Probablemente nombres como Carlo Gambino, Paul Castellano o John Gotti ‒algunos de los jefes más poderosos del crimen organizado‒ pasen desapercibidos para el gran público. No ocurre así con Al Capone, a quien todos identificamos como el gangster por excelencia. Gracias al cine y a la novela, lo asociamos con el contrabando de alcohol, las ametralladoras Thompson guardadas en fundas de violines y los tiroteos desde los estribos de los coches. Sin embargo, tras esa máscara idealizada, se oculta un personaje estremecedor y fascinante.
El propio Capone hizo un brillante manejo de las relaciones públicas para labrar su leyenda. Inmortalizado por Hollywood, este criminal fue un producto genuino de los turbulentos años veinte, cuando la Ley Seca convirtió el contrabando de licor en una espléndida fuente de ganancias. Unas ganancias que, como ya saben, sirvieron para cimentar el moderno crimen organizado en Estados Unidos.
Alphonse Capone nació en el neoyorquino barrio de Brooklyn en 1899, en el seno de una familia recién llegada de Nápoles. Ya en su adolescencia cumplió todos los requisitos para ser tachado de delincuente juvenil, y a finales de la década de los años diez, estaba en la nómina de la banda de Five Points.
Estos no eran delincuentes juveniles. Jugaban en primera división y su linaje se remontaba al primer tercio del siglo XIX, como recoge Herbert Ashbury en su maravilloso libro Gangs de Nueva York.
La cicatriz en su rostro fue el resultado de un navajazo durante una pelea. Esto le hizo merecedor del apodo de Scarface (Caracortada), un alias que se unió a otros usados durante su precoz carrera criminal, tales como Al Brown o Tony Capone.
Su vida tuvo un punto decisivo: la promulgación en 1919 (y la entrada en vigor en enero de 1920) de la decimoctava enmienda o Ley Volstead, conocida popularmente como la Ley Seca, que prohibió la producción, importación y consumo de bebidas alcohólicas.
El puritanismo de sus promotores culpaba a este consumo de todos los males imaginables. Con su desaparición, se auguraba el fin de la delincuencia y el amanecer de una nueva era de prosperidad moral.
La nueva legislación no produjo los resultados esperados aunque, en efecto, marcó una nueva era: la de los delincuentes ansiosos de enriquecerse a costa de la “sed” de los ciudadanos.
En 1919 Capone, con varios asesinatos en su haber, se trasladó a Chicago por petición de Johny Torrio. Su destino: trabajar como guardaespaldas de Big Jim Colosimo.
Torrio había sido un cabecilla de los Five Points. De ahí partía su relación con Capone. Viajó a la ciudad de los grandes lagos para trabajar a las ordenes de Colosimo, pariente político que controlaba una importante variedad de actividades ilegales, entre las que destacaban clubes y prostíbulos. Además, poseía importantes contactos con políticos locales, que utilizaban a sus matones para amedrentar a los rivales o deshacerse de ciertos candidatos.
Tras el asesinato de Colosimo, Torrio se hizo cargo de la organización, y pronto se convirtió en el mayor contrabandista de licor de la zona, encargando a Capone la supervisión del juego ilegal.
En ese momento, comenzó la ascensión de nuestro personaje hacia la cumbre. Estaba en el momento exacto: el comienzo de la prohibición. Y en el lugar exacto: Chicago. Probablemente se trataba de la ciudad más corrupta de los Estados Unidos, con las autoridades contaminadas por la maquinaria criminal: desde el policía de menor rango hasta el mismísimo gobernador del estado de Illinois.
La administración de justicia era prácticamente inexistente. La mayoría de los casos contra criminales no prosperaban, o eran desestimados, y las pocas causas que llegaban a juicio tenían posibilidades mínimas de acabar en veredictos condenatorios. La mayoría de los jueces eran corruptos y los jurados podían ser amenazados, sobornados o exponerse a ser asesinados.
A partir de 1926, la situación se hizo intolerable para cualquier ciudadano decente.
Licor, votos y balas
Al principio, el negocio del contrabando de licor era tan grande que todas las bandas sacaron tajada sin tener que recurrir a la violencia entre ellas, y esa tranquilidad contribuyó a que Capone pusiese en marcha sus excelentes dotes de gestor para convertirse en el número uno de Chicago.
En 1923, ese equilibrio se quebró, y comenzaron las hostilidades con otras bandas, principalmente irlandeses. En especial, la del Northside de Chicago, dirigida por el irlandés O’Banion, que aglutinaba a irlandeses, polacos y judíos.
Ya se imaginan lo que viene ahora. O’Banion fue asesinado en la floristería que regentaba en 1924 y se le prodigó un funeral digno de un estadista. Capone presentó sus respetos en forma de flores por valor de miles de dólares, aunque era un secreto a voces que había ordenado la ejecución.
George Hymie Weiss y George Bugs Moran, lugartenientes y sucesores del muerto, juraron venganza.
Capone escaló ese mismo año otro peldaño hacia la cumbre. El partido republicano, temeroso de una victoria del partido demócrata en las elecciones municipales en la vecina ciudad de Cícero, contrató a Al y a sus matones para revalidar sus cargos a cambio de carta blanca en sus actividades ilícitas.
Pese a que Torrio controlaba otras localidades y distritos de Chicago, Cícero era un plato nada desdeñable, ya que sus 70.000 habitantes la convertían en la quinta mayor ciudad del estado.
Además, Torrio se encontraba en Europa en ese momento y la acción de Capone reforzaba más su posición. Otro factor a tener en cuenta era la victoria de una alcalde demócrata en Chicago, que no compartía la tolerancia hacia los criminales de su antecesor republicano, lo que hacía recomendable la búsqueda de nuevos horizontes.
El día de las elecciones se desató la violencia contra los demócratas. Se sucedieron las coacciones, palizas y todo tipo de agresiones. Hubo que enviar refuerzos policiales desde Chicago, que se vieron envueltos en varios tiroteos, en uno de los cuales cayó un hermano de Capone.
Vencieron los republicanos, pero no entendieron que pactar con Capone era pactar con el diablo. Los criminales se convirtieron en el poder de facto en Cícero. Abrieron cientos de locales dedicados al vicio. Locales que funcionaban las veinticuatro horas y sin necesidad de disimular el tráfico de alcohol. Es más, Capone no tenía reparo en humillar y golpear al alcalde en público si se sentía desairado por él.
1925 fue el año en que el criminal conquistó del poder absoluto. Weiss y Moran organizaron diversos atentados contra Torrio y Capone. Éste sobrevivió, pero Torrio resultó herido. Tras ser dado de alta, concluyó que conservaría su vida si cerraba el negocio, así que cogió sus ganancias y abandonó Chicago, dejando a Scarface al frente de la organización.
El siguiente paso era acabar con la competencia y hacerse con su territorio.
Bandas como la de los hermanos Genna, que distribuían un licor de mala calidad que podía provocar ceguera o la muerte, fueron eliminadas y sus territorios asimilados, dejando a Weiss y Moran como los rivales principales de Capone.
La lucha por el control total de los bajos fondos elevó el saldo de víctimas de la violencia, además de sumar víctimas policiales y civiles inocentes.
Los atentados entre uno y otro bando eran constantes. Los objetivos eran variados, incluidos los conductores de los camiones que distribuían el licor hasta los Capone, Weiss y Moran.
Cada ataque era respondido con otro de represalia, y así sucesivamente. En uno de estos ataques fue abatido Hymie Weiss en 1926, respondiendo a uno en que Capone había salido ileso, ametrallado con sendas ráfagas de ametralladora Thompson.
Por otro lado, las ganancias brutas del gangster alcanzaban la cifra récord de 125 millones de dólares anuales, de los que un veinte por ciento se destinaba a sobornos.
El carisma de un criminal
Al Capone ocupaba una planta de uno de los más lujosos hoteles de Chicago, el Lexington. Tenía a su servicio un séquito permanente y sus propios hombres armados vigilaban el vestíbulo. Nadie podía acercarse al gran hombre sin que él lo autorizase.
En un intento de detener la lucha abierta entre las facciones en lucha, Capone convocó una suerte de conferencia en la cumbre, en el hotel Sherman, con el fin de eliminar disputas y hacer un reparto de zonas de operaciones para cada banda.
Moran y los otros aceptaron el reparto y un alto el fuego, con el fin de que la violencia no hiciera que se resintiesen las ganancias. La tregua duró unos seis meses. Al día siguiente, Capone se dirigió a la prensa, como si de un alto dignatario se tratase, manifestando que no podía permitir que los negocios se viesen contaminados por la violencia.
No obstante, su imagen se vio perjudicada por la muerte de un prometedor ayudante del fiscal del distrito, ametrallado mientras salía de un speakeasy, uno de esos locales secretos donde se servía licor.
Capone intentó establecerse en ciudades como Los Ángeles y Miami, pero lo que valía para Chicago era denostado por la alta sociedad de otras ciudades. Al igual que muchos mafiosos y narcotraficantes, siempre quiso cultivar su imagen como la de un compasivo hombre de honor, haciendo gala de una monumental hipocresía.
Tras el crack bursátil de 1929, fundó diversos comedores de beneficencia. Incluso se ofreció a resolver el secuestro del hijo del héroe de la aviación ‒y pronazi‒ Charles Lindberg mientras cumplía condena en los años treinta por evasión fiscal. Lo hizo a cambio de una reducción de la pena.
Debo aclarar que Scarface no estaba implicado en el caso. De hecho, él mismo manifestaba que la prueba de su buena voluntad en este caso era… ¡su probada honradez!
No obstante, es cierto que generaba simpatía entre parte de la población, hasta tal punto que su presencia en acontecimientos deportivos era celebrada con ovaciones espontáneas. Había incluso gente que le paraba por la calle para besarle la mano.
Capone era un maestro de las relaciones públicas y le gustaba describirse como una suerte de servidor público de los ciudadanos, dedicado a cubrir la demanda de la ciudadanía respecto al alcohol.
La matanza del día de San Valentín
Tras la fugaz tregua, volvió a recrudecerse el enfrentamiento entre Capone y Bugs Moran, su principal adversario. Capone organizó un seguimiento de su rival y se le localizó el 14 de febrero de 1929, día de San Valentín, en un garaje donde se organizaban entregas de licor. Los siete presentes fueron sorprendidos por la incursión de varios policías uniformados y detectives de paisano. Fueron puestos contra la pared, en lo que pensaban iba a ser un cacheo, y entonces fueron ametrallados por la espalda.
Entre los siete asesinados no estaba Moran, que llegó al lugar cuando el coche de los asesinos lo abandonaba.
Conocido como la matanza del día de San Valentín, es probable que este hecho supusiese el principio del fin del gangster. Nadie dudaba de la implicación de Capone y estallaron las críticas ante su impunidad.
La corrupta policía de Chicago tuvo que ponerse a investigar rápidamente para acallar el rumor de que los ejecutores habían sido sus propios agentes.
Los intocables de Eliot Ness
Las quejas de ciudadanos honrados, políticos, policías y periodistas que se resistían a corromperse llegaron a la mismísima Casa Blanca, y las autoridades federales pusieron en marcha una ofensiva en dos frentes contra Scarface.
En septiembre de 1929, el fiscal del distrito George Q. Johnson nombró al agente federal Eliot Ness jefe de la fuerza especial anti-Capone. Menos de la mitad de sus integrantes eran oriundos de Chicago.
Desde el momento en que se hizo pública la misión de Ness y sus hombres, comenzaron los intentos de soborno.
En cierta ocasión, un vehículo lanzó algo al asiento trasero del coche del agente federal, tras lo cual Ness saltó, pensando que le habían arrojado una bomba de mano. Al no producirse explosión alguna, comprobó que trataba de un paquete repleto de dinero y lo arrojó de vuelta al otro vehículo.
Su integridad y resistencia al soborno les valió el apodo de “Los Intocables”, alias salido de la pluma de un redactor del Chicago Tribune.
Los ataques de la fuerza especial sirvieron para interceptar numerosos envíos. Los hombres de Ness destruyeron ingentes cantidades de licor en los almacenes registrados. Mermó el alcohol que podía suministrarse y los ingresos de Capone se resintieron. Tanto es así, que sus ganancias llegaron a disminuir hasta en un ochenta por ciento.
Tales acciones colmaron la paciencia del gangster, quien ordenó atentar contra la vida del agente federal. Por suerte, falló en el intento.
En paralelo a las acciones de Ness, otra fuerza especial del Departamento del Tesoro investigaba las actividades económicas y declaraciones de impuestos de Capone. Menos famosos que Ness, los hombres del Tesoro ya habían tenido algún éxito al encarcelar a contrabandistas por evasión fiscal, en un país donde la legislación dejaba exentas de pago de tasas a las rentas con ingresos inferiores a los 5.000 dólares anuales.
Los agentes recopilaron pruebas durante dos años, con las que probaron que los ingresos del gangster superaban los cien millones de dólares anuales.
Estas pruebas condujeron a la detención de Capone en 1931, y en consecuencia, al desmantelamiento de Los Intocables.
En todo caso, las pruebas obtenidas por Ness y sus hombres fueron dejadas en reserva, ya que no eran totalmente concluyentes a la hora de vincular al detenido con el contrabando de alcohol.
El proceso se convirtió en toda una odisea. En un primer momento, los abogados de Capone pactaron la declaración de culpabilidad de su patrocinado a cambio de dos años de condena. Esto desató la ira del juez, que desestimó el trato y ordenó la repetición del proceso. También se designó un jurado que fue sobornado por los sicarios del gangster, pero el ardid fue descubierto y el jurado sustituido.
Finalmente, la justicia le impuso una condena de once años de prisión, que cumplió en las cárceles de Atlanta y Alcatraz. Coincidiendo con su ingreso en prisión, se le diagnosticó la sífilis, que probablemente contrajo a los veinte años.
La enfermedad perturbó gravemente su salud mental, y eso justificó su liberación en 1939 por motivos de salud.
Pasó los últimos años de su vida en Miami, siendo apenas una sombra de lo que fue, hasta su fallecimiento en 1947.
¿Por qué triunfó Capone?
El éxito de Capone se debió a sus dotes como organizador y al hecho de encontrarse en la plenitud de sus facultades. No en vano, su carrera en Chicago transcurrió cuando contaba entre veinte y treinta años de edad. Además, se añadía el factor suerte. Como ya dije, estaba en el momento correcto en el lugar correcto.
La instauración de la Ley Seca en Estados Unidos trajo consigo la percepción del consumo de licor como algo socialmente aceptable, y provocó una escalada de éste, ya que los consumidores tenían la visión de que estaban infringiendo una ley injusta que no dañaba a nadie.
Pese a que su procesamiento y condena se ajustaron a la legalidad –jamás fue procesado por los varios asesinatos que cometió–, Capone fue tratado como un chivo expiatorio por las autoridades.
Podemos argumentar que la ley volcó todo su peso contra él, en un intento de castigar la arrogancia e impunidad que había demostrado durante su carrera delictiva. Sin embargo, opino que las autoridades proyectaron sobre Capone las culpas de un mal que el propio sistema había creado. Me refiero a la instauración de la Ley Seca, y la implicación en casos de corrupción, a veces generalizada, de diversos cuerpos y estamentos oficiales.
Para colmo, la justicia sólo fue capaz de inculpar al enemigo público número uno de evasión fiscal. Con ello, quedaron impunes los asesinatos que cometió. Y eso que éstos no se limitan a los cometidos en sus años de sicario, ya que en 1929 volvió a reincidir. En esa ocasión, utilizó un bate de béisbol como arma homicida en un restaurante. Por cierto, esta escalofriante escena es la que Brian de Palma recrea magníficamente en Los Intocables (The Untouchables, 1987).
Pero, una vez más, la realidad supera a la ficción, ya que en ese restaurante Capone acabó a golpes con la vida de ¡tres hombres!
Otro de los males provocados por esa insensata ley fue que marcó el nacimiento del moderno crimen organizado en los Estados Unidos, llámese Mafia o Cosa Nostra.
Las ganancias conseguidas con él tráfico ilegal de licor sirvieron para encumbrar a una organización delictiva que, aún hoy en día, dista de estar derrotada.
La derogación de la Ley Seca en 1933 no fue un motivo de tristeza para los criminales, que se limitaron a reinvertir sus ganancias en campos que ya conocían, como el juego y la prostitución, o a explorar nuevos territorios, como el del tráfico de drogas. Lo que está fuera de toda duda es que, sin el dinero obtenido durante la prohibición, la situación de poder de la mafia sería distinta.
Además, Capone no pertenecía a esta organización. Probablemente por su origen napolitano, sólo era un delincuente que dirigía una banda, gang, de ahí el término gangster (gánster si usamos la palabra española).
Sin embargo, la organización de Capone fue heredada por hombres como Frank Nitti o Sam Giancana, quienes construyeron la familia mafiosa más poderosa de los Estados Unidos, con la única excepción de las cinco familias de Nueva York.
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