A pesar de sus continuos cambios de reparto y volantazos argumentales, la serie Andrómeda demostró ser uno de los programas televisivos de ciencia-ficción más resistentes de comienzos del siglo.
Años después de su cancelación, aún es emitida por muchos canales por cable norteamericanos. Lo único que siente Kevin Sorbo, su productor ejecutivo y principal protagonista, es no haber sido capaz de transformarla en una franquicia al estilo de Star Trek. Sorbo también se quejaba de la falta de una promoción adecuada por parte de la productora, pero así y todo, la serie sobrevivió cinco años, confundiendo a los críticos que la crucificaban calificándola de pretencioso caos espacial .
La historia comienza en una galaxia en la que humanos y alienígenas coexisten pacíficamente agrupados en una suerte de alianza interplanetaria conocida como Mancomunidad. A primera vista es similar a la Federación de Planetas de Star Trek, pero el futuro que se plantea es en realidad muy diferente. En primer lugar, la Mancomunidad no está centrada en la Tierra. De hecho, nuestro planeta ocupa en ella un lugar muy marginal y su afiliación se produjo miles de años después de que fuera creada aquélla a partir de la evolución del Imperio Vedrano. Y en segundo lugar, el futuro de Andrómeda no transcurre en los días gloriosos de la Mancomunidad, sino trescientos años después de que ésta se desintegrara.
Efectivamente, los responsables del cataclismo que golpea a la gran organización galáctica son los codiciosos nietzschianos (inspirados en las teorías del filósofo alemán del siglo XIX, aderezadas con pinceladas del pensamiento de la novelista de derechas de origen ruso Ayn Rand): una raza humana guerrera que aspira a la perfección a través de la eugenesia y que creen que en que la consecución del poder, individual y colectivo, es el principal objetivo a seguir en la vida. Todo lo que se haga para obtenerlo, está justificado. Así, en el convencimiento de que el resto de razas y especies no son suficientemente dignas como para gobernar la galaxia, efectúan un ataque por sorpresa con el fin de imponer su supremacía. El capitán Dylan Hunt, al mando de la nave Andrómeda Ascendente, se ve envuelto en la primera batalla y trata de advertir a la Mancomunidad. Evacúa al resto de la tripulación, pero él mismo y la nave acaban congelados en el tiempo al caer en el pozo gravitatorio del horizonte de eventos de un agujero negro.
Trescientos años más tarde, otra nave, la Eureka Meru, al mando de Beka Valentine (Lysa Ryder), una temperamental mercenaria, hija de un contrabandista y excepcional piloto, encuentra y rescata a la Andrómeda. Beka reclama la propiedad de la nave, a lo que Dylan se niega. En cambio, consigue convencerla para que se una a él como primer oficial al frente de su pintoresca tripulación: Harper (Gordon Michael Woolvett), único terrestre del grupo e ingeniero bromista, con un implante neural que le permite conectarse con las computadoras; Trance Gemini (Laura Bertram), una alienígena de piel púrpura, cola prensil y misteriosos poderes ‒es el opuesto de Harper, inútil con las máquinas, pero con una especial afinidad con todos los seres vivos‒; Rev.Bem (Brent Stait), un Magog, cruce entre un demonio con cara de murciélago y perro infernal, que ha renunciado al salvajismo propio de su especie para abrazar una religión pacífica de corte místico; y Tyr (Keith Hamilton Cobb), un musculoso guerrero nietzscheano, último superviviente de su clan y especialista en armamento. Y, coordinándolo todo, la inteligencia artificial de la Andrómeda Ascendente, Rommie, (Lexa Doig), tan sofisticada que hace de la nave un auténtico ser vivo.
Al principio se manifiesta en dos formas: como holograma y como rostro en una pantalla. Pero Harper no tardará en crear un androide o avatar en el que la nave puede depositar parte de su conciencia e interaccionar directamente con otros personajes.
Con una actitud reminiscente a la de una eficiente mujer de negocios, el androide Rommie disfruta también de gran belleza (además de ir escasamente vestida) y a menudo cuestionará los auténticos motivos que tuvo Harper para darle ese diseño físico, aunque su atractivo sexual se convertirá en un arma más cuando comienza a desarrollar cierto interés emocional por Dylan Hunt.
