El pensamiento utópico socialista fue una de las influencias más importantes que tuvo la ciencia-ficción a finales del siglo XIX, especialmente en el mundo anglosajón y Rusia. Las figuras más influyentes en el desarrollo de la ciencia-ficción anglosajona en los treinta años que discurrieron entre mediados de los ochenta del XIX y el comienzo de la Primera Guerra Mundial –Edward Bellamy, William Morris, H.G. Wells y Jack London– fueron todos socialistas. Aunque de ellos sólo London era realmente un marxista declarado, todos compartían la noción de que el romance científico y utópico estaba relacionado con la reforma social que superaría el amoral laissez–faire capitalista.
En este contexto, en el mundo occidental, la influencia de Wells como teórico social fue aún mayor que la del propio Marx. Sus escritos utópicos, como este libro y los posteriores The World Set Free (1914) y Hombres como dioses (1923) disfrutaron de una gran popularidad internacional, y su modelo de un Estado–tecnocracia global dirigida por científicos e ingenieros ilustrados, dominó una parte importante del pensamiento social de la izquierda antes de los años treinta.
Desde el comienzo de esta obra, Wells nos avisa de que no estamos ante un libro al uso: no ha querido escribir una novela, pero tampoco un ensayo. Empieza justificando el título de su obra y su enfoque: para él, las utopías formuladas hasta ese momento carecen de verosimilitud. Desde la República de Platón a la Utopía de Moro, las sociedades idealizadas son estructuras estáticas, fijas, en las que se ha alcanzado un equilibrio que proporciona felicidad a una masa de individuos, sucediéndose una generación feliz a otra sin cambio alguno, sin evolución, algo claramente en contradicción con la naturaleza social humana, fluida, siempre sumida en el conflicto. Por otra parte, las utopías que se solían formular estaban localizadas en comunidades aisladas del mundo exterior, sitas en recónditos valles, profundas selvas o islas sin cartografiar. En el mundo moderno, esa posibilidad es claramente minúscula. La tecnología, las nuevas corrientes, se abren paso inundando todos los rincones y no hay comunidad humana tan poderosa que pueda permanecer aislada de ellas.
Por eso, Wells imagina que cualquier posible sociedad utópica ha de tener una escala planetaria, es necesario un Estado global. Consecuentemente, nos propone un planeta idéntico a la Tierra, pero situado en otro punto de la galaxia, como marco sobre el que dar forma a su nueva utopía. En ese planeta vive una población genéticamente idéntica a la de la Tierra sobre la que el autor explorará la posibilidad de una sociedad ideal.
Como buena parte de la obra anterior de Wells, Una utopía moderna está influida por el mundo en el que vivió el escritor. La mecanización del trabajo, la aceptación de la selección natural como motor de evolución y la teoría maltusiana de la población se combinan con un modelo que mezcla el capitalismo de libre mercado con un socialismo de Estado para formar lo que Wells denomina “visión moderna” de una sociedad ideal. En ella se nos habla sobre los conceptos de libertad individual y colectiva, la moneda (se utilizarán unidades de energía), la lengua (una síntesis natural y no artificial de diferentes lenguas, en continua evolución), las funciones del Estado, los derechos de propiedad, el capitalismo (única manera de incentivar el avance), el uso de las máquinas como liberación de trabajos pesados y molestos, la religión (sin jerarquías y completamente separada del Estado), el matrimonio, la educación, el sistema penal (no hay pena de muerte ni cárceles; los criminales irredentos son exiliados a lejanas islas para que constituyan, si son capaces, sus propias sociedades).
Esa Utopía, como hemos dicho, tiene la forma política de un Estado planetario (idea de la que ya nunca se desprendería y que formaría parte central de su ideario), que utiliza los más avanzados medios de transporte y comunicación para conseguir que los ciudadanos lleven a cabo sus tareas de la forma más globalizada y fluida posible. Todo el mundo tiene los medios para vivir con un confort aceptable y disfrutar de libertad individual. Hay pocas restricciones en cuanto a dónde o cómo vivir y en lo que cada cual decide convertir en su ocupación.
Utopía proporcionará una seguridad universal y exigirá a cambio el mínimo de impuestos. La razón de establecer un salario mínimo, un estándar de vida básico, recursos para los desempleados o desfavorecidos, no es despojar a la vida de incentivos para trabajar, sino transformar su propia naturaleza, no haciéndola menos enérgica, sino menos acosada por el miedo y la violencia, neutralizar las causas de la cobardía y la bestialidad; que la ambición, la energía y la imaginación –las mejores cualidades humanas– se conviertan en el factor principal de la lucha por la supervivencia.
