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La vida secreta de las palabras: «Cacao»

Nuestro diccionario se enriqueció enormemente gracias a la diversidad de América y a la mirada de los viajeros ibéricos que llegaron a sus costas. «En el uso social ‒escribe George Steiner‒, el intercambio lingüístico o el diálogo filosófico y religioso, estas intuiciones y estos ceremoniales de encuentro son incisivamente pertinentes para nuestra recepción de la literatura, la música y las artes» (Presencias reales, trad. de Juan Gabriel López-Guix, Barcelona, Ediciones Destino, 1989, p. 189).

Este enriquecimiento léxico tiene un claro reflejo en la vida cotidiana. Es algo que se hace patente, por poner un caso, en el trasiego de especies vegetales que facilitó la vía transoceánica. Ello supuso el acceso europeo a productos como el cacao, un fruto al cual dedicaremos nuestro artículo de hoy.

Esta historia empieza en 1729, pues fue entonces cuando los académicos de la RAE describieron con gracia literaria y buen lujo de detalles esta voz indiana. El cacao es una «fruta menor que la almendra, aunque más gruesa y redonda: la cáscara delicada, algo fría y húmeda, que tostada y molida en la piedra, hecha a este fin, es el principal material para fabricar el chocolate. En algunas partes de las Indias sirve de moneda para pagar los picos y restos de las cantidades mayores, y acabalar las partidas».

Hay una segunda acepción, muy sugerente: «Árbol que lleva la fruta de este nombre semejante al naranjo en la grandeza y las hojas, aunque algo mayor, y su copa es muy hermosa. Dase este árbol en los lugares sombríos y húmedos, y para defenderle del sol, le plantan a la sombra de otro árbol».

Completando el campo semántico, registran los sabios de la Academia que cacaotal es «el sitio donde se plantan los cacaos, que los hay muy dilatados y muy numerosos en las Indias. Es voz formada por los españoles de la palabra indiana, y en terminación castellana» (Diccionario de la lengua castellana, en que se explica el verdadero sentido de las voces, su naturaleza y calidad, con las frases o modos de hablar, los proverbios o refranes, y otras cosas convenientes al uso de la lengua […] Tomo segundo, Madrid, Imprenta de Francisco del Hierro, 1729).

Al tratarse de un americanismo, vale la pena echar un vistazo al estudio de Marcos Augusto Morínigo (1904-1987). Nos dice que la voz cacao deriva del náhuatl cacáhua, forma radical de cacáhuatl: el grano o fruto del cacao. Lógicamente, esta palabra engendra frases figuradas que el estudioso localiza en América Central, Colombia, México y Puerto Rico. Así, pedir cacao es «darse por vencido. Pedir tregua o misericordia el que huye de una riña»; y no valer un cacaoexpresa lo mismo que «ser una cosa de ningún valor, ser insignificante». Una voz afín, cacahual procede del náhuatl cacáhua y designa un «terreno poblado de cacaos». Su sinónimo en América Central y México es cacahuatal. Con el mismo registro de uso, un cacaotal es un «plantío de cacaos». De aquí se sigue una línea de no menor importancia, pues de la expresión náhuatl tlalli-cacáhuatl nacen las palabras cacahuate y cacahuete;esto es, «cacao de la tierra», pues tlalli significa tierra en dicho idioma.

Para precisar el concepto, Morínigo indica que el mentado cacahuete es una «planta herbácea de 30 cm de altura cuyo fruto madura debajo de la tierra. Es indígena americana, Arachis hipogaea,L., llamada también maní en las Antillas y la América del Sur». Asimismo, también deriva de cacáhua la voz cacahuero que en Colombia y Venezuela designa algo relativo al cacao, así como al cultivador de cacao, y ya en clave gastronómica pero sin ceder a la gula, al paisano propenso a degustar chocolate (Diccionario de americanismos, Buenos Aires, Muchnik Editores, 1966).

Lo que se gana con el uso del habla es variedad de matices y modismos. Con esta certeza, María Moliner añade la voz cacaotero como sinónimo colombiano de cacahuero: «Persona que posee plantaciones de cacao o trabaja en el cultivo o comercio del cacao». A todo esto, Moliner aclara una confusión, y es que la palabra cacao empleada como sinónimo de escándalo de voces, gritos o insultos, discusión o riña, es de origen expresivo, y no procede de la susodicha planta americana sino «de la voz del gallo que huye». En consecuencia, tener un cacao mental no implica otra cosa que una «confusión mental» (Diccionario de uso del español, Madrid, Gredos, 1998).

Más arriba hablábamos de literatura, así que, para justificar esa mención, echaremos mano de un formidable estudio folclórico. Lleva la firma Isabel Quiñónez, quien relaciona la palabra cacahuatal con unos sucesos del 11 de abril de 1649, fecha en que celebró la Inquisición un auto de fe contra el judaizante don Tomás Treviño de Sobremonte. Su tragedia fue narrada en verso por Juan de Dios Peza en «El cacahuatal de San Pablo» (Leyendas históricas, tradicionales y fantásticas de las calles de la ciudad de México, México D. F., Patria, 1946), y asimismo quedó descrita en prosa por Luis González Obregón en «Sucedido en la calle del Cacahuatal» (Las calles de México, México D. F., 1944). También alude a este asunto José María Marroquí cuando cita los orígenes de esa calle del Cacahuatal de San Pablo, tan vinculada a la leyenda de Treviño (La ciudad de México. Origen del nombre de sus calles y plazas (algunas), del de varios establecimientos y anécdotas, vol. I, México D. F., Imprenta tipográfica y literaria «La Europa» de J. Aguilar Vera y Cía, 1900).

De acuerdo con la descripción de Marroquí ‒citada por Isabel Quiñónez‒ la calle en cuestión discurre de norte a sur y la forman el costado oriental del Hospital Juárez y una manzana del lado opuesto. Situada en el plano, se ve que parte de la Plaza del Colegio de San Pablo y concluye en el cruce con la calle del Matadero, más tarde nombrada Cuautemótzin. Y es precisamente en dicha encrucijada donde se nos brinda esta última etimología de sabor castizo. Así, explica Marroquí: «La palabra cacahuatal es corrupción del cazahuatal, voz híbrida formada de la mexicana cazahuate y de la desinencia o terminación castellana al, que indica abundancia de la cosa, o el mismo sitio en que abunda. Cazahuate es el nombre de una planta que nacía abundantemente en el amplio solar abandonado y lleno de basura que había a la espalda y costado del Colegio de San Pablo, y de aquí vino el nombre de cazahuatal que el público dio a este sitio, y de la corrupción de éste el que lleva hoy» (De don Juan Manuel a Pachita la alfajorera. Legendaria publicada en la ciudad de México, México D. F., Instituto Nacional de Antropología e Historia, 1990, p.245).

Copyright del artículo © Guzmán Urrero. Esta es una versión expandida de un artículo que escribí, con el seudónimo «Arturo Montenegro», en el Centro Virtual Cervantes, portal en la red creado y mantenido por el Instituto Cervantes para contribuir a la difusión de la lengua española y las culturas hispánicas. Reservados todos los derechos.

Guzmán Urrero

Colaborador de "La Lectura", revista cultural de "El Mundo". Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador habitual de las páginas de cultura del diario ABC y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.