El integrismo de cierta crítica, con su aplicación literal de las Sagradas Escrituras cinéfilas, ha hecho que, en nombre de Godard, Tarkovsky o Bresson, despreciemos la comedia costumbrista española. Primero por ser un producto destinado al pueblo llano, y además de eso, por hablarnos de temas agradables, con vocación ligera, de forma literal y sin mirarnos de arriba abajo.
Lo voy a decir claro: pese a carecer de prestigio, este subgénero merece respeto e incluso admiración. Sobra recordar que es la fórmula más exitosa de nuestro cine, y que además nos identifica con estrellas entrañables. Por ejemplo, el trío que protagoniza esta producción tan divertida: Tony Leblanc, José Luis López Vázquez y Manolo Gómez Bur.
Tres de la Cruz Roja plantea una trama previsible, al alcance de cualquier espectador, y encara todos sus episodios de forma positiva, con una gota final de picardía. A su manera, es el testimonio de un tiempo y de un lugar específicos, y con bastante soltura, descifra el imaginario español de la primera etapa del desarrollismo.
Los protagonistas son Jacinto (López Vázquez), Pepe (Tony Leblanc) y Manolo (Gómez Bur), tres tipos sencillos, buena gente, cuya afición al fútbol se ve limitada por la falta de dinero. Cuando comprueban que los voluntarios de la Cruz Roja entran gratis al estadio, deciden alistarse. ¿Su único objetivo? Ser unos hinchas a pie de campo, y poco más, si se tercia. Lo que no se imaginan es que el capitán Martín (un Jesús Puente que impone mucho respeto) va a controlar cada uno de sus movimientos, con la lógica idea de convertirlos en unos sanitarios de provecho.
Al igual que otras cintas de la época, Tres de la Cruz Roja incluye un mensaje edificante, pero en realidad no oculta su verdadera naturaleza: la de una comedia romántica con todas las consecuencias. Ahí reside su razón de ser: su denominación de origen y el modo en que hace sentir al espectador a través de cada uno de los personajes.
Hay cosas que por sí solas se comentan, y una de ellas es el reparto de esta película. A la gracia y el carisma de Leblanc, Gómez Bur y un prodigioso José Luis López Vázquez, se une un grupo de secundarios sin fisuras: Jesús Puente ‒espléndido‒, José Orjas, Francisco Camoiras, Mara Cruz, Ethel Rojo, Licia Calderón, Amparo Baró, Luis Morris, Paula Martel, Laly Soldevila…
Tras las cámaras, quien toma el mando es Fernando Palacios, un realizador que murió demasiado pronto, cuatro años después de estrenar esta película.
La suya fue una carrera breve, que transcurre durante una de las etapas más fructíferas del cine comercial español. Ascendiendo poco a poco en el escalafón, Palacios entró en el gremio animado por su tío, el gran Florián Rey. Se curtió como ayudante de dirección en éxitos como Un ángel pasó por Brooklyn (1956) y Marcelino, pan y vino (1955) ‒acompañando a otro genio, Ladislao Vajda‒. Más adelante, luciendo los galones de realizador, siguió una trayectoria luminosa y taquillera, en la que se incluyen títulos como El día de los enamorados (1959), Siempre es domingo (1961), La gran familia (1962), Vuelve San Valentín (1962) y Marisol rumbo a Río (1963).
Por desgracia, un paro cardiaco acabó con el cineasta aragonés y truncó una carrera en alza. Así pues, debemos conformarnos con esta serie de películas, en las que se advierte no sólo su fluidez narrativa, sino su buen gusto en el encuadre y un estupendo manejo del reparto.
De haber podido, seguro que Palacios hubiera evolucionado hacia premisas menos ligeras e inocentes. No obstante, eso no debe llevarnos a minusvalorar sus comedias, pese a que estas no toquen asuntos humanos especialmente complejos.
En Tres de la Cruz Roja, Fernando Palacios se reencontró con Pedro Masó, el guionista y productor que le había dado la oportunidad de dirigir su primer largo: El día de los enamorados (1959). Esta comedia y la que nos ocupa son el testimonio perfecto de una etapa en la que el género, dentro de una estudiada comercialidad, seguía fórmulas muy precisas.
Pese a la humildad de su planteamiento, Tres de la Cruz Roja es la suma de muchas cosas. Tenemos un elenco idóneo, que actúa con sincronía impecable, un director que conoce bien sus herramientas, dos guionistas con un olfato muy entrenado ‒Vicente Coello y el propio Masó‒ y un músico que aún se cobra su peaje en el pop español, Augusto Algueró.
Ya ha pasado mucho tiempo desde su estreno, el 4 de diciembre de 1961, y sin embargo, la película aún conserva su eficacia. No es importante lo que sucede en pantalla, pero tengo la impresión de que transmite una alegría muy fácil de reivindicar.
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