Convoco a dos poetas para discurrir velozmente sobre la juventud. Rubén Darío la definió como un divino tesoro; Jean Cocteau como una creencia: todos los jóvenes se creen –nos hemos creído– una raza. A su manera, tienen razón. Hay días de la juventud en que los tales se sienten/nos hemos sentido, hermosos como dioses. Y hemos querido perpetuar esa divinidad, convirtiéndola en un rasgo racial. Daré unos ejemplos de memoria.
A mediados de los años 1950, en la Argentina menguaba el primer peronismo. Los jóvenes de mi medio veíamos a Perón como algo de un pasado que no admitía pasar. Lo juvenil era ser gorila o contreras, algo propio de la gente progre, elegante y de buenas maneras. Apoyamos el golpe militar que echó a Perón y comprobamos que los gobiernos de hecho suelen fusilar con exagerada facilidad.
Quince años más tarde, los jovencitos del 55 éramos treintañeros y los jóvenes que nos sucedían decidieron que lo progre era el peronismo y que Perón, un octogenario a punto de desvanecerse, acaudillaba el movimiento de liberación, incluidos los guerrilleros. Luego Perón decidió exterminar a esos guerrilleros, pero ya era tarde para correcciones.
En España he visto sucederse a varias generaciones de jóvenes convenientemente rupturistas. Algunos se apresuraron en 1975 a desencantarse de la naciente democracia, que sólo era una monarquía parlamentaria. Luego, en los ochenta, tuvimos la rebelión estudiantil del Cojo Manteca opuesta al gobierno felipista. Contra el gobierno de Zapatero, su casta, sus banqueros y sus recortes apareció el 15-M, muchos de cuyos seguidores se han vuelto nacionalistas en la pelotera catalana. Un aparte: me pregunto cuántos jóvenes independentistas catalanes han leído a Valentí Almirall y a Pompeu Gener, maestros en la materia, y cuántos nacionalistas vascos conocen las variopintas prosas de Sabino Arana.
La juventud, por divina o racial que sea, pasa como todas las edades de la vida. El paso, se me ocurre pensar con velocidad, se da cuando un joven advierte/advertimos que unas cuantas ideas que consideró/consideramos mozas son viejas, que repetimos sin saberlo muchos gestos y hasta muecas de nuestros antepasados y que el dominio propio del joven es, sobre todo, el futuro, un espacio deshabitado. Bueno, salvo que algún viejo sabio nos auxilie con sus profecías. Los jóvenes podemitas vindican al jurista nazi Carl Schmitt a través del filósofo peronista Ernesto Laclau.
Vuelvo a la fecha del comienzo. Recuerdo una película que describía un episodio de rebelión estudiantil en Estados Unidos: Blackboard Jungle, traducida alegremente como Semilla de maldad. También una pieza teatral de John Osborne, conocida como Mirando hacia atrás con ira (¿cómo harán los ingleses para mirar hacia atrás?). Estas obras dieron lugar a la denominación de iracundos. Recuerdo a Glenn Ford haciendo de apabullado profesor y a los actores de Osborne –uno muy conocido en España: Alfredo Alcón– contemplando un panorama de posguerra como si la guerra no hubiera ocurrido nunca. Lo dicho: la raza de los divinos atesoradores. El mundo empieza con ellos. Empezó con nosotros.
Imagen superior: Pixabay.
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