En este espacio he escrito abundantemente acerca del fenómeno pulp que tuvo lugar principalmente –aunque no de forma exclusiva– en los Estados Unidos a comienzos del siglo XX. Hablé en anteriores artículos de las revistas pioneras como The Argosy, del importante papel que jugaron Hugo Gernsback y su Amazing Stories en la introducción de la ciencia-ficción en ese formato editorial y de algunas de las figuras más relevantes e influyentes que trabajaron para aquéllas publicaciones, ya fueran escritores como Edgar Rice Burroughs o E.E. Smith o ilustradores como Frank R. Paul o Virgil Finlay . Os remito a ellas para no caer en innecesarias repeticiones.
En esta ocasión, propongo echar un vistazo a la otra cara del aspecto estrictamente creativo, a las bambalinas de la industria que ha permitido el florecimiento de nuestro género favorito. Y para ello nos serviremos de uno de los títulos emblemáticos del pulp de ciencia-ficción: Wonder Stories .
(Recomiendo la lectura previa del artículo sobre Amazing Stories como introducción al presente).
La competencia en el sector de las publicaciones populares o pulp era brutal y en febrero de 1929, la compañía de Hugo Gernsback, Experimenter Publishing, fue a la bancarrota, muy posiblemente como resultado de las maniobras empresariales del editor Bernard MacFadden, quien se hizo con su cabecera emblemática, Amazing Stories . Pero si la palabra emprendedor puede atribuírsele a alguien ése fue Gernsback. Inasequible al desaliento, al cabo de un par de meses fundó una nueva editorial, Gernsback Publications, que lanzó no una sino cuatro nuevas revistas, dos de las cuales se concentraban en la ciencia-ficción: Air Wonder Stories, Science Wonder Stories, Science Wonder Quarterly y Scientific Detective Monthly (estas dos últimas no superaron el año de vida). En todas ellas, Gernsback continuó fiel a sus principios: la ciencia-ficción debía cumplir un papel educativo y los relatos debían ser lo más rigurosos posible en lo que a la ciencia se refería sin excluir la aventura y la exploración.
Air Wonder Stories y Science Wonder Stories fueron fusionadas en una sola revista de periodicidad mensual en junio de 1930: Wonder Stories . Las razones para tal movimiento pudieron ser bien las insuficientes ventas y el propósito de aunar los lectores de ambos títulos en una sola publicación, bien que Gernsback necesitaba reservar tiempo adicional en la imprenta para una revista técnica sobre aviación. Por otra parte, el tema de las historias de Air Wonder Stories era sin duda demasiado restringido como para atraer a un número suficiente de lectores –y de escritores–. Y aún hubo otra razón para la fusión, ésta admitida con decepción por el propio Gernsback: la palabra ciencia en el título ahuyentaba compradores potenciales al hacerles creer que se trataba de una revista científica (resulta irónico, por tanto, que fuera precisamente el término ciencia de Science Wonder Stories lo que llamó la atención de un joven Isaac Asimov, que logró convencer a su padre para que se la comprara aduciendo su supuesto carácter educativo.
Desde su primer número (la numeración continuaba la de Science Wonder Stories), el editor de la revista fue David Lasser, contratado por Gernsback no porque tuviera experiencia alguna en labores editoriales, sino por su licenciatura por el MIT. Gernsback era un empresario duro, un hombre de negocios despiadado al que no le temblaba la mano si era necesario tomar medidas para aumentar el beneficio o reducir los costes. Lo había demostrado al utilizar ilegalmente la lista de suscriptores de Amazing Stories –que técnicamente ya pertenecía a su nuevo propietario– para enviar a sus antiguos lectores publicidad sobre las nuevas publicaciones que iba a lanzar. En esta ocasión, despidió a Lasser argumentando que su participación en las reivindicaciones por los derechos de los trabajadores había tenido como consecuencia un descuido de su trabajo («Ya que te gusta tanto trabajar con los parados, te aconsejo que te unas a ellos»). Es igualmente posible que algo tuviera que ver el salario de 65 dólares a la semana que cobraba Lasser. Gernsback pensaba que podía conseguir alguien más barato. Y vaya si lo hizo.
Charles Hornig era un muchacho de 17 años que había enviado a Gernsback una copia del fanzine que editaba. Éste le llamó, le hizo una somera prueba y lo contrató por 20 dólares semanales. Por entonces, Wonder Stories tenía una tirada de 34.000 ejemplares, comparable a la de Amazing Stories (cuya aceptación había declinado considerablemente desde sus 100.000 ejemplares iniciales).
