El dúo cómico es una de las instituciones más asentadas y populares del mundo del espectáculo. Nacido en el mundo del music-hall británico y el vaudeville norteamericano de finales de siglo, su dinámica es harto conocida: una pareja de personajes de edad similar, mismo origen étnico y profesión, pero con personalidades y comportamiento muy diferentes cuando no opuestos; mientras el uno se muestra razonable y serio, el otro es expansivo, quizá menos educado pero más divertido. Por supuesto, esto no es una regla inmutable y abundan las variaciones, pero el humor siempre emana de la desigual relación que se establece entre ambos. Los ejemplos de parejas cómicas en todos los ámbitos del entretenimiento son demasiado abundantes para reseñar siquiera una pequeña parte, pero seguro que el lector conoce a alguna de las más famosas: Abbot y Costello, Laurel y Hardy, Bob Hope y Bing Crosby, Jerry Lewis y Dean Martin, Gene Wilder y Richard Pryor, Astérix y Obélix, Mortadelo y Filemón, Jay & Silent Bob, Tip y Coll, Faemino y Cansado…
En el ámbito de la ciencia-ficción patria también podemos encontrar ejemplos de dúos cómico/satíricos. Uno de ellos es Burton & Cyb, obra de Antonio Segura y José Ortiz; otro, más antiguo y menos recordado de lo que se merece, fue Clarke y Kubrick, hijos literarios de Alfonso Font.
Cualquier aficionado al cómic de este país debería saber que Font es uno de los autores más versátiles y capaces con que contamos en España, un narrador de historias al estilo clásico que ha tocado todo tipo de temas en sus tebeos y siempre de forma tan profesional como amena: la aventura (John Rohner), la intriga periodística (Taxi), la serie negra (Privado), la crónica social más descarnada (Historias negras), la caricatura humorística (la tira de Federico Mendelsohn Bartholdy), el relato histórico (Bri D’Alban) y, desde luego, la ciencia-ficción. A este último género, como autor completo (esto es, responsabilizándose de guión y dibujo), se ha aproximado Font de diferentes maneras: las historias cortas con mensaje (Cuentos de un futuro imperfecto), la aventura (El prisionero de las estrellas) o la comedia, como es el caso que ahora nos ocupa.
Clarke y Kubrick (los homenajes implícitos en sus nombres no requieren explicación adicional) vieron la luz en la revista mensual 1984 en el año 1980, como parte de una serie genérica titulada Cuentos de un futuro imperfecto, compuesta de relatos autoconclusivos. «Lluvia» fue la historieta en la que se presentaba la pareja, cuyas andanzas, ya como protagonistas, pasaron luego a la revista Rambla antes de finalizar en Cimoc su primera etapa, en la forma de historias cortas a todo color. En esa misma revista sus peripecias saltaron al formato de aventuras largas, de las cuales se serializaron tres, aunque solo llegarían a aparecer dos álbumes: Clarke y Kubrick, Espacialistas Ltd (recopilando seis historias cortas a color) y Los estafadores (primero de sus relatos de mayor duración). Las otras dos fueron El amo del mundo (que sí disfrutó de edición en álbum en Francia) y La reserva de los locos, hoy disponibles en la red en formato cbr gracias al trabajo de esforzados fans.
Clarke y Kubrick son espacialistas, un eufemismo para referirse a simples currantes a los que se contrata para los trabajos menos deseables. No hay aquí batallas espaciales contra maléficos imperios galácticos, rescates de bellas princesas, encuentros con alienígenas hostiles, búsquedas épicas por toda la galaxia o heroicos cosmonautas. No, aquí de lo que se trata es de monitorizar el clima en un planeta desierto, realizar un turno de vigilancia en una aislada estación espacial, recoger muestras minerales del inmenso océano de un planeta, transportar cualquier mercancía intrascendente o negociar aburridos tratados comerciales con especies alienígenas.
Nada hay de glamour y aventura en los encargos de la pareja… aparentemente. Porque ambos resultan tener un talento muy especial para aceptar trabajos enloquecidos o acabar complicando algo que a priori parecía sencillo, debiendo hacer frente a robots fanatizados, ordenadores con mala leche, planetas con un clima criminal, alienígenas chiflados o estafadores, militares demasiado amantes de su trabajo… Eso sí, la misma habilidad que demuestran para meterse en líos la aplican para sobrevivir una y otra vez, aunque no siempre sepamos bien cómo.
