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La vida secreta de las palabras: «A la chita callando»

Son muy curiosos los orígenes de la fórmula a la chita callando, que en tierras americanas tiene su equivalente en la expresión a la gachapanda. Decimos a la chita callando cuando alguien acomete una acción de forma disimulada, con mucho secreto, en silencio, sin ser notado.

Hay otros modismos que, como ahora veremos, pertenecen a la misma familia. Por ejemplo, dar en la chita, que significa dar en el hito, comprender o acertar el punto central de un problema.

Aún hay más: No dársele a alguien dos chitas de una cosa equivale a no importarle un bledo. Por esta vía desdeñosa, no importar o no valer una chita adquiere ese mismo significado.

Un chiticalla es una persona muy callada, prudente y reservada, que no descubre ni revela lo que ve, y asimismo, algo que se desea esconder o reservar en silencio.

Los chilenos exclaman ¡Por la chita! cuando quieren mostrar asombro o enfado. Finalmente, tirar a dos chitasquiere decir «hacer a dos partes, poner la mira o pretensión a dos cosas». ¿Pero en qué consiste esa chita que, a este paso, se convierte en un argumento familiar?

Sebastián de Covarrubias, en su Tesoro de la lengua castellana o española (1611), describe chita como «el hueso del carnero o de la vaca, de la cuartilla del pie, que otros llaman hita, del verbo figo, -gis, porque la hincaban en el suelo». Añade: «Los muchachos ponen una hincada en la tierra y otra encima, y tiran a derrocarla». En 1970, la RAE definió la misma voz como «astrágalo, hueso del pie», y también como «juego que consiste en poner derecha una chita o taba en sitio determinado, y tirar a ella con tejos o piedras; el que la derriba gana dos tantos, y el que da más cerca, uno».

Entre juegos y pasatiempos, Francisco Rodríguez Marín confirma en Cantos populares españoles (1951) que el vaivén de las chitas originó el modismo que nos ocupa. Está de acuerdo Julio Cejador, que en su Tesoro de la Lengua Castellana. Silbantes primera parte (1912) comenta: «Chita es la taba con que juegan los muchachos, y el palito, bolillo o hueso sobre el que se colocan monedas y se tira con tejos, desde cierta distancia, a tumbarlo, ganando el [tejo] que queda más cerca del dinero que cayó».

Otro estudioso de los dichos, José María Iribarren, se demora en la lectura de Cejador y Rodríguez Marín para luego describir a un jugador ideal de la chita: un eficaz tanteador que, sin escándalo ni ruido, consigue al fin lo que desea.

Copyright del artículo © Guzmán Urrero. Esta es una versión expandida de un artículo que escribí, con el seudónimo «Arturo Montenegro», en el Centro Virtual Cervantes, portal en la red creado y mantenido por el Instituto Cervantes para contribuir a la difusión de la lengua española y las culturas hispánicas. Reservados todos los derechos.

Guzmán Urrero

Colaborador de "La Lectura", revista cultural de "El Mundo". Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador habitual de las páginas de cultura del diario ABC y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.