Tanto Lasser como Hornig lucharon duro por mejorar el nivel literario y la precisión científica de la revista a su cargo. En aquel entonces, las narraciones que encontraban acomodo en los títulos pulp de ciencia-ficción eran muy básicas, más centradas en describir los inventos maravillosos que en ellas aparecían que en el desarrollo de la narración o la construcción de sus personajes. Los escritores trabajaban a destajo con plazos de entrega muy ajustados; por ello, tendían a recurrir a esquemas que en poco tiempo se volvían repetitivos y previsibles, motivo por el cual hay pocas obras que hayan pasado con éxito la prueba del tiempo aun cuando su idea básica fuera interesante. Lasser y Hornig disfrutaron de una libertad editorial poco común entonces –quizá porque Gernsback deseaba evitar el contacto directo con los autores, a muchos de los cuales les debía dinero–. Ambos editores trataron de que los escritores se centraran más en las consecuencias que sobre los personajes tenían este o aquel descubrimiento o invento futurista que en la aburrida descripción de los mismos. Lasser intentó evitar la space-opera, decantándose por historias más realistas, algunas de las cuales llegaron a plantear temas muy interesantes sobre la relación entre sexos o la corrupción inherente al ser civilizado.
Hornig, por su parte, promovió la originalidad y el rigor científico pero al mismo tiempo aconsejaba que éste no se tradujera en aburridas exposiciones que lastraran la historia. El propio Lasser –así como varios de sus escritores– fue uno de los miembros fundadores de la Sociedad Interplanetaria (más tarde conocida como la Sociedad Americana del Cohete), cuyo nacimiento fue anunciado en el número de junio de Wonder Stories . Lasser y Hornig trabajaron duro por reforzar la libre discusión de ideas en la sección de correo de los lectores y elevar el nivel de los artículos científicos que acompañaban la ficción pura.
Stanley Weibaum, Jack Williamson, Fletcher Pratt, Thomas S.Gardner, Edmond Hamilton, P. Schuyler Miller y Frank K. Kelly fueron algunos de los autores que publicaron sus trabajos en el Wonder Stories de Hugo Gernsback. También en esta época se tradujeron e incluyeron en sus páginas obras de autores franceses y alemanes, como Otto Willi Gail y ello a pesar de las quejas de algunos lectores que, con el ascenso de Adolf Hitler al gobierno alemán en 1933, trataron de boicotear a los autores de esa nacionalidad. En un alarde de tolerancia y apertura de mente, Gernsback contestó diciendo que los acontecimientos que tenían lugar en Europa nada tenían que ver con la calidad de las obras producidas allí. En el apartado gráfico, todas las portadas –fundamentales a la hora de atraer al lector ocasional– disfrutaron del arte de Frank R. Paul, quien había colaborado con Gernsback desde sus inicios en Amazing Stories .
Fue precisamente a partir de la sección de correo de Wonder Stories que nació la iniciativa más relevante a largo plazo de los responsables de la revista. Gracias a esas páginas a las que los lectores enviaban sus cartas, éstos tuvieron la oportunidad de contactar entre sí y formar grupos locales que promovían foros de discusión sobre las narraciones leídas y la multitud de especulaciones que sugerían. Gernsback vio la oportunidad comercial y en 1934 anunció la creación de la SF League o Liga de Ciencia Ficción, que no tardó en disponer de ramas no sólo por todo Estados Unidos, sino en Inglaterra y Australia. Y aunque Gernsback la utilizó para vender insignias y merchandising y publicitar sus revistas, acabó siendo mucho más que un simple club de efímera vida.
El más famoso de estos grupos de aficionados fue el que formaron en 1938 en Nueva York un puñado de jóvenes que alcanzarían gran éxito como autores. Se autodenominaron Futurians para transmitir la idea de que un buen fan debía mirar siempre hacia el futuro. Entre ellos figuraban nombres como Isaac Asimov, Frederik Pohl, Cyril Kornbluth, James Blish y el después editor Donald Wolheim. También perteneció al grupo Damon Knight, quien rememoró su historia en The Futurians (1977). La SF League fue, por tanto, un instrumento fundamental en el nacimiento y desarrollo del fandom y, a través de él, a la propia ciencia ficción.
Durante algunos años, Wonder Stories, especialmente bajo la égida de David Lasser, fue la mejor revista de ciencia-ficción y la más exitosa de las publicadas por Gernsback durante su carrera como editor. Sirvió de escuela para muchos escritores noveles y supo apartarse de las más intrascendentales aventuras espaciales preferidas por sus competidoras.
