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«El último hombre» (1826), de Mary Shelley

Mary Shelley retomó el género de ficción futurista con El último hombre, cuya acción la autora sitúa entre los años 2070 y 2100. La mayor parte de la historia es un relato romántico muy del gusto de la época, donde se narra en primera persona la historia del ascenso y caída de las fortunas de un grupo de amigos, un melodrama dominado por los sentimientos encendidos y la idealización de conceptos como el amor, el patriotismo o la devoción filial.

Sin embargo, la segunda parte del libro adopta un tono muy diferente, convirtiéndose en una pesadilla apocalíptica en la que el mundo es barrido por catástrofes naturales y una epidemia contra la que no existe cura.

Lionel Verney, el narrador, y su hermana Perdita, son los hijos de un diletante personaje, amigo del rey de Inglaterra, que hubo de huir de los ambientes cortesanos por deudas de juego antes de suicidarse. Criados en los montes de Cumberland, aislados de la sociedad y albergando un profundo resentimiento hacia la familia real, viven unos tiempos en los que se abole la monarquía en el país para dar paso a una república. El hijo del rey, ahora simplemente conde, es un joven llamado Adrian, quien parece satisfecho con el nuevo orden de la cosas y rechaza cualquier pretensión a la corona oponiéndose a los deseos de su ambiciosa madre. Adrian se traslada al campo, donde conoce a Lionel, a quien toma bajo su protección por deferencia al afecto que unió a los padres de ambos. Los muchachos forjarán una profunda amistad de la que el más beneficiado será Lionel, quien sale de su embrutecedora existencia para pasar a disfrutar de la filosofía y la serenidad de espíritu en un ambiente pastoril.

El tercer personaje de peso es Lord Raymond, un noble que había alcanzado la gloria militar gracias a su participación en el conflicto que enfrenta a Grecia y Turquía. De vuelta en su Inglaterra natal, renuncia a sus ambiciones políticas para casarse con Perdita, la hermana de Lionel. Por su parte, éste contrae matrimonio con Idris, la hermana de Adrian. Toda la primera mitad del libro se centra en desarrollar las relaciones entre los personajes a lo largo del tiempo y sus plácidas y felices vidas en el campo. La crisis que sobreviene a la pareja de Raymond y Perdita marca el comienzo del oscurecimiento en el tono de la novela. Cuando aquél se convierte en Protector de Inglaterra dispuesto a llevar a cabo mil proyectos reformistas, reaparece en escena un antiguo amor suyo. El nefasto triángulo amoroso mina el aguante de todos sus intervinientes. Raymond renuncia a su puesto y huye a Grecia para morir combatiendo durante la conquista de Constantinopla por los griegos.

Una peste originaria de Asia avanza implacable hacia Occidente y durante siete años golpea a la humanidad hasta ponerla al borde de la extinción. La sociedad y sus instituciones se desintegran y las formas de vida, los valores y todo lo que se daba por sentado se pierde, las ciudades se abandonan y los movimientos de refugiados provocan invasiones y guerras. No arruino el final ‒ya se encarga el título de hacerlo‒ al decir que la narración termina con un solo hombre en la tierra, un superviviente solitario como único testigo del final de una civilización y una especie. La novela se cierra con una elegía con la que Shelley simbolizaba en realidad su pena por la pérdida de su marido y amigos.

Porque, de hecho, los personajes principales de este precursor de las novelas post-holocausto están total o parcialmente inspirados en amigos muy cercanos a la autora.

Mary Shelley formaba parte de un círculo de amistades que incluía a Lord Byron y Percy Bysshe Shelley, con quien se acabaría casando. Como contamos en un artículo anterior, fue durante unas vacaciones que pasaron juntos en una villa junto al lago Leman cuando Mary concibió su célebre Frankenstein. Sin embargo, aquel idílico estilo de vida no duró mucho. En 1822 Percy Shelley murió ahogado durante una tormenta que hizo zozobrar su bote. Aquel mismo año, un accidente con su carruaje casi le costó la vida a Mary y sólo dos años después, su hermanastra y la ex-mujer de Percy se suicidarían, al tiempo que Lord Byron fallecía tras caer enfermo mientras combatía en Grecia contra los turcos al lado de los helenos.

Mary siempre había querido publicar una biografía de su marido, pero su suegro se lo prohibía terminantemente, por lo que decidió insuflar su personalidad en uno de los protagonistas, el utópico Adrian, conde de Windsor, que supera su naturaleza enfermiza y algo retraída para convertirse en un heróico líder que dirige a sus seguidores en busca de un paraíso natural para terminar muriendo ahogado durante una tormenta. El poeta Lord Byron está claramente representado en Lord Raymond y sus luchas al lado de los griegos. Así, El último hombre sirve como tributo a los amigos ya fallecidos de Mary y explora sus propios sentimientos de pérdida, tristeza y aislamiento que le causaron las muertes de todos ellos.

La novela se ha interpretado asimismo como una reacción contra el Romanticismo, tanto en su vertiente literaria como política. Bajo este prisma, la peste sería una metáfora: el utópico y revolucionario mundo al que dan forma las mentes de un pequeño y elitista grupo, acaba corroído por los aspectos más negativos de la naturaleza humana. Ni los elevados ideales ni las profundas pasiones consiguen salvarlos de su horrible destino. Mary Shelley no coloca a la humanidad en el centro del universo, sino que cuestiona la idea de que tenga una relación privilegiada con la naturaleza, atacando la fe de la Ilustración en la inevitabilidad del progreso gracias al esfuerzo colectivo. Se trata de una visión que posteriores autores de ciencia-ficción se encargarán de explorar y retorcer hasta agotarla.