Y aunque hay pocas limitaciones y barreras, existe una excepción. Wells, como Malthus, ve en el crecimiento incontrolado de la población un peligro para el bienestar social. Por lo tanto, la reproducción estará estrictamente supervisada y regulada con el fin de mejorar la especie, animando a los más aptos a tener hijos mientras los mediocres han de pasar sin ellos. No voy a entrar a detallar los mecanismos sociales que Wells propone para conseguir ese perfeccionamiento de la población, pero sí diré que siguen su interpretación darwiniana de la evolución. No propone el emparejamiento obligatorio, pero sí establecer leyes y condiciones que sirvan para restringir la reproducción entre aquellos peor adaptados para la supervivencia.
Aunque Wells intenta convencernos de que en esta sociedad sin pobreza y con libertad de elegir la propia ocupación según el interés de cada cual, existe lugar para los que disienten, critican, se quejan y apoyan visiones diferentes (como los que abogan por el retorno a la naturaleza y el rechazo a la tecnificación), al final nos viene a decir que esta gente no son dignos de ocupar puesto alguno de relevancia. Porque, de hecho, Wells no cree que la democracia sea un sistema apropiado para un mundo ideal. Utopía es una meritocracia de “nobles voluntarios” conocidos como samurais, quienes asumen el liderazgo político, los principales puestos administrativos y las profesiones liberales. De carácter no hereditario y sujetos a una estricta Regla, esta especie de nobleza funciona como una mezcla entre los “Guardianes” mencionados por Platón, los caballeros templarios y los funcionarios imperiales de la antigua China.
Hay también aquí un aspecto en el que Wells no supo ver en absoluto el futuro no tan lejano: los samurái son hombres. Aunque argumenta que las mujeres son inferiores al hombre tan solo porque se las mantiene en una posición de dependencia económica –proponiendo la asombrosa solución de hacer de la maternidad una “ocupación” pagada–, las razones que encuentra para esa inferioridad económica son puro sexismo victoriano: “Es un hecho que todo aquello en que la mujer difiere del hombre se convierte en una desventaja económica para ella: su invalidez para grandes esfuerzos, su frecuente vulnerabilidad a pequeñas dolencias, su débil iniciativa, su inferior capacidad inventiva y recursos, su relativa incapacidad para la organización y asociación…”. En fin, que como las mujeres no pueden competir con los hombres, para solucionar el problema lo mejor es pagarles para que tengan hijos y de ese modo alcancen la independencia económica.
Dedica también largas páginas a las disquisiciones sobre razas y los prejuicios que sobre ellas albergamos. Pretendiendo ser liberal y abogar porque en Utopía todas las razas tienen su lugar, sus propios prejuicios etnocentristas–hoy políticamente incorrectos, por calificarlos suavemente– asoman de vez en cuando: “El hecho de que la proporción de individuos repugnantes sea más elevada entre los negros, no justifica la condena de todos los individuos de color”. ¿Ofensivo o conciliador?
Mezcla de narración imaginativa, filosofía y comentario sociopolítico, Una utopía Moderna incorpora y sistematiza pensamientos utópicos anteriores, desde Platón hasta William Morris. Su acierto es el planteamiento de una utopía como algo vivo y en evolución, nunca estático, un sistema que debe proporcionar a sus ciudadanos máxima libertad, no máxima uniformidad. No supo ver, sin embargo, que muchas de las tesis que defiende hoy serían consideradas como totalitarias (su intervencionismo estatal en el matrimonio, la eugenesia o incluso una policía que velaba por el decoro en el vestir). Por otra parte, aunque no se trata de un libro extenso, sí es en ocasiones indigesto desde un punto de vista formal, no habiendo conseguido llegar a buen puerto con su intención de crear una síntesis de ensayo y ficción. Desde mi punto de vista, el resultado es bastante más difícil de seguir y disfrutar que sus primeras novelas, en las que, sin faltar las críticas, análisis y declaraciones de tipo social, existía una entretenida ficción que empujaba al lector hacia delante.
Puede que Wells anticipara en este trabajo la creación del Estado del Bienestar o el estallido de guerras provocadas por fanatismos y prejuicios raciales, pero lo cierto es que, al final, no se pudo sustraer de la fantasía de una sociedad ilustrada gracias a la ciencia, menos libre de que lo que pretendía y liderada por una élite creativa, intelectual y altruista. Si lo que pretendía era entrever el futuro, no pudo estar más equivocado.
Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.