A Dylan le lleva algún tiempo acostumbrarse a su nuevo mundo. «Todos los que conocí, todo mi mundo, se ha ido», se lamenta con desesperación. Durante los trescientos años que han pasado desde su congelación, la Mancomunidad se ha desintegrado. El ataque de los nietzschianos no llevó a fortalecimiento alguno. Todo lo contrario. En una secuencia muy similar a la de la caída del Imperio Romano, tras una guerra civil se produjo una invasión de los Magog, sanguinarios depredadores que se alimentan de sus víctimas al tiempo que utilizan sus cuerpos como incubadoras vivientes de sus huevos. Además, la desaparición de la Mancomunidad ha desatado una interminable rivalidad trufada de enfrentamientos genocidas entre los distintos clanes nietzschianos y aislamiento y autarquía del resto de especies. Como en la Edad Media, todo progreso intelectual y tecnológico se ha detenido mientras la violencia asola la galaxia.
La Andrómeda Ascendente, a pesar de su edad, continúa siendo una nave de guerra excepcional, equipada con bombas Nova, suficientemente poderosas como para destruir planetas. A bordo de ella, Dylan y su nueva tripulación emprenden una ambiciosa misión: viajar de planeta en planeta para levantar de nuevo la Mancomunidad y enfrentarse a las amenazas que surjan por el camino.
La serie estaba basada en un guión de mediados de los setenta escrito por Gene Roddenberry, creador de Star Trek. El nombre de Dylan fue tomado de uno de sus telefilmes, Genesis II (1973). Roddenberry murió en 1991 y su viuda, Majel Barrett-Roddenberry, había sacado adelante uno de sus últimos proyectos televisivos: Earth: Final Conflict (1997-2002). Aquella serie tuvo bastante éxito y la productora, Tribune Entertainment, preguntó a Majel si aún guardaba en el fondo del cajón alguna cosilla que su difunto marido no hubiera podido desarrollar… y la respuesta fue Andrómeda. La propia Majel le ofreció a Kevin Sorbo participar en ella y éste, fan acérrimo de Star Trek y conocida estrella televisiva gracias a la serie Hércules, no se lo pensó dos veces, firmando para interpretar al capitán Dylan Hunt.
Lo único que tenían era la idea original, pero era necesario darle forma. Tribune pensó primero en Rene Echeverría, pero éste no estaba disponible y a cambio recomendó a uno de sus colegas guionistas en Star Trek: Espacio Profundo Nueve: Robert Hewitt Wolfe.
Wolfe tenía algunas ideas acerca de una serie centrada en una nave espacial y resultó que casaba bastante bien con lo que Gene Roddenberry había bosquejado. Escribió una propuesta que agradó a Tribune hasta el punto de encargar nada menos que 44 episodios, algo nada habitual en ese medio. Como productor ejecutivo, Wolfe se encargaría de coordinar los guiones y hacer que siguieran una línea argumental determinada.
El título original del programa iba a ser Phoenix Rising y Wolfe tenía en mente historias de personajes heroicos realizando hazañas asombrosas al tiempo que pagando un precio emocional por ello. A la aventura se añadía la usual mezcla de humor y drama. Inicialmente se pensó en plantear la relación Dylan-Beka al estilo Luz de luna (Moonlighting, 1985-1989), con continuas peleas que enmascaraban una atracción mutua. Al final se decidió que la tensión sexual arruinaría la historia y que una química natural como aliados funcionaría mejor en el marco general de la serie.
Rodada en Vancouver, la primera temporada tuvo una muy buena acogida entre los fans. La producción, sin embargo, siempre fue su talón de Aquiles. El presupuesto era reducido en comparación con las series de Star Treky cuando falta el dinero, las ideas que parecen buenas sobre el papel, resultan pobres y hasta chapuceras al llegar a la pantalla. Un ejemplo de ello fue la cola del personaje de Trance Gemini. Aunque humanoide, el personaje tenía una especie de cola gatuna que inicialmente se había pensado animar mecánicamente. Pero no funcionó, y aunque el guión contemplaba que el movimiento de la cola servía de reflejo a sus emociones, el apéndice no sólo no se movía, sino que era un incordio en el plató porque los que pasaban por allí no hacían más que pisarla. En algún episodio se intentó animarla digitalmente, pero era demasiado costoso y lento, así que al comienzo de la segunda temporada, en el episodio «La última llamada del Broken Hammer», Trance pierde la cola para siempre. Otro ejemplo: en el episodio «Una rosa entre las cenizas», en el que Dylan es condenado a prisión perpetua, Xax, el asesino de masas esquizofrénico, tenía un aspecto tan grotesco que la intención original del guionista de crear un personaje aterrador se diluía por completo.
