Cuando este libro fue publicado, hace más de un siglo, causó un considerable impacto en Gran Bretaña. Eran los años de creciente tensión política que desembocarían en la Primera Guerra Mundial y el autor, en términos militares, analizaba con acierto la postura crecientemente agresiva de Alemania. Ésta había integrado las últimas tecnologías en una doctrina militar sistemática, profesional y meticulosa que se complementaba con un adoctrinamiento en el concepto de “guerra lógica”. La combinación de todo ello había hecho que, a finales del siglo XIX, Prusia se hubiera convertido en la principal potencia militar del mundo. Por el contrario, Gran Bretaña se había resistido a reformar sus estrategias, tácticas y tecnología bélicas porque para mucha gente esto hubiera supuesto una inaceptable escalada militarista.
Como vimos en artículos anteriores, las voces que protestaban contra esta situación venían de lejos. Había agencias gubernamentales que presionaban para tomar medidas. Pero también existieron individuos particulares, como el escritor que nos ocupa, que jugaron un papel fundamental en el proceso. Y su importancia no se limita a la política o la Historia: con esta obra, Erskine Childers (que había combatido poco antes en la Guerra de los Boers, donde se pusieron de manifiesto las ineficiencias del ejército británico) creó el thriller de espionaje moderno, un logro que aún es más notable si tenemos en cuenta que se trató de su primera (y única) novela.
Con su acción repleta de trampas, escapadas y maniobras, siempre expresadas en términos militares, sigue siendo hoy un libro popular; ha sido llevada al cine y la televisión e incluso en 1998, el escritor náutico Sam Llewellyn escribió una secuela. Sus dos protagonistas se hallan pasando sus vacaciones en un yate en la costa alemana del mar del Norte cuando descubren por accidente un plan alemán para invadir por mar Gran Bretaña ideado por un inglés renegado.
¿Por qué reseñar esta novela en un espacio dedicado a la ciencia ficción? Bien, ciertamente El enigma de las arenas es, en primer lugar, generalmente reconocido como el abuelo de la ficción de espionaje, desde las obras de Joseph Conrad, Somerset Maugham y Graham Greene hasta el James Bond de Ian Fleming o las novelas de John LeCarre, Frederick Forsyth o Tom Clancy. Pero, a su vez, es el nieto de aquellas obras de guerras futuras que ocasionalmente hemos ido comentando en diferentes entradas y cuya precursora fue La Batalla de Dorking.
Como sus antecesoras, el patriótico propósito de El enigma de las arenas, era dar la voz de alarma al pueblo británico sobre el peligro que suponía Alemania y la incapacidad de la armada y el ejército británicos para hacer frente a dicha amenaza. El propio Winston Churchill admitió que esta novela fue una de las que contribuyeron a dar forma a un estado de opinión que llevó al Almirantazgo a establecer nuevas bases en el Mar del Norte (como Scapa Flow o Invergordon). Es más, cuando finalmente se declaró la Primera Guerra Mundial en 1914, el propio Churchill ordenó al Director de la Inteligencia Naval que buscara a Childers. Éste realizó diversas misiones de reconocimiento naval y sabotaje en varios escenarios, entre ellos la costa alemana sobre la que había escrito años antes.
Y una anécdota más que pone de relieve la importancia de la novela (virtualmente desconocida en España): en agosto de 1910, inspirados por el libro de Erskine, dos jóvenes oficiales ingleses navegaron por la costa alemana siguiendo el itinerario descrito en el libro y recogiendo información sobre las bases navales alemanas. Fueron capturados por espías y encerrados por los germanos. Liberados unos años más tarde y de nuevo en casa, al estallar la guerra, el conocimiento que habían adquirido les valió a ambos hombres pasar a formar parte del servicio de inteligencia del Almirantazgo.
A Churchill no le dolieron prendas, sin embargo, a la hora de poner verde al escritor unos años después y tacharlo de pernicioso y traidor. Porque aunque británico de nacimiento y condecorado por sus servicios en la Primera Guerra Mundial, Erskine acabaría abrazando la causa de la independencia irlandesa y, junto a Eamon de Valera, se convirtió en uno de los líderes del Ejército Republicano Irlandés (IRA). Junto a su esposa, utilizó sus habilidades marineras y su barco para entrar de contrabando las armas que serían utilizadas en el alzamiento del IRA de Pascua de 1916. Y aunque no era un hombre de acción sino que su misión era la de publicista y escritor de artículos y panfletos, en 1922 acabó siendo rodeado en su propia casa por soldados del Estado Libre, la otra facción irlandesa que luchaba en esta guerra civil. Aunque llevaba encima una pistola que le había entregado Michael Collins, se negó a utilizarla por miedo a iniciar un tiroteo en el que pudieran morir inocentes. Se entregó, fue juzgado y ejecutado por un pelotón de fusilamiento. Su hijo, Erskine Hamilton Childers, llegaría a ser presidente de Irlanda entre 1973 y 1974.
La historia de El enigma de las arenas, sin embargo, no ha envejecido bien. Escrita en un estilo más interesado en la precisión factual que en el entretenimiento, sus trescientas páginas están llenas de detallados planos, mapas y cartas de la costa alemana; se nos dan velocidades del viento y profundidades marinas (el propio Erskine Childers fue un diestro marino y conocía bien la geografía que describía en su libro gracias a sus viajes en yate por la zona). Hay momentos en que el lector tiene la impresión de que Childers pretende convertirle en un marino. Los gustos actuales prefieren sacrificar los datos a favor de un desarrollo ágil y emocionante de la historia. La novela es recomendable, por tanto, para aquellos interesados en alcanzar una mayor comprensión no sólo de la historia de la ciencia ficción, sino del thriller de espionaje contemporáneo.
Imagen superior: adaptación cinematográfica de «El enigma de las arenas», dirigida en 1979 por Tony Maylam.
Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.