Sin embargo, a pesar de los esfuerzos de Lasser primero y de Hornig después, la revista fue declinando con rapidez, pasando su periodicidad a bimensual en 1935. Su más directa competidora, Astounding Stories estaba recortando distancia, atrayendo a los mejores escritores gracias a sus competitivas tarifas de un céntimo por palabra. Por su parte, Gernsback se había ganado fama de mal pagador no sólo entre sus empleados –que en ocasiones tardaban semanas en cobrar– sino entre los propios escritores que suministraban los relatos que daban sentido a la revista. Culpando a los minoristas de sus problemas financieros, trató de vender sus publicaciones directamente a los suscriptores pero no consiguió los suficientes y, finalmente, en 1936, vendió Wonder Stories a Ned Pine y su empresa, Beacon Magazines.
El nuevo propietario tenía en su catálogo varias publicaciones en cuyos títulos figuraba la palabra Thrilling (emocionante): Thrilling Detective, Thrilling Love Stories … por lo que parecía lógico rebautizar a la recién llegada como Thrilling Wonder Stories, nombre que mantuvo durante los siguientes veinte años. Al frente de ella se sucedieron varios editores, de los que cabe destacar Mort Weisinger (hasta 1941), un gran aficionado a la ciencia ficción que años más tarde aplicaría lo aprendido en DC Comics contribuyendo a la resurrección del género superhéroico sobre nuevas bases. Fue Weisinger quien lanzó un nuevo título complementario de Thrilling Wonder Stories, Startling Stories, que fue alternándose en su cadencia bimensual con la primera.
Sin embargo, por muchos cambios que se produjeran en el despacho del editor, las revistas de la Beacon Magazines nunca pudieron competir con la que con toda justicia se había erigido como título de referencia del género: Astounding Stories (de la cual hablaremos ampliamente en un futuro post). Su editor desde 1937, John W. Campbell, marcó para siempre el género con sus firmes directrices, atrayendo a escritores de la talla de Isaac Asimov o Robert A. Heinlein. Fue el comienzo de la Edad de Oro de la ciencia-ficción, pero en ella jugo poco papel Thrilling Wonder Stories que, incapaz de competir con la brillante dirección de Campbell, quedó relegado a un público juvenil que valoraba más las portadas con bellas señoritas ataviadas con reveladores trajes espaciales que a la calidad literaria y conceptual de las narraciones. La acción pasó a tener más importancia que las ideas en relatos de gente como Ray Cummings.
A finales de los años cuarenta, Thrilling Wonder Stories consiguió remontar –y brevemente rivalizar con Astounding– gracias a un cambio en las directrices editoriales hacia un público más adulto. Se contrataron escritores de renombre que previamente habían publicado en Astounding (Theodore Sturgeon, A.E. van Vogt o Robert A. Heinlein) y se apostó por nuevas promesas: Jack Vance publicó aquí su primera historia en el verano de 1945 y Ray Bradbury algunos de los relatos que acabarían siendo recopilados en Crónicas marcianas. A comienzos de los cincuenta se fue aún más lejos, eliminando cualquier restricción a temas anteriormente considerados polémicos o escabrosos: Philip Jose Farmer publicó Los amantes (1952), hoy un clásico sobre las relaciones sexuales entre especies (apareció originalmente en Startling Stories); el mismo autor presentó Madre, en el que un astronauta convierte en hogar un útero alienígena; No la Tierra de Nod, de Sherwood Springer, introducía el tema del incesto en un mundo el que sólo hay dos supervivientes…
Pero era ya demasiado tarde. Street & Smith, el mayor editor de revistas pulp del país, cerró todos sus títulos en 1949. El formato había pasado de moda, el público se decantaba por revistas más lujosas y elegantes, la televisión se erigió en el medio de entretenimiento popular por excelencia y los escritores hallaron a editoriales dispuestas a publicar sus obras directamente en volumen sin necesidad de una serialización previa. En 1955, cuando la era de las revistas pulp daba sus últimas bocanadas, Thrilling Wonder Stories –que para entonces se había fusionado con Startling Stories– editó su último número.
Copyright del texto © Manuel Rodríguez Yagüe. Sus artículos aparecieron previamente en Un universo de viñetas y en Un universo de ciencia-ficción, y se publican en Cualia.es con permiso del autor. Manuel también colabora en el podcast Los Retronautas. Reservados todos los derechos.