Esa escasez de medios impidió que el programa alcanzase el nivel de la visión de su creador. Sus ideas exigían más dinero del que podía disponer y ello constituyó una continua decepción para Wolfe, que se veía obligado a llevar a sus héroes a planetas escasamente poblados por humanos no alienígenas. Según el productor, de haber sabido que iba a estar lastrado por esa limitación, su planteamiento habría sido diferente. Pero al no ser así, la serie acabó teniendo un aspecto algo cutre. Las historias no lo eran, los personajes tampoco, la mayoría de los actores cumplían… pero la ejecución era mediocre.
Para colmo, Tribune Entertainment, sin aportar el dinero necesario, exigió que el show rebosase acción: más peleas, más batallas, más persecuciones… En la segunda temporada, los recortes presupuestarios obligaron a recurrir a viejos trucos de las series televisivas en decadencia, como reutilizar metraje ya usado. En «Las cosas que no podemos cambiar», Dylan sufre alucinaciones y vívidos recuerdos del pasado mientras flota a la deriva en el espacio.
Pero también es cierto que en esos dos primeros años hubo buenas ideas. El episodio «Desprende una luz maravillosa» convierte a Beka en una drogadicta. En «Estrella Cruzada», Andrómeda se enamora de un androide. El desarrollo, a lo largo de diversos episodios, del pasado de los personajes, fue también un acierto pese a que no siempre la ejecución visual estuvo a la altura.
Como sucede en ocasiones, la realidad imita a la ficción. El personaje preferido de la guionista Ethlie Ann Vare era Beka Valentine. Para ella escribió una historia en la segunda temporada titulada «Que se recuerden todos mis pecados». En ella, un antiguo amor de Beka reaparece convertido en terrorista, secuestra la Meru y la lanza contra la capital de un planeta devastado por la guerra con la tripulación todavía a bordo. Terminó la historia en agosto de 2001. Unos días más tarde tenían lugar los atentados contra las torres del World Trade Center. Vare rompió el guión y comenzó de nuevo.
Al término de la segunda temporada, la serie había conseguido reunir un considerable grupo de guionistas competentes. A Robert Hewitt Wolfe y Ethlie Ann Vare se unieron Ashley Miller, Zack Stenz, el equipo formado por Matt Kiene y Joe Reinkemeyer ( Buffy Cazavampiros ) o los novelistas de ciencia-ficción Walter John Williams y Steven Barnes. La idea de Wolfe era crear un amplio arco argumental que nos narrar los esfuerzos de Dylan Hunt y su tripulación por reconstruir la Mancomunidad al tiempo que se intercalaban episodios autoconclusivos. Pero al comienzo del segundo año, Tribune Entertainment ascendió a Kevin Sorbo al puesto de coproductor ejecutivo. Sorbo insistió en introducir cambios, en su mayoría cosméticos. Y lo consiguió. Los trajes de los personajes se rediseñaron y el aspecto de los Magog y Trance Gemini se cambiaron. Se contrataron nuevas compañías encargadas de realizar el maquillaje y los efectos digitales.
Aunque Wolfe siempre estuvo en un difícil equilibrio en el que trataba de conciliar sus ideas para la serie con lo que la productora deseaba, lo cierto es que a menudo hubo de renunciar a las primeras para plegarse a los deseos de los ejecutivos. Recibió también presiones para escribir más episodios independientes y autoconclusivos. Sorbo había recibido cartas de antiguos fans de su etapa en Hércules quejándose de que Andrómeda estaba complicándose demasiado, que era difícil seguirla. Además, Sorbo quería más peso para su personaje. Y se salió con la suya. El despido de Wolfe a mitad de la segunda temporada fue una sorpresa tanto para él como para los fans, que no tardaron en sospechar que Sorbo había tenido que ver con el asunto. Después de aquello, Wolfe se desvinculó totalmente de la serie y no se molestó siquiera en ver otro episodio de la nueva etapa.
Dejar que el personaje que Dylan Hunt asumiera mayor protagonismo fue un error. Durante la primera y segunda temporadas se había ido estableciendo una dinámica interesante. Excepto por Rommie, totalmente leal a Hunt y su causa, el resto de los tripulantes de la Andrómeda Ascendente tenía una motivación poco clara y su química interpersonal recordaba más a Los Siete de Blake que a Star Trek, con un líder idealista manteniendo juntos a una banda de renegados con agendas ocultas.
Por desgracia, y probablemente debido a la marcha de Wolfe, Andrómeda nunca llegó a alcanzar la complejidad de Los Siete de Blake en este sentido, por mucho que se resaltara el cinismo de la mayoría de los miembros del grupo en contraste con el idealismo de Hunt. Éste se convirtió en una figura tan central que resulta imposible imaginar la serie sin él de la forma en que Los Siete de Blake continuó tras la desaparición de su líder nominal.
Además, el propio Hunt carece de la complejidad del personaje de Blake. Puede ser algo obsesivo, pero también es un individuo de virtud y heroísmo intachables. En resumen, que es demasiado perfecto como para llegar a ser realmente interesante. Tiene unos cuantos demonios personales (la mayoría relacionados con el hecho de que todo y todos los que conoció –incluyendo su prometida, Sarah– murieron hace mucho, mientras él estaba congelado en el tiempo), pero en general es un idealista sin fisuras, siempre combatiendo sin dudar contra el mal y la anarquía.
La serie continuó sin dirección clara durante varias semanas hasta que Robert Engels, (antiguo coordinador de guionistas de Twin Peaks) fue contratado como sustituto de Wolfe. El error no solo no se subsanó sino que se agravó. Andrómeda abandonó el arco argumental de la Mancomunidad y pasó a convertirse en una sucesión de episodios independientes. Pero poco después, de forma inexplicable, la Mancomunidad regresa, refundada. Las historias se centraron entonces en las aventuras de Dylan y su tripulación y su relación con esa renovada Mancomunidad.
Engels también introdujo una nueva raza alienígena, un cruce entre Alien y Predator, capaz de cruzar las dimensiones y amenazar toda la galaxia. Estos giros anárquicos dejaron perplejos a muchos seguidores. Las misteriosas criaturas transdimensionales reaparecerían en el tercer año, culminando el arco argumental y desapareciendo luego para siempre. Para los críticos, esto fue un ejemplo de la confusa y desnortada dirección de Engels.
Las historias comenzaron a aligerarse de contenido, poniendo más énfasis en la acción, el humor y la fantasía. Era un universo donde la moral, el pensamiento profundo y las observaciones agudas no eran precisamente abundantes. Cuando se enfrenta a un navío alienígena, Beka grita: «¡Vamos a mandarlo a la mierda!»
De vez en cuando se introducían temas algo más interesantes, pero tendían a tratarse de forma superficial y poco polémica, con la tripulación de la Andrómeda actuando de policías intergalácticos de una forma que recordaba al papel de Estados Unidos en el comienzo del siglo XXI, ejerciendo su autoimpuesta tarea a pesar del hecho de que son extranjeros que carecen del poder para respaldar su visión en la galaxia. Por ejemplo en el episodio de la tercera temporada «Slipfighter: Los Perros de la Guerra», (noviembre de 2002), la Andrómeda viaja hasta el planeta Marduk para destruir un reactor Voltareum y que no pueda ser utilizado en un proyecto para desarrollar armas de destrucción masiva, anticipándose curiosamente a la invasión de Irak en marzo de 2003. De hecho, la ideología subyacente en la Mancomunidad (aunque ésta no se haya originado en la Tierra) parece ser un claro americanismo, como cuando Hunt describe la organización como «Un gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo» en el episodio «Una rosa en las cenizas» (noviembre de 2000).
Por otro lado, Andrómeda, a través de los recuerdos de Hunt, vuelve una y otra vez a mirar al pasado en lugar de al futuro cuando se trata de evocar imágenes de un mundo –o universo– mejor. Incluso recupera elementos de otras series televisivas de ciencia-ficción, a menudo invitando a actores de estas como William B. Davis (Expediente X ), John De Lancie (Star Trek), Michael Shanks (Stargate SG–1) y James Marsters (Buffy Cazavampiros). No fue un fenómeno aislado. En aquellos años pareció que toda la ciencia-ficción televisiva adoptaba un look retro debido a la importancia que cobró el Sci Fi Channel, que se ha convertido en un punto de referencia del género. Este canal fue recuperando viejas series que despertaban la nostalgia de los fans y éstos, a su vez, condicionaban el enfoque de las nuevas.
El cambio de dirección de Engels a instancias de Kevin Sorbo fue motivo de agria polémica. Sorbo se defendía diciendo que el argumento central planteado por Wolfe se había complicado demasiado. En una convención en Vancouver afirmó: «Me gusta Robert Wolfe y sus historias eran inteligentes. Comprendía muy bien el género. Pero sus guiones eran demasiado oscuros. En cambio, Bob Engels era, en el plató, cálido y jovial. Escuchaba las ideas de todo el mundo».
Eran dos bandos claramente definidos. Muchos de los fans iniciales y algunos miembros del reparto, como Lysa Ryder, preferían las historias de Wolfe, con claro sentido de continuidad y más apoyadas en la ciencia-ficción clásica. Cuando entró Bob Engels, bastantes seguidores abandonaron, pero a cambio, entraron otros, sobre todo jóvenes en la franja de edad comprendida entre 18 y 25 años, en general no muy amigos de tener que seguir fielmente una serie semana a semana.
Había otro cambio que disgustó a no poca gente y del que algo hemos ya apuntado. La serie había comenzado como una historia coral. El personaje de Dylan Hunt era imperfecto, vulnerable, íntegro pero acosado por miedos e inseguridades. Pero cuando Kevin Sorbo tomó el mando, decidió que su personaje debía ser una especie de superhéroe: casi inmortal e infalible en sus decisiones. En la cuarta temporada, la tripulación original estaba más que harta y abandonaron el barco. Brent Stait(Rev.Bem) ya había salido del programa debido a la alergia que le provocaba el espeso maquillaje. Keith Hamilton Cobb (Tyr) se fue al final de la tercera temporada, aunque accedió a realizar algunas apariciones como invitado en la cuarta. Como sustituto se contrató a Steve Bacic para interpretar a Telemachus Rhade, un guerrero nietzschiano.
La serie continuó su andadura repitiendo elementos ya conocidos: un humor para todos los públicos, chispazos saliendo de los paneles de control, explosiones con extras volando por los aires y Dylan Hunt soltando ocurrencias cuando se halla en peligro: «Se quién ha sido malo y quién bueno», le regaña a un holograma hostil.
La serie contó con el asesoramiento científico de Paul Woodmansee, un ingeniero en el Jet Propulsion Laboratory que había trabajado en los sistemas de propulsión de cohetes. Aportó su granito de arena en lo que se refiere a la ciencia, la ingeniería y el armamento de la nave Andrómeda, evitando estupideces como que Harper utilizara un soldador para unir dos piezas de metal. «¿Un soldador?», exclamó Woodmansee, «¿Y por qué no un hueso de antílope? ¿Cómo iban a utilizar un soldador cuando la Andrómeda tenía nanotecnología que podía hacer un trabajo tan sencillo?» A nadie se le había ocurrido.
Además de estructurarse como aventuras independientes, el cuarto año de la serie intentó recuperar las líneas generales del argumento original de Wolfe: un escenario apocalíptico en el que la llegada del Espíritu del Abismo y su mundo-nave Magog, que destruirá toda civilización a menos que la Mancomunidad se interponga en su camino. Sorbo estaba encantado con la serie. Parecía recuperar parte de su intensidad y los efectos visuales mejoraron mucho su apariencia. Pero cuando terminó la temporada, los fans se encontraron con un confuso final: un mundo-nave Magog ataca a los pacíficos ciudadanos de una estación espacial y cuando Dylan trata de protegerlos, todos parecen morir en la batalla. ¿Es el final de la serie?
No, aunque casi. Para no pocos críticos, el ego de Sorbo a la hora de aumentar el peso de su personaje eclipsando al resto del reparto había resultado un fracaso ya sin solución. Estuvo a punto de cancelarse y sólo un acuerdo en el último minuto con Sci Fi Channel permitió extenderla una quinta temporada.
Esa quinta temporada comenzaba con una historia en dos partes, «El Peso», en el que Dylan y su nave aparecen súbitamente transportados a otro sistema estelar llamado Seefra. Allí, reúne de nuevo a su tripulación y trata de acoplarse a su nuevo entorno. Sus esfuerzos se centran en tratar de proporcionar a la Andrómeda suficiente energía para regresar a casa, ya que uno de los soles del sistema está convirtiéndose en una supernova y si no se detiene el proceso, todos los planetas serán destruidos.
Si la serie hacía dos temporadas que iba a la deriva desde el punto de vista creativo, las cosas empeoraron aún más. Los personajes fueron rediseñados hasta el punto de hacerse irreconocibles. La inteligencia artificial/androide de la Andrómeda, Rommie, había sido destruida (la actriz, Lexa Doig, estaba embarazada, por lo que hubo de retirarse temporalmente de la serie) así que se incluyó en la tripulación otro androide femenino, Doyle, interpretada por Brandy Ledford. Doyle había sido creada por el ingeniero Harper, insertando en su espectacular cuerpo la conciencia de Rommie. Ledford, actriz de gran belleza –había sido modelo de Penthouse–, no sólo robaba todas las escenas en las que participaba, sino que gracias a sus habilidades como bailarina y practicante de artes marciales, realizaba sus propias secuencias de acción.
Engels y sus escritores recuperaron un concepto anterior, el del mundo visitado por Trance Gemini en la segunda temporada que resultaba ser el del futuro del personaje, más maduro y con la piel más pálida. El problema es que ideas como estas eran demasiado ambiciosas, se desarrollaban insuficientemente y se explicaban peor hasta ser casi incomprensibles.
Para el final de la serie, una historia en dos partes titulada «El corazón del viaje», Engels resolvió la cuestión inicial planteada por Robert Wolfe. La tripulación de la Andrómeda está todavía en el sistema de Seefra, un sistema binario de nueve planetas en el que hace tiempo que la civilización se colapsó y los supersticiosos habitantes prohibieron determinadas tecnologías. Es también donde se localiza el hogar ancestral de Hunt, el planeta Tarn Vedra. El capitán tomará conciencia de lo que significa ser un paladín y con la ayuda de su fallecido padre (Alan Scarfe) acaba descubriendo quién y qué es, obteniendo poderes sobre el tiempo y el espacio y restaurando la nave Andrómeda a su antiguo ser.
Los espectadores también descubrieron que Trance Gemini era un miembro de los Nébula, una raza de avatares estelares con poderes increíbles, capaces de reducir a la gente a moléculas y volverlos a regenerar. Trance no comparte el oscuro desapego de su pueblo, partidario de dejar que la Mancomunidad y su universo caiga en manos del malvado Abismo (un avatar de agujero negro) y sus siervos Magog.
Todo termina con un enfrentamiento entre Dylan y una astuta entidad conocida como Maura (Emmanuelle Vaugier), decidida a destruir al capitán en su condición de último de los Paladines. Su nave rodea a la Andrómeda y Dylan y su grupo juran luchar hasta la muerte. En medio del espacio se suceden batallas, explosiones, flashbacks, más batallas, más explosiones y extras saltando por los aires. Trance Gemini destruye a Maura y la Andromeda atraviesa al Abismo sacrificándose a sí misma sólo para reaparecer sana y salva en casa. La tripulación abandona el puente de mando uno a uno hasta que sólo queda, entre tinieblas, Dylan. Se da la vuelta y se aleja en silencio.
La idea general de Andrómeda, reconstruir una civilización perdida, tiene fuerza. La serie contaba con un líder carismático, unos personajes variados e interesantes y, al menos durante dos temporadas, guiones competentes. El resto se deslizó hacia la mediocridad por culpa de un actor/productor con un ego más grande que su nave y unos ejecutivos que creían saber más que sus guionistas. Si de todas formas quieres darle una oportunidad, hazte con las dos primeras temporadas. El resto es sólo una pérdida de tiempo.
Copyright del texto © Manuel Rodríguez Yagüe. Sus artículos aparecieron previamente en Un universo de viñetas y en Un universo de ciencia-ficción, y se publican en Cualia.es con permiso del autor. Manuel también colabora en el podcast Los Retronautas. Reservados todos los derechos.