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Hablemos de hablar

Un viejo y tópico consejo periodístico sostiene que los noticieros han de ocuparse de los aviones que sufren accidentes y no de los que llegan felizmente a destino a la hora prefijada. Es la esencia paradójica del periodismo, que consiste en ocuparse periódicamente –la palabra lo proclama– es decir ordinariamente, sólo de asuntos extraordinarios.

Esta ansiosa necesidad se suele fundir con cierta retórica del atropello verbal y de la rapidez en el acto de saber. Todo periodista ha de mostrar a sus lectores o escuchas que lo sabe todo en tiempo real, hasta el punto de narrar una batalla que aún no ha concluido. En efecto, este deslizamiento tiene su lugar en el arte retórico. Se llama hipálage y consiste en denominar algo no por ello mismo, sino por otro algo cercano. Describo un solo caso: decir sociológico por social. Cuando se habla de mayoría sociológica queriendo significar la mayoría de la población, se está diciendo otra cosa: la mayoría de los sociólogos, que son, en realidad, un puñado de especialistas, una minoría profesional.

El tiempo real se conecta con otra figura que empieza a imponerse en los mensajes: la diferencia entre realidad virtual y realidad real, la que aparece en las pantallas de ordenador y toda la otra que vaya a saber uno en qué consiste. Pues bien: lo de realidad real es un vicio lógico que se conoce como pleonasmo o redundancia. La realidad real nos permite preguntarnos: ¿hay alguna realidad que no sea real? ¿Hay alguna blancura que no sea blanca, alguna dulzura que no sea dulce? Una mentira difundida por las redes sociales no será nunca veraz, pero puede convertirse en verídica a fuerza de estar construida como verosímil, con lo que volvemos a la dichosa hipálage.

Siguiendo al discurso periodístico, la realidad a la que alude tiene una constante bélica. No digo que en el mundo no haya guerras, ni que la especie humana haya perdido alguna vez –alguna vez felicísima y utópica– la costumbre de hacer la guerra. Digo que la guerra ocupa su lugar, pero está lejos de ocuparlos todos. Así pareciera ocurrir cuando se abunda en bombardeos, arrasamientos, dinamitaciones, aniquilamientos, aplastamientos, vanguardias, retaguardias, ataques, defensas y suma que sigue.

¿Es correcto decir que un partido político ha obtenido un triunfo arrasante porque recibió muchos más votos que los demás? Arrasar es aplastar o poner algo a ras del suelo, en cuyo caso los otros partidos no tendrían votos, dejarían de existir, lo que no ha sucedido.

Entre China y Estados Unidos hay una guerra comercial pero vamos a ver: ¿hay guerra o hay comercio? Porque ambas cosas son incompatibles.

En materia jurídica, campo donde la palabra es extremadamente sensible porque, con justicia y nunca mejor dicho, en el derecho la materia y la forma son la palabra, los deslizamientos chirrían y no hay manera de aceitarlos. A los jueces se les adjudican dictámenes cuando, precisamente, lo que nunca hace un juez es dictaminar, que significa aconsejar. Un juez puede decidir, decretar, ordenar o sentenciar pero jamás dictaminar. Lo mismo en cuanto a veredicto, que es la parte de la sentencia penal que estima la culpa o su ausencia en el procesado. En el juicio por jurados, el veredicto es obra de dicho jurado y no del juez, que se limita a estimar la pena, si es que cabe penar.

Más aguda es la abusiva referencia a los inocentes. Se supone la no culpabilidad de todo sujeto, conforme a un fundante principio liberal y, en consecuencia, lo excepcional y probable de su culpa, pero con esto nada tiene que ver la inocencia. Inocente es un menor o un incapaz mental, quien no puede distinguir el mal del bien. Cuando a un acusado se lo absuelve, en rigor lo que se declara es su no culpabilidad, pero no su inocencia, pues si es imputable puede haber cometido un delito y la falta de culpa sólo significa que no ha sido probada, no que objetivamente no exista. Al Capone era un mafioso hecho y derecho, tanto que sólo pudo ser procesado por no pagar impuestos. De inocente tenía poco.

Moraleja: no dejemos de hablar, ya que el habla es uno de nuestros atributos como especie. Pero hablemos la misma lengua y con el cuidado que ella merece. Y que también demanda.

Imagen superior: Pixabay.

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Blas Matamoro

Ensayista, crítico literario y musical, traductor y novelista. Nació en Buenos Aires y reside en Madrid desde 1976. Ha sido corresponsal de "La Opinión" y "La Razón" (Buenos Aires), "Cuadernos Noventa" (Barcelona) y "Vuelta" (México, bajo la dirección de Octavio Paz). Dirigió la revista "Cuadernos Hispanoamericanos" entre 1996 y 2007, y entre otros muchos libros, es autor de "La ciudad del tango; tango histórico y sociedad" (1969), "Genio y figura de Victoria Ocampo" (1986), "Por el camino de Proust" (1988), "Puesto fronterizo" (2003), Novela familiar: el universo privado del escritor (Premio Málaga de Ensayo, 2010) y Cuerpo y poder. Variaciones sobre las imposturas reales (2012)
En 2010 recibió el Premio ABC Cultural & Ámbito Cultural. En 2018 fue galardonado con el Premio Literario de la Academia Argentina de Letras a la Mejor Obra de Ensayo del trienio 2015-2017, por "Con ritmo de tango. Un diccionario personal de la Argentina". (Fotografía publicada por cortesía de "Scherzo")