Tras cursar estudios de arquitectura y cinco años de carrera en comunicación audiovisual, el marsellés Yann Le Penetier decide aplicar sus conocimientos y talento al mundo de las viñetas. Empezó como dibujante en 1974 en la mítica publicación Spirou, pero pronto abandonó los lápices y la tinta para centrarse en los guiones. En 1978 conoce al joven dibujante –también marsellés– Didier Conrad y ambos crean para aquella cabecera una serie de aventuras titulada Los innombrables.
El primer álbum, Shukumeï constituye ya toda una declaración de intenciones. Yann conoce, ama y respeta a los clásicos francobelgas que han hecho historia en la aventura en viñetas, desde Bernard Prince a Tintín pasando por Spirou, y está dispuesto a respetar los elementos propios de sus peripecias (entornos exóticos, una misión arriesgada para desvelar un secreto, nativos, puentes colgantes que salvan rápidos, chicas atractivas…), pero adaptándolos a su personal estilo gamberro, irreverente y sarcástico.
Ya en la primera página nos encontramos con el típico militar con aspecto de duro que le pide al general tres hombres «dispuestos a arder en el infierno por su país, héroes que pueda sacrificar sin remordimientos… Este campamento es famoso por sus cabezas cuadradas». Por supuesto, se trata de una misión trascendental: «De ella depende la salvación del mundo libre». Los tres individuos resultan ser unos negados inesperadamente eficientes: Mac, un trasunto del coronel Hannibal del Equipo A (con su cazadora blanca y un eterno puro en la boca); Tony, una especie de hippy malhumorado; y Tim, una suerte de diminuto duende infantil de eterno buen humor pero siempre dispuesto a atizar primero y preguntar después.
El marco temporal elegido por Yann son los años inmediatamente posteriores a la Segunda Guerra Mundial, quizá el momento en el que el género aventurero vivía sus últimas bocanadas. El mundo se estaba convirtiendo en un lugar muy pequeño y complicado. Las selvas pronto serían expuestas al gran público por lujosos documentales y las ciudades antaño exóticas, como Hong Kong, marco de la segunda aventura, estaban en camino de transformarse en versiones aumentadas de metrópolis occidentales. Pero en esos años de transición todavía quedaba un rincón para la aventura al viejo estilo.
Por otra parte, el trasfondo de las narraciones es más sólido y elaborado de lo que pudiera parecer a primera vista. En Shukumeï los protagonistas encuentran un B–29 estrellado en Borneo cuya misión original había sido la de arrojar una bomba atómica sobre Tokio en los últimos días de la guerra. El segundo álbum, Aventura en amarillo, tiene lugar en el Hong Kong británico mientras Mao Zedong culmina su conquista comunista de la China continental.
Los protagonistas son ahora desertores del ejército norteamericano y se ganan la vida como contrabandistas en los bajos fondos de la ciudad, intentando ahorrar lo suficiente para comprar un burdel. Accidentalmente se verán involucrados en una intriga con espías comunistas, sociedades secretas, agentes de Chang Kai Shek y funcionarios coloniales. Papel central en el drama lo jugará el personaje de Alix, una seductora y temperamental agente comunista cuya popularidad la llevaría a protagonizar su propia serie, Tigresa Blanca, de la que hablaremos más adelante en otro artículo.
Habiendo estirado sus músculos irónicos en Shukumeï, Yann y Conrad elevan el tono subversivo en esta segunda entrega: prostitutas, torturas, trata de blancas, asesinatos sangrientos, sexo explícito… eran cosas que no se habían visto nunca antes en el marco de la historieta franco-belga de trazo amable propia de Spirou.
Yann continúa respetando los puntales clásicos del género, pero introduce una técnica narrativa plenamente moderna. Las historias tienen un excelente ritmo, están sólidamente estructuradas y son capaces de integrar múltiples personajes y peripecias, pero al mismo tiempo, consigue resaltar los momentos dramáticos con momentos de silencio, miradas,…
Conrad, por su parte, puede que sea tan iconoclasta como Yann, pero profesa el mismo afecto que éste hacia los clásicos con los que aprendió a dibujar, empezando por el gran Franquin y siguiendo por Peyo, Walthery o Tilleux. Sin embargo y a diferencia de éstos, se atreve a ensuciar su dibujo a primera vista amable, incluso infantil, para plasmar escenas de fuerte contenido sexual o violento, demostrando por el camino y para desconcierto de muchos lectores, que es posible hacerlo. Los problemas narrativos del primer álbum (donde había cierta confusión en determinadas escenas a causa de un montaje poco acertado) se solventan en Aventura en amarillo.
A estas alturas, el dúo Yann–Conrad, esgrimiendo un espíritu provocador e iconoclasta, se habían consagrado como los renovadores no sólo de la revista Spirou, sino de una parte nada despreciable de la tradición historietística francobelga. Pero su insolencia resultó demasiado para unos anquilosados editores a quienes la tradición de la veterana publicación seguía pesando en demasía y que no veían con buenos ojos la banalización de la violencia, la crítica política y la continua insolencia. Aventura en amarillo quedó sin serializar, pero en lugar de caer en el olvido, durante más de diez años, los personajes fueron acumulando seguidores de culto y reediciones.
Por fin, en 1994, Yann y Conrad retoman Los innombrables con un nuevo álbum, El cráneo del Padre Zé, esta vez bajo el sello editorial de Dargaud (ésta modificó la numeración y continuó editando la serie hasta 2004, año en el que apareció el decimosegundo y hasta la fecha último álbum).
El cráneo del Padre Zé continúa la historia inconclusa en Aventura en amarillo para trasladar la acción a Macao, desde donde los protagonistas tratan de volver a Hong Kong una vez conjurada la amenaza comunista de invadir la colonia.
Además de algunos personajes presentados ya en el álbum anterior y que prosiguen tejiendo su intriga alrededor de un enigmático cargamento robado, el trío protagonista se verá ahora enredado en las mentiras y peleas entre un jesuita y una pirata que tratan de hacerse con el valioso cráneo de un ejemplar del Hombre de Pekín por el que pujan los principales museos del mundo.
Es un álbum con una dirección menos clara que los anteriores y con un dibujo insatisfactorio. Conrad se diría que ha finalizado su trabajo de forma apresurada: los fondos están descuidados y las figuras poco acabadas. Incluso el color es apagado y aburrido. Es posible que la serie remontara en las siguientes entregas, pero al no estar publicadas en España cuando escribí este artículo, han quedado fuera de mi alcance.
Yann no tardaría en convertirse en uno de los guionistas más rupturistas, atrevidos y prolíficos del cómic francés, capaz de abordar los más diversos géneros, pero siempre desde un punto de vista muy personal. Por su parte, Conrad continuó trabajando –a menudo con Yann– y su prestigio ha subido hasta tal punto que fue el encargado de dibujar los nuevos álbumes de Astérix (Astérix y los pictos, 2013, y El papiro del César, 2015).
La edición que de la serie realizó Dibbuks culminó entre 2015 y 2017, con tres volúmenes integrales que nos permitieron recuperar a estos escatológicos y estrafalarios personajes: Los innombrables: Ciclo cero, Los innombrables: Ciclo Hong Kong y Los innombrables: Ciclo del loto púrpura.
Copyright © Manuel Rodríguez Yagüe. Publicado previamente en Un universo de viñetas y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.