En cuanto a los elementos de ciencia-ficción propiamente dicha, parece que Shelley encontró inspiración en una novela anterior, Le Dernier Homme, escrita en 1805 por Jean-Baptiste Cousin de Grainville y traducida un año después a la lengua inglesa.

El futuro que plantea la escritora, aunque lejano, es descrito en los arcaicos términos del siglo XVIII, no diferenciándose demasiado del mundo contemporáneo de Shelley: la gente sigue desplazándose a caballo, los sistemas políticos funcionan de forma muy parecida a los del siglo XIX y la tecnología no ha avanzado prácticamente nada. El único elemento que despunta en este sentido es la utilización de globos o dirigibles como veloces medios de transporte, una imagen que se adelantó a los más conocidos relatos de Julio Verne en cuarenta años. Algunos otros detalles, sin embargo, resultan llamativos. Por ejemplo, la autora tuvo la suficiente visión como para imaginar que el conflicto entre cristianos y musulmanes continuaría sin resolverse al cabo de doscientos años y que el mundo del futuro no estaría a salvo de catastróficas epidemias, si bien no sugiere en ningún momento que la plaga tenga su origen en manipulaciones humanas.

Es la descripción de las consecuencias de la implacable enfermedad lo que hace de la segunda parte del relato una narración al tiempo poderosa y evocadora. Con excepción de Verney, nadie resulta perdonado por la peste y se suceden los episodios en los que se refleja la impotencia de la raza humana enfrentada a un enemigo contra el que no puede combatir. Las escenas de horror aumentan en número e intensidad a medida que el relato avanza. Las ciudades se vacían y adquieren una pátina de belleza y misterio evocadora de grandezas pasadas. Shelley incluso plasma el desprecio que le despierta el fanatismo religioso del que se aprovechan charlatanes autonombrados profetas para dirigir a las masas en los momentos más difíciles, algo que tampoco nos es desconocido en la actualidad.

El relato presenta también algunas debilidades nada desdeñables. Quizá la más llamativa es que, en una historia que cuenta la destrucción de la humanidad por una enfermedad, uno podría esperar una descripción de los síntomas de la misma y de lo que el enfermo experimenta, física y mentalmente. Sin embargo, Shelley presta muy poca atención a este aspecto más allá de mencionar la fiebre y una muerte rápida. Se podría pensar en la peste neumónica, una mutación de la bubónica que se transmite por el aire y que puede matar a una persona en cuestión de horas, pero la autora no da pistas sobre ello.

También puede resultar algo molesto la costumbre de Shelley de describir el resultado de una acción antes de relatar ésta. El protagonista siente angustia e infinita tristeza, pero no es hasta más adelante cuando se nos revela el motivo. Comoquiera que ya sabemos que algo malo va a suceder, la lectura pierde suspense en favor de un tono crecientemente depresivo.

En el haber de El último hombre, podemos mencionar que el lenguaje que Shelley despliega en El último hombre es más preciosista y sugestivo ‒aunque también más difícil de abordar‒ que el que utilizó en Frankenstein. Además, quizá debido a las trágicas pérdidas que sufrió en su vida, la autora consigue expresar a la vez con belleza y sentimiento la angustia que le produce la pena por los buenos momentos perdidos en compañía de sus seres amados.

El último hombre fue una novela mucho más ambiciosa de lo que había sido Frankenstein y en ella Shelley volcó un mayor esfuerzo formal y emocional. Es por ello que las críticas negativas que recibió la sorprendieron y decepcionaron al mismo tiempo. Se acusó al relato de ser excesivamente cruel y enfermizo y es por ello que el libro, difícilmente clasificable en ningún género de ficción literaria, permaneció en el olvido, a la sombra de Frankenstein, hasta que algunos académicos la recuperaron en la década de los sesenta del siglo XX, quizá debido a que los temas que trataba (la destrucción ecológica, las epidemias y la frágil y efímera existencia de la civilización humana) volvieron a cobrar relevancia.

Mary Shelley murió a la edad de 53 años, después de casi tres décadas de solitaria viudez.

Como nota final, comentaré que 2008 se produjo una adaptación cinematográfica de la obra (The Last Man, de James Arnett), aunque las perspectivas no parecen muy prometedoras. El libro trágico y evocador de Shelley se convierte en lo siguiente: Lionel Verney es camillero de hospital en Tucson, Arizona y sueña con jugar algún día al béisbol profesional. Cuando un virus producto de la manipulación genética se extiende por el planeta infectando a toda la humanidad, Verney se encuentra con que su cuerpo es inmune a la enfermedad. El protagonista tendrá que aprender a sobrevivir entre las ruinas del mundo del siglo XXI y evitar a los desfigurados enfermos que se han transformado en caníbales. No parece que quede mucho del tono elegíaco y romántico de la escritora inglesa.

Edición revisada: El último hombre (Mary Shelley). Ediciones El Cobre. 2007. 523 págs.

Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción y editado en Cualia con permiso de su autor. Reservados todos los derechos. 

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".