La historia de Gernsback es típica del sueño americano. Él mismo era un soñador entusiasta, un fervoroso creyente en que el siglo XX sería un futuro brillante que nos liberaría gracias al conocimiento.
Nacido Hugo Gernsbacher en Luxemburgo, el 16 de agosto de 1884, su padre era vinatero, pero el joven Hugo tenía poco interés en continuar los negocios familiares. Una historia popular afirma que quedó fascinado por la ciencia tras leer una traducción al alemán de un trabajo de Percival Lowell sobre Marte, aunque dado que no existió tal traducción durante su juventud, lo más probable es que sea falso. Sí es cierto, en cambio, que siendo un adolescente ya ganaba dinero trabajando en el campo de la electricidad. Estudió ciencias en Alemania y emigró a los Estados Unidos en 1904, deslumbrado por los avances científicos y convencido de que éstos serían el objetivo de su vida. Su primer plan fue vender su nuevo invento, una batería seca mejorada. Poco después de llegar a Norteamérica, fundó la Electric Importing Company, que, según afirmó después, fue la primera suministradora de equipos domésticos de radio del mundo.
Comenzó a publicar un catálogo de equipo electrónico que, en 1908, se transformó en su primera revista: Modern Electrics (su nombre iría cambiando, primero a Electrical Experimenter y luego a Science and Invention). Al año siguiente y utilizando la publicación como plataforma, fundó la Wireles Association of America que, para 1912, ya contaba con 10.000 miembros. Mientras tanto, Gernsback había estado escribiendo por simple placer, incluyendo una novela picaresca en alemán todavía inédita. En 1911 aprovechó la oportunidad de combinar ambos intereses con una narración larga, Ralph 124C41+, publicitada como Un romance del año 2660 y serializada en 12 partes en Modern Electrics entre 1911 y 1912.
La historia no dejaba de ser una prolongación de las edisonadas (véase el artículo correspondiente) en la que se conservaba el optimismo científico y la tecnofilia propia de los relatos con chico inventor. Sin embargo, aquí no nos encontramos con un simple muchacho brillante: el protagonista, Ralph 124C41+, es casi un superhombre del siglo XXVII, uno de los diez cerebros más brillantes de la Tierra (tal y como indica el «+» al final de su alfanumérico nombre). Ralph, “el gran inventor americano», es la culminación del muchacho hecho a sí mismo, el chico inventor definitivo y exagerado hasta lo absurdo: «Su superioridad física… no era nada comparada con su gigantesca mente». Como un Edison maniaco, Ralph dedica su vida a mejorar la utópica sociedad globalizada en la que vive con una lista interminable de inventos.
La historia comienza como una mezcla de relato utópico y crónica viajera, con Ralph guiando a su novia Alice en un recorrido por las maravillas científicas de la América del año 2660. Pero el asunto deriva hacia el melodrama cuando aparecen otros dos rivales por el afecto de la chica. Uno de ellos, Fernand 60O10, casi tan genial como Ralph, secuestra a Alice y se la lleva al espacio. Ni corto ni perezoso, el protagonista inventa una especie de radar para rastrearlos y se lanza en su persecución por el Sistema Solar. La chica pasa a manos del gigante marciano Llysanorh, que la mata justo cuando Ralph alcanza la nave de su enemigo. Yendo más allá de cualquier edisonada al uso y recurriendo a un toque de horror gótico, Ralph utilizaba entonces su inteligencia para conservar el cuerpo de Alice hasta su regreso a la Tierra, donde consigue encontrar una sustancia que la revive en el laboratorio.
Gernsback amplió y revisó la historia para su publicación en forma de libro trece años después, en 1925, tratando de combinar todos esos elementos absolutamente dispares y añadiendo de paso algo de sátira. Pero eso no mejoró la incoherente versión inicial.
Porque el argumento es endeble, simplón e improvisado, el ritmo desesperadamente lento y la prosa rígida y torpe. Lo que hace a esta novela merecedora de una mención destacada es la larga lista de inventos que consiguió imaginar Gernsback (la mayor parte eléctricos de una u otra forma, como podía esperarse del fundador de una revista titulada Modern Electrics). Entonces, aquellos maravillosos artilugios futuristas no eran más que fantasías, pero muchos de ellos se harían realidad siglos antes del momento en el que transcurría la acción de Ralph124C41+. Por ejemplo, la televisión, invento que aunque no era nuevo en la ficción (ya había sido imaginado en fecha tan temprana como 1895), sí fue Gernsback uno de los principales responsables de popularizar tanto el concepto como la palabra, ya que en 1909 había publicado en Modern Electrics un artículo sobre los pioneros experimentos alemanes con la transmisión de fotografías, titulado «Television y telefoto».
