El músico Luigi Boccherini (1743-1805) nos ha servido a muchos inmigrantes de espejo para considerar cómo, a pesar de las diferencias, todos los seres humanos, aunque desiguales, somos capaces de tratarnos como equivalentes. Boccherini era un ilustrado toscano, de Lucca, que aprendió su arte en una Italia aún maestra de la música europea, es decir de la música universal, difundida y arraigada desde el Perú hasta la China y desde el Canadá hasta Sudáfrica.
Nuestro hombre vivió largamente en España, entre Madrid y Boadilla del Monte, y en este país le tocó morir. Escribió páginas que se pueden cantar sobre textos en latín, italiano o español. Sin perder los cánones del clasicismo dieciochesco, incorporó a su obra los aires de raigambre popular hispánica. Se le debe ese inclasificable dechado de poema narrativo de bolsillo, hecho escuchando los sonidos del anochecer matritense que es la Música nocturna de Madrid.
¿Cuál es la identidad de Boccherini? Sospecho que el tema le interesó poco y nada. La música es un código trasnacional y todo músico, por obvios motivos, es un oído alerta a lo que sucede sonoramente en el mundo. Tengo a la vista un ejemplo muy didáctico. Es la edición de sus Terzettini para cuerdas, escritos en Madrid y en 1793, ahora publicados por el sello Glossa. La toma se cumplió en Saitama, Japón, y los intérpretes son un español y dos japoneses. El productor es otro español, Carlos Céster, especialista en editar estos repertorios, y el compacto está editado en Austria. Como para distinguir identidades está la cosa.
Dice el maestro Hegel que la identidad es un estado primitivo del ser en que está confundido consigo mismo, cuando ni siquiera es capaz de reconocerse como ser. Da como ejemplo la fe religiosa, especialmente la de un místico que se siente uno con el Uno. Voy a complicar a Hegel con Boccherini, dos herederos de la Ilustración que compartieron parte de sus vidas aunque geográficamente alejados. Pero voy a añadir a un catalán, mi muy admirado escritor Josep Pla, a quien leo en su original y le conozco una novia argentina en Ramos Mejía, al ladito de Buenos Aires.
Pla se consideraba catalán y para él, Cataluña es el Ampurdán, donde (sic) saben hacer lo que mejor les sale a los catalanes: el sofrito para el arroz. Cuando llegaba a Barcelona, se sentía en el extranjero. No se identificaba con su cosmopolitismo, el culteranismo de su literatura (Carner) o de su intelectualidad (D’Ors). En cambio, según lo cuenta en sus cartas correspondientes, se hallaba en casa en cualquier ciudad de Italia. Cierro el bucle: la tierra de Boccherini.
Los maestros de Pla, por otra parte, están a la vista: algunos historiadores latinos, Montaigne y Stendhal. Item más: le tocó ver de cerca el barullo madrileño de 1931 cuando el advenimiento de la segunda república, lejos de la Barcelona donde el capitán Maciá se apresuró a declarar la independencia de la república catalana en (sic) una inexistente confederación de pueblos ibéricos. Un escéptico, buen vividor y socarrón como Pla habría dicho que la historia es amnésica y propende a repetirse. Me voy con la música a otra parte, a repetir la deleitable experiencia de escuchar a Boccherini.
Imagen superior: Luigi Boccherini retratado por Pompeo Batoni (c. 1764-1767).
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