Rudyard Kipling siempre ha sido considerado como el abanderado del imperialismo británico. Parece cierto que lo fue y sería absurdo negarlo, pero también es posible que su postura no sea tan trivial como la presentaron y como la presentan sus adversarios.
Según parece, Kipling, nacido y criado en la India, tuvo como idioma de infancia el hindi o el pakrito u otra de las lenguas de la India, que le enseñaron sus criadas hindúes. Cuando su familia regresó a Inglaterra, él se reeducó a la manera inglesa, con ciertos problemas entre sus compañeros, creo recordar, que lo consideraban algo así como un pequeño salvaje.
Todo esto lo cuento de memoria y es muy posible que me equivoque en algunos detalles. En cualquier caso, no es difícil descubrir que algunos relatos de Kipling encierran una metáfora no muy encubierta de su propia vida. Pienso ahora en El libro de la selva y en El hombre que pudo reinar.
En El libro de la selva, un niño humano es criado por los animales de la jungla y finalmente regresa a la aldea. Es una narración deliciosa que cada cual puede interpretar a su manera, pero que no es tan simple como el resumen que yo he hecho aquí.
En El hombre que pudo reinar, llevada al cine en una película extraordinaria por John Huston, con una actuación inolvidable de Sean Connery y de Michael Caine, dos aventureros ingleses buscan un lugar mítico relacionado con las conquistas de Alejandro en la India. El actor Christopher Plummer interpreta al propio Rudyard Kipling.
Sean Connery, como Danny, es reconocido por los descendientes de Alejandro, que viven desde hace siglos en un lugar inaccesible, como un dios, pero, en vez de aprovechar las riquezas encontradas, se dispone a convertirse en lo que en historia de las religiones se llama un héroe civilizador.
En las dos historias, El libro de la selva y El hombre que pudo reinar, pero también en Kim de la India, se encuentra un planteamiento más complejo de lo que se suele creer acerca de la cultura y de la obligación de trasmitirla.
Rudyard Kipling consideraba que Gran Bretaña representaba a la cultura más desarrollada en aquel momento y que una de sus obligaciones era trasmitir esa cultura a otros pueblos.
Naturalmente, esta opinión nos resulta hoy en día demasiado etnocentrista, eurocentrista y anglocentrista. Imperialista y colonialista, si queremos añadir todos los adjetivos. Pero tal vez no es peor que la postura hoy popular de los relativistas culturales, que sostienen que esa imposición intercultural no se debe producir, pero que sí se debe aceptar la imposición intracultural: es decir que quienes nacen en una cultura deben ser dejados a merced de lo que en ella suceda, es decir, a merced de los tiranos, de los maltratadores y de los poderosos. Quizá los futuros historiadores los juzguen con tanta o más dureza que al imperialista Kipling.
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