En la novela propiamente dicha, además de la televisión, se mencionan, por ejemplo: la luz fluorescente, los letreros aéreos efectuados por aviones, las máquinas automáticas de empaquetado, los plásticos, una especie de posicionador geográfico por radio, las juke–box, los altavoces, los fertilizantes líquidos, el cultivo hidropónico, las grabadoras en cinta magnetofónica, el microfilm, máquinas expendedoras de comida y bebida, ciudades vacacionales flotantes, descontaminadores bacterianos por irradiación, energía solar, veloces aeronaves, gases para incrementar el apetito, aparatos que transcriben los pensamientos, tejidos de vidrio, ingenios para aprender mientras se duerme, conservantes alimenticios basados en el gas, sistemas de iluminación que responden a la voz humana, estaciones de control meteorológico, túneles submarinos para trenes magnéticos que unen Europa y Norteamérica, materiales sintéticos como el nylon y una inspirada descripción del radar (al que bautiza como Onda Etérea Pulsante Polarizada)…
Tratándose de un serial de ficción publicado en una revista técnica, se podía esperar cierto fetichismo tecnológico. El problema es que la narración se resiente fatalmente de ello. Cada vez que se menciona uno de esos artilugios, la historia se detiene y Ralph o el narrador se pasan páginas y páginas describiéndolos. Deslumbrado con los inventos, el escritor no se molesta en profundizar en los personajes ni en reflexionar sobre el efecto que una mente tan brillante como la de Ralph tendría sobre sus congéneres (que ni le temen ni le envidian, sino que parece que le admiran a juzgar por la torre de vidrio y acero que han levantando en su honor en Nueva York); en resumen, que los personajes son tan aburridos como la sociedad hipertecnificada en la que viven. En el prefacio que Gernsback escribió para la reedición del libro en 1950, dejaba claro que sólo valoraba la precisión de sus profecías, apuntando que algunas «ya se han convertido en realidades» y su confianza en que «todas ellas serán comunes para 2660».
Pero, subyacente al burdo estilo de Gernsback hay algo más. Ralph se alza sobre la anónima población a la que dona sus inventos, es un genio mundial lastrado por la responsabilidad; y los villanos que se le enfrentan deben mostrar igual altura intelectual; las viejas batallas motivadas por la virtud femenina ahora se libran en un entorno interplanetario. Este gigantismo traslada las coordenadas tradicionales del inventor: la de una especie de sacerdote en posesión de un conocimiento especializado al que no tienen acceso las masas. Como el Gobernador Planetario le recuerda a Ralph: «Eres un gran inventor… y un factor clave en el progreso del mundo. Eres de un valor incalculable para la Humanidad, irreemplazable. Le perteneces al mundo, no eres dueño de ti mismo». Es un símbolo no sólo de la obsesión norteamericana por la tecnología y sus gurús, sino de la brecha que se estaba abriendo entre los heroicos ingenieros que inventaban y controlaban las máquinas y los que se beneficiaban de ellas sin comprenderlas. La novela, con toda su ingenuidad conceptual y burdo acabado literario, es una defensa de la élite tecnocrática que ya estaba surgiendo.
Hoy, el libro ha perdido su encanto innovador y su evocación de un futuro maravilloso y la historia es, como hemos dicho, lenta y aburrida, por lo que no resulta raro que casi nadie se siente a leer Ralph 124C41+. Y, sin embargo y sorprendentemente, se ha reeditado en más ocasiones de las que uno podría esperar (1929, 1950, 1958, 2000), permitiendo a la novela ejercer su limitada influencia en el género (aunque sólo sea por las veces que ha sido parodiada como ejemplo perfecto de lo que la ciencia-ficción debería evitar). Y también tiene sus defensores. Éstos no se apoyan en argumentos de tipo literario o estético, sino en el papel que la novela jugó en el desarrollo de la ciencia ficción y su toma de conciencia como género propio y diferenciado, desarrollo en el que Hugo Gernsback jugó un papel clave.
Porque Gernsback era, en primer lugar, un editor, no un escritor; y su principal contribución a la ciencia-ficción fue en ese campo. Efectivamente, el éxito inicial de Ralph 124C 41+ animó a Gernsback a contratar a otros escritores de ficción para su revista. Al cabo de unos años, el negocio editorial se había convertido en su principal interés, al que dedicaba todas sus energías. Creía firmemente que la ciencia-ficción podía ser un mecanismo eficaz de diseminación del conocimiento científico y servir de inspiración a los jóvenes, convirtiéndolos en la siguiente generación de inventores y científicos. Plasmó esa intención pedagógica no solo en la novela que comentamos ahora, sino unos años más tarde, en la más famosa de las revistas que fundó, Amazing Stories (1926), cuyos editoriales dejaban claro que su intención a la hora de publicar historias de ficción era didáctica.
Su visión acabó diluyéndose y el género siguió pronto otros derroteros, pero su labor aún sigue siendo reconocida en los prestigiosos premios que llevan su nombre.
Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.