Sir Martin John Rees es uno de los astrofísicos más notables del planeta. Fue presidente de la Royal Society de Londres entre 2005 y 2010, rector del Trinity College de Cambridge entre 2004 y 2012 y, desde 1995, ejerce como astrónomo real de la Reina de Inglaterra, un título honorario al gusto de la alta aristocracia británica que lo convierte en consejero personal de Isabel II en asuntos científicos relacionados con el cosmos.
En 2010, nuestro Sir dejó su huella en el primer congreso que la academia británica celebraba en torno a la vida extraterrestre inteligente al hacer unas intrigantes declaraciones –el tipo es intrigante por naturaleza—: “Podrían estar observándonos cara a cara y no los reconoceríamos”.
Rees reflexionaba entonces sobre el error que es buscar vida más allá de la Tierra si esto supone dar por hecho que la vida se reduce a nuestra interpretación del mundo y nuestro conocimiento de la tecnología: “Sospecho que podría haber vida e inteligencia ahí fuera en formas que nos resultan inconcebibles. Igual que un chimpancé no puede entender la teoría cuántica, podría haber aspectos de la realidad que se escapan a las capacidades de nuestro cerebro”.
Estas ideas eran las mismas que, por las mismas fechas, recogía otro astrofísico, Paul Davies, en su libro Un silencio inquietante, dedicado a la historia del Proyecto SETI.
Davies cree que las razas alienígenas superiores, de haberlas, seguramente sean inteligencias artificiales con un potencial inconcebible para el cerebro humano que, además, estarían acopladas a máquinas capaces de resistir las extremas condiciones a que deben enfrentarse en sus exploraciones galácticas.
Según Davies, la inteligencia biológica es un fenómeno transitorio y fugaz en el contexto evolutivo del universo, en lo que pareciera un guiño a la cada vez más popular doctrina transhumanista.
Es así que, frente a la búsqueda de vida extraterrestre desde criterios biológicos, los científicos del SETI han apostado por centrarse en la detección de máquinas. Según Seth Shostak, astrónomo jefe del SETI, si ahora mismo se lograse crear una máquina con la capacidad intelectual de un humano, de aquí a cinco años su desarrollo la llevaría a superar la inteligencia del conjunto de toda la humanidad.
Una vez que una sociedad inventa la tecnología para entrar en contacto con el cosmos, dice Shostak, está, como mucho, a unos cientos de años de pasar de su paradigma cognitivo al de la inteligencia artificial.
Las máquinas extraterrestres serían no sólo superiores a quienes las crearon, sino que, además, serían inmortales y no tendrían que vivir en la zona de confort de un sistema solar, la denominada zona de “Ricitos de Oro”, que es donde se centran las actuales investigaciones en busca de alguna huella que constate la existencia de vida ahí fuera.
Según Shostak, esta ampliación de las condiciones de vida significa que habría que emplear tiempo en buscar en lugares hasta ahora discriminados por los científicos que, aunque intolerables para un organismo biológico, podrían ser de alto valor para una máquina, como regiones ricas en materia y alta energía con que abastecer su impensable, para nosotros, tecnología.
Como explica Davies, el proyecto SETI en particular, y la astrobiología en general, siempre han estado sometidos a una pesada losa: el antropocentrismo. Pensemos, por ejemplo, en la posibilidad de una tecnología que, nos dice Davies: no está hecha de materia, no tiene forma, es dinámica y se ajusta a todas las escalas de espacio-tiempo. “O, a la inversa, no parece hacer nada en absoluto que nosotros podamos discernir”, puesto que no está hecha de piezas diferenciadas, “sino que es un sistema, una sutil correlación” a un nivel que se nos escapa.
El SETI surgió en los años sesenta bajo la creencia de que hay civilizaciones extraterrestres que envían al espacio señales de radio de banda estrecha, “una especie de equivalente galáctico del BBC World Service”.
Y en los últimos años se viene imponiendo el imaginario transhumanista. ¿Está el ser humano adentrándose en una nueva fase de evolución? Algunos creen que estamos a las puertas de la era post-biológica.
El transhumanismo comprende diferentes fases intermedias. El cuerpo humano es el primer y más fácil elemento en ser unido a los componentes mecánicos como mejora de la calidad física de vida, para luego dar paso a la transferencia de la mente a un elemento completamente artificial, un tipo de inmortalidad con que muchos sueñan ya. El último paso es el uploading, que, según la Asociación Transhumanista Mundial, consiste en realizar un escaneo del cerebro humano para transferirlo a un nuevo soporte digital.
Esto, siguiendo con las explicaciones de la Asociación, “permitiría conservar nuestra conciencia e identidad y de esa forma superar la muerte para poder continuar viviendo en otro substrato que no sea nuestro cerebro y además explotar las posibilidades de este nuevo medio”.
«White Christmas», episodio especial de la teleserie «Black Mirror» emitido el 16 de diciembre de 2014, y centrado en la posibilidad de obtener un duplicado digital de nuestra mente © Zeppotron, Endemol UK, Channel 4.
Cabe preguntarse qué resultará de tales aventuras. Porque la inteligencia no es, bajo una perspectiva científica, una necesidad prevista de la evolución, sino un accidente circunstancial; mucho menos lo es una mente racional.
Y mucho menos lo es pensar, atrapados en esa mente racional, que es una fase de alto grado en el proceso evolutivo. Sencillamente, es lo único que conocemos en lo que a inteligencia se refiere porque en este minúsculo punto celeste, como lo llamara Carl Sagan, no hay con qué comparar.
El logos no tiene por qué ser la expresión de organismos evolucionados; es otra antropomorfización. “Sin unas mentes preparadas por los antecedentes culturales de la filosofía griega y el monoteísmo (o algo parecido), en particular la idea abstracta de un sistema de leyes matemáticas ocultas, tal vez la ciencia, tal como la conocemos, nunca hubiera emergido”, dice Davies. Son muchos los factores circunstanciales que determinan el nacimiento del método científico moderno, y no necesariamente los mejores.
Nuestro nivel máximo de manipulación se basa en la electrónica y en las comunicaciones nacidas de la manipulación electromagnética. Pero no es la única tecnología posible. Los alienígenas podrían estar manejando la información del universo de manera incomprensible para nosotros, pues no podríamos imaginar la “máquina” usada para ello.
La diferencia entre objetos naturales y artificiales es producto de una cultura. Unos están hechos por el hombre y otros son desenvueltos en el fluir de las leyes del universo.
Pero una manipulación a niveles cuánticos está en un nivel inferior a la distinción entre objetos naturales y artificiales, pues se sirve de la materia en sus niveles más elementales. Y sólo cuando la computación cuántica alcance sus primeros logros efectivos seremos capaces de comprender cuán limitado es el actual “progreso” humano y apenas de intuir lo que queda por delante.
En palabras de Davies:
“Estamos tan unidos al concepto humano de la máquina como pedazos de metal con botones y palancas, o como información que se procesa (como en los programas de ordenador), que se nos hace difícil conceptualizar una tecnología que implique niveles superiores de manipulación”.
Pero, si no se alcanza a distinguir la diferencia, el universo entero podría ser una manipulación, una simulación como sugiere el filósofo Nick Böstrom.
Una civilización de tipo III, por ejemplo, sería capaz de dominar el tejido espaciotemporal a su antojo, no sólo para viajar libremente y aprovechar toda la energía disponible en el Cosmos, sino incluso para crear sus universos propios a la manera de universos paralelos. Los dioses en su estado puro, ni más ni menos.
En este punto, las civilizaciones extraterrestres adquirirían el rango de dioses, ángeles y demás criaturas celestiales. Y, entonces, ya no estaríamos hablando de ciencia, sino de teología…
O de ufología…
Arthur C. Clarke durante una conferencia sobre «2001: Una odisea del espacio» (1968)
De seguir por aquí, esto nos alejaría de la «ciencia» y nos sumergiría en pensamientos muy extraños. Pero puestos a reflexionar, ¿dónde están los límites? Por ejemplo, la teoría parafísica de los ovnis sostiene que ciertas entidades de una realidad invisible han manipulado el mundo de los humanos desde tiempos inmemoriales.
En los años 50, Arthur C. Clarke comenzó a escribir artículos en los que sostenía la hipótesis de que los ovnis eran objetos “parafísicos”, no extraterretres en el sentido común del término. Es decir, procedentes de otras dimensiones o realidades vecinas a la nuestra. Diversos científicos llegaron a la misma conclusión a lo largo de los