A cuento de algunas fechas –los centenarios de Octavio Paz, Julio Cortázar y Adolfo Bioy Casares, la muerte de García Márquez– se sacó a relucir hace unos años el asunto del boom literario latinoamericano de los sesenta. Tanto los medios académicos como el periodismo diario siguen hablando de él. Algunos intentaron, hasta ahora sin mayor consecuencia, hacer circular un post-boom. Se dice que de tanto mentar algo, la magia creadora de la palabra acaba otorgándole realidad. Pero la realidad tiene también aspectos irreales o, como se decía el siglo pasado, surreales.
En efecto, haciendo el escrutinio de los boom writers se advierte que no constituyen una tendencia literaria como lo fueron el romanticismo y el modernismo, ni tampoco una generación, aun en el caso de que se acepte que las generaciones determinan zonas de la literatura. En efecto, cuando estalla el boom, algunos escritores ya han hecho toda o la decisiva parte de su obra (Borges, Rulfo), en tanto otros se empiezan a mostrar (García Márquez, Fuentes, Vargas Llosa). Los novelistas de gran calado, retratistas de una sociedad, cuyo tema es lo que Balzac llamaba la historia privada de las naciones (de nuevo: Vargas Llosa, Fuentes) provienen del realismo del siglo XIX, creen en el documento y en la observación, recogen peculiaridades de las hablas locales. Es decir: todo lo contrario que Borges, Bioy y Cortázar, exploradores de lo inusual, lo fantasmático, lo ambiguo, la dudosa calidad de lo real. Lezama Lima y Carpentier se reclaman de un neobarroco pasado por el modernismo, lo opuesto a lo descarnado, se diría que óseo, de la prosa rulfiana. Entre tantos varones ¿por qué no se incluyen dos tamañas novelistas como las mexicanas Josefina Vicens y Elena Garro?
¿Hay boom writers de primera y de segunda? ¿Llegaron tarde y se quedaron sin plaza Álvaro Mutis, Severo Sarduy, José Donoso y Augusto Roa Bastos? ¿En qué casilla del casillero situamos al insituable Octavio Paz? ¿Merecieron prolijamente el Premio Cervantes o no? ¿Qué hacemos, en general, con los poetas y los dramaturgos? ¿Quién pesa más, un cuentista o un novelista?
Como se ve, el batiburrillo se impone. Ya que no realidad literaria, el boom parece ser una maniobra editorial, muy respetable como lo es la empresa editorial en sí misma, sin la cual no existiría la literatura, pero en sus justos límites. La connotación política revolucionaria de modelo soviético, se ha descolorido. El mundo actual no está, según parece, muy propicio a las revoluciones tercermundistas como en los tiempos de Cuba, Vietnam y Argelia. Quizás haya llegado la hora del lector, según la fórmula de un árbitro del gusto como Castellet. La hora en que, solitario y universal, alguien abre un libro y se sumerge en un texto. Sin instituciones, escuelas, tendencias, metodologías críticas, generaciones, medios de difusión, cátedras ni premios.
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Imagen superior: Mario Vargas Llosa, Patricia Llosa, José Donoso, María Ester Serrano, Gabriel García Márquez y Mercedes Barcha Pardo, en Barcelona, en los años 60, CC.