas, filosóficas y religiosas, por no hablar del impacto sobre leyes laborales, derechos humanos, derecho internacional… De repente, debemos enfrentarnos al hecho de que no estamos solos en la Tierra, de que no somos tan únicos como creíamos, que tenemos un pariente algo menos inteligente que nosotros, pero básicamente igual. ¿Es necesario ser humano para tener la consideración de persona?
Huérfanos de la Creación comienza como un pariente lejano de aquellos antiguos relatos de ciencia-ficción en los que un aguerrido aventurero descubría civilizaciones utópicas (La raza venidera) o atrasadas (Pellucidar) bajo la superficie terrestre o en lejanos e inaccesibles valles. Pero la ciencia, los autores y los lectores de ciencia-ficción han evolucionado mucho desde entonces y su nivel de exigencia es considerablemente. La delirante acción y fantasía propios de los pulps dejan paso al ritmo pausado y meticuloso propio del método científico y al planteamiento de dilemas morales. La novela de Allen se inscribe dentro de una corriente que surgió a mediados de los ochenta y a la que también pertenecen novelas como Ancient of Days (1985) de Michael Bishop, A Different Flesh (1988) de Harry Turtledove o, más recientemente, la trilogía El Paralaje Neanderthal (2003), de Robert J. Sawyer. En todas ellas se explora la validez de nuestra definición de humano (si es que existe tal definición).
Allen aborda la cuestión desde un punto de vista científico. Aunque se mencionan los problemas religiosos que pueden surgir a raíz del descubrimiento, se contempla exclusivamente la perspectiva de los creacionistas norteamericanos. El libro es mucho más interesante como minuciosa descripción del método paleontológico, con detalladas descripciones de cómo se realizan las excavaciones, sus pasos, precauciones a tomar y detalles a observar; nos explica las razones para hacer esto o aquello, las diferentes teorías del origen del hombre, el circuito que sigue la información en los ámbitos científicos y el papel de la prensa (si bien el autor acelera los acontecimientos y procedimientos usuales con el fin de ajustarse al ritmo de su novela, algo perfectamente disculpable por cuanto lo que escribe es ficción, no un reportaje). Puede sonar aburrido, pero el autor se las arregla para transmitir con eficacia el entusiasmo propio de los investigadores. El detalle de ese proceso de investigación no sólo ilustra sobre los principales aspectos de una disciplina bastante desconocida, sino que nos ilumina sobre el objetivo último que persiguen estos científicos, a menudo sepultado bajo masas de huesecillos, cráneos, mediciones y fósiles: descubrir en qué momento de la historia nos convertimos en lo que somos.
La novela cuenta con unos sólidos personajes, bien desarrollados al margen de la acción principal. Los protagonistas son gente muy real, con problemas sentimentales e inseguridades profesionales. Bárbara Marchante mantiene una difícil relación sentimental con su ex-marido; su exitosa carrera académica contrasta con su fracaso matrimonial. Su jefe, el doctor Grossington duda entre comprometer su reputación en una empresa arriesgada y polémica o continuar con su apacible y seguro modo de vida. Livingston Jones, el joven primo de Marchante, viaja a África para hallar un continente muy alejado de la imagen idealizada que había cultivado como cuna de su raza. Son muy interesantes –y fundamentales para fijar el punto de vista del autor respecto al tema central de la novela– los pasajes en los que se nos revelan con acierto los sencillos –pero muy humanos– pensamientos de Jueves, la hembra de Australopiteco que acaba siendo un protagonista más.
La novela toca la cuestión del racismo ampliado a otra especie de homínidos que, a efectos prácticos,es igual a nosotros. Hubo un tiempo en el que Homo sapiens compartió la Tierra con otras especies homínidas. El que ahora la nuestra sea la única especie homínida en el planeta es una etapa excepcional en nuestra evolución. ¿Qué pasaría si no fuera así? Tenemos una elevada imagen de nosotros mismos pero el panorama que dibuja Allen respecto a nuestra actitud a otros seres hermanos es tan deprimente como verosímil.
A pesar de venir firmado por un autor poco conocido en nuestro país dentro de la ciencia-ficción, Huérfanos de la creación demuestra que Allen no sólo es capaz de exponer abundante y rigurosa información científica de forma asequible para el lector medio, sino construir alrededor de ella una novela de especulación científica inteligente, ágil, entretenida y capaz de mover a la reflexión –no necesariamente cómoda– acerca de nuestros orígenes y naturaleza.
Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción y editado en Cualia.es con permiso del autor. Reservados todos los derechos.