Muchos lectores de Andrés García de la Barga y Gómez de la Serna (Madrid, 1887-Lima, 1975), más conocido por el seudónimo de Corpus Barga, se han dejado arrastrar por las voluptuosidades de la inteligencia que forman su constelación literaria.
Todo su talento se despliega en un proceso al final del cual la escritura, tan fértil, reconstruye el pasado con finalidad estética. A veces realista y otras periférico de la realidad, Corpus Barga procura trazar los rasgos de su época, y aquí la mirada llega a ser inspirada, e incluso experimental. De ahí, por ejemplo, que John Crispin y Ramón Buckley incluyan al autor de Pasión y muerte (1930) en la antología Los vanguardistas españoles (1925-1935) (Madrid, 1973).
El currículo de Barga se divide por géneros: es, en este orden, periodista, novelista, ensayista y poeta. Al primero de los apartados, el más conocido, corresponden sus artículos de juventud en El País y El Radical; sus crónicas parisinas para La Correspondencia de España, El Sol, Revista de Occidente y el periódico bonaerense La Nación; y su etapa como director del semanario Diablo Mundo. Para el reportero, esta manera de trazar por escrito los márgenes de la sociedad tiene una consecuencia política. De hecho, en 1937 lo hallamos entre los organizadores del Congreso Internacional de Intelectuales Antifascistas.
Como un símbolo de la España cainita, Corpus Barga atraviesa los Pirineos e inicia su exilio en Collioure, donde también se ha establecido el poeta Antonio Machado. Siguiendo el ejemplo de otros desterrados, Barga se afinca luego en París, y allí continúa hasta 1945. Ese es el año de su viaje a Lima, la capital donde, tiempo después, se hará cargo de la Escuela de Periodismo de la Universidad de San Marcos.
A partir de ahí, compone un proyecto de arquitectura literaria y autobiográfica sumamente ambicioso: Los pasos contados. Una vida española a caballo en dos siglos (1887-1957). Es preciso subrayar que todo el material del ciclo, en su más alto grado de expresividad, está calculado para ocupar, al menos, seis volúmenes. De ese proyecto quedan, aislados para siempre, cuatro libros: Mi familia. El mundo de mi infancia (I), Puerilidades burguesas (II), Las delicias (III) y Los galgos verdugos (IV). Paradójicamente, cuando se encuentra ocupado en esa reducción de su vida, la muerte de Barga va a cortar el hilo del relato en la primera década del siglo XX, dejando en proyecto dos entregas de ambientación posterior, aferradas a valores que hoy parecen tambalearse: Mi diccionario (V) y El siglo nuevo (VI).
Escribe Juan Perucho: «La tendencia de Corpus Barga de transformar en novela la materia biográfica halla en Las delicias […] una fase de experimentación muy favorable y acusada. Es muy divulgado su criterio de que “las memorias y las novelas son lo mismo, tienen la misma fuente de información. Un novelista y un memorialista sólo se diferencian en que el memorialista es el protagonista de su obra mientras que el novelista es, a veces, uno de los protagonistas de la novela»».
Naturalmente, si hemos de seguir a Barga en esa confusión de géneros, también podemos seguir su itinerario humano y cultural en novelas como La baraja de los desatinos (1968), y sobre todo en textos de orden periodístico, como aquellos que incluyen las misceláneas Crónicas literarias (1985), Paseos por Madrid (1987) y Entrevistas, semblanzas y crónicas (1992).
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