Las aventuras largas de la pareja tienen un mayor desarrollo, lo que les permite despegarse de la simple anécdota o el golpe de humor meramente situacional sin perder un ápice de ironía y crítica social. En Los estafadores (quizá la más floja de las aventuras por la impresión que transmite de ser una anécdota alargada más allá de lo necesario), los protagonistas se ven envueltos en las intrigas comerciales de una gran corporación que pretende apoderarse a precio de risa de los recursos de otro planeta, cuyos habitantes resultan ser menos ingenuos de lo que aparentan; en El amo del mundo, emprenden una vertiginosa persecución por la corriente temporal a la caza de un criminal; y en La reserva de los locos se encuentran atrapados entre una burocracia sofocante y unos militares cuya eficiencia está a la altura de su estupidez y que centran sus esfuerzos en diseñar armas tan invencibles como incontrolables.
Ya sean historias cortas o aventuras largas, su humor se apoya principalmente en el choque de personalidades, la contraposición de caracteres (Clarke es tranquilo, maduro y sensato mientras que Kubrick es impulsivo y bocazas) y, sobre todo, en los diálogos: hilarantes y abundantes intercambios verbales en los que Font demuestra su pericia en un campo tan difícil como la comedia; divertidos y al tiempo inteligentes, cotidianos y verosímiles, pero al tiempo elegantes y sin necesidad de recurrir al taco o la expresión soez. La amplia gestualidad física ‒a veces bordeando la caricatura‒, diatribas verbales y desbordante humanidad de los protagonistas nos hacen olvidar que están construidos según los arquetipos mencionados al comienzo. Los personajes secundarios están igualmente bien diseñados, tanto gráfica como conceptualmente, demostrando el talento creativo de Font.
Sobre el dibujo, poco añadiré a lo ya comentado en una entrega anterior: sólido, de corte clásico sin renunciar a una personalidad propia, con gran agilidad narrativa, sin caer en alharacas ni exhibicionismos. Font demuestra ser capaz de diseñar un futuro ligeramente distópica mediante esos policías forrados de equipo militar con aspecto amenazador y las ciudades grandes, populosas y que no sugieren una cómoda habitabilidad. Su capacidad de recrear cualquier ambiente sumerge al lector con facilidad ya sea en un planeta alienígena, un ático de lujo, una nave de carga o los barrios bajos de una gran metrópoli. Vestuario, artefactos, vehículos o estructuras huyen de la estilización y la pulcritud higiénica tan común en la ciencia-ficción clásica para asentar su diseño en modelos creíbles. En este enfoque realista y sucio se deja notar en este aspecto la influencia de películas como Alien, el 8º pasajero (1979).
Ciertamente, estamos ante una serie anclada en los años ochenta y el futuro que propone está referido más a presupuestos del pasado imaginados por autores aún más antiguos que a una auténtica extrapolación de lo que en pocos años pasaría a ser parte de la vida cotidiana. Hay colonias mineras fuera del Sistema Solar y viajes hiperlumínicos, pero Internet no aparece por ninguna parte; los adolescentes siguen jugándose los cuartos en los salones con máquinas de videojuegos de diseño cutre, pero los omnipresentes teléfonos móviles de hoy brillan por su ausencia. En mi opinión, aunque llamativo, no es este un defecto grave porque, al fin y al cabo, la misión del autor es entretener y/o mover a la reflexión contando una historia, no ejercer de profeta.
Por último, quisiera resaltar también los homenajes que el autor introduce en sus historias a los grandes del género: Asimov (los diversos robots con neurosis diversas), Julio Verne ( el viajero virtual Pheleas Poch), Arthur C. Clarke (el puñetero y sabihondo ordenador de «Lluvia»), Lovecraft (las criaturas horrendas de «Proyecto Uve») o Edgar Allan Poe (en uno de cuyos relatos se apoya «La reserva de los locos»).
En resumen, historias bien contadas, entretenidas, en las que se mezcla el humor, la aventura y la crítica social, envueltas en un notable trabajo gráfico que merece la pena recuperar. ¿Para cuándo un volumen «integral» recopilando todas sus aventuras?
Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.