El serial Flash Gordon (1936), de Frederick Stephani, fue condensado y remontado para transformarlo en un largometraje titulado Rocketship (luego Atomic Rocketship para su versión televisiva) que se exhibió como complemento a las proyecciones del segundo serial, estrenado en 1938 a raíz del éxito del primero y que constó de quince episodios dirigidos por Ford Beebe y Robert Hill. Su título fue Flash Gordon´s Trip to Mars .
En esta ocasión, la Tierra se ve afectada por rayos de nitrón, que causan una disrupción caótica en las pautas climáticas. El doctor Zarkov descubre que la fuente de la amenaza es Mongo.
El científico, Flash y Dale junto con el periodista Happy Hapgood, abordan el cohete del primero y se ponen en camino. Sin embargo cambian su rumbo al detectar que los rayos en realidad provienen de Marte. Allí descubren que su viejo enemigo Ming está colaborando con la reina bruja Azura; uniéndose al príncipe Barin y los Hombres de Arcilla, los héroes se aprestan a combatir a los villanos.
Flash Gordon’s Trip to Mars se produjo en 1938, justo después del famoso programa radiofónico de Orson Welles dramatizando La Guerra de los Mundos. En un claro intento de rentabilizar la histeria «marciana», el serial forzó burdamente en el primer episodio el cambio de escenario, del habitual planeta Mongo a Marte.
Esta secuela mantuvo la misma línea que el primer serial. Sigue arrastrando los mismos problemas que lastraban a estas producciones de segunda, como una fotografía plana y unos encuadres rígidos.
Los mismos actores principales de la primera entrega vuelven a regalar interpretaciones igualmente mediocres. Larry «Buster» Crabbe continuó dando vida a un Flash estoico y resolutivo; Jean Rogers vuelve a encarnar a Dale Arden, ahora vestida con mayor recato tras haber atraído la atención de los censores del Código Hays (un organismo autoimpuesto por los estudios hollywodienses); Beatrice Roberts, que daba vida a la supuestamente seductora reina Azura no consigue superar su aspecto de ama de casa ataviada con cierto exotismo. Para colmo, al reparto se une la irritante presencia, teóricamente cómica, del periodista de molesta voz interpretado por Donald Kerr. El único que puede salvarse de la quema es Charles Middleton, quien construye un Ming crepuscular e inquietante.
A pesar de lo anterior, hay un sentimiento de maravilla que trasciende la mala factura del film. Los primitivos efectos especiales tienen su propio encanto: las escenas de cohetes petardeando por el espacio mientras dejan una estela o las festivas batallas espaciales tienen cierta inocencia connomedora.
Por otra parte, los escenarios (puentes de luz que conectan edificios, trenes que circulan por los túneles que separan los reinos marcianos) inspirados por una especie de medievalismo rococó y los vestuarios, son espléndidos habida cuenta del magro presupuesto con que hubieron de elaborarse.
Por otro lado, el guión, aunque sencillo, merece tal nombre –en el mundo del serial el argumento no era más que una excusa para unir momentos individuales de acción–. La aventura consigue así superar sus propias limitaciones y construir un mundo lleno de maravillas.
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Flash Gordon (1936), de Frederick Stephani
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Flash Gordon (1980), de Mike Hodges
Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.