Una vez que internet alcanzó su masa crítica, sus mecanismos de satisfacción empezaron a refinarse. Entre los impulsos espontáneos en la vida del ser humano, figuran el deseo de distinguirse y la producción de sentido. Por consiguiente, no debe extrañarnos que las redes sociales y otros recursos digitales también saquen provecho de esa proclividad.
¿Cómo cambia el mundo dependiendo de cómo nos lo presentan? Ahora que los adelantos tecnológicos lo permiten, ya podemos establecer comparaciones. Así, Pilar Carrera nos indica que la mediación es siempre crucial. «La distancia con la pantalla televisiva ‒escribe‒ era menor que la pantalla cinematográfica, y la distancia con la pantalla de un móvil o un ordenador es prácticamente nula».
Así pues, el análisis del empoderamiento digital y de eso que llamamos inteligencia colectiva nos permite añadir virtudes a un medio como Internet: un dispositivo interactivo, neutral ‒supuestamente, como matiza la autora‒, ajeno al poder político ‒ídem‒, en cuya génesis no percibimos el peso de las estructuras que dominan el mundo, pese a que estén presentes a lo largo y ancho de la red.
Por mucho que el entorno digital minimice la dicotomía entre lo que vivimos físicamente y lo que experimentamos a través de la pantalla, lo cierto es que el entusiasmo no debe cegarnos. Un modelo de negocio como Facebook, nos dice Carrera, viene a ser un un simulacro que también esconde un espacio de poder y autoridad. Al fin y al cabo, añade, «el ocio y la comunicación son parte esencial en la creación de valor».
Los dicho hasta aquí conduce de forma inexorable a fenómenos como el gregarismo digital, la poco espontánea viralidad, y en especial, la dichosa posverdad.
Frente a otros pensadores más nostálgicos, que añoran una prensa idealizada en contraste con la libre circulación de fake news, Pilar Carrera sostiene que resulta tramposo postular un pasado utópico en el que la verdad habría resplandecido en los medios de comunicación de masas. De hecho, nos dice, apelar a los hechos como antídoto para la posverdad equivale a considerarlos como entidades ajenas al discurso, y por consiguiente, desprendidas del hilo de un viaje de ida ‒el propio discurso‒ sin posible vuelta.
Entre otras muchas conclusiones de interés, Basado en hechos reales insiste en algo que los utopistas digitales prefieren ignorar: Internet es una estructura de poder, y en este sentido, cada uno de sus actores sirve a un ideario y tiene una agenda. Más o menos igual que sucede con la fotografía o el documental, dos fórmulas artísticas e informativas que también filtran y acomodan su manera de «mostrar los hechos».
Con gran vigor intelectual y un atinado manejo de las fuentes, Pilar Carrera condensa en estas páginas una certeza, y es que las nociones político-discursivas siempre estarán presentes en cualquier representación. No lo olviden: la «ideología de la transparencia» siempre es engañosa.
Sinopsis
Este libro analiza lo que la autora define como «sociedad sin espectáculo». Bajo esta denominación se abordan cuestiones como la emergencia del fake, las estratagemas de la posverdad o las relaciones entre discurso y acción. Un aspecto fundamental es el de las funciones discursivas (y políticas) de la expresión «basado en hechos reales» y fórmulas afines, a través de las cuales la retórica documental se inscribe en la ficción para crear un simulacro de transparencia. Se abordan también las relaciones entre fotografía y política o los discursos dominantes sobre Europa o la maternidad. El objetivo es poner en escena, desde distintos ángulos, la lógica sobre la que se forja el imaginario digital y sus implicaciones para el individuo-ciudadano y el funcionamiento de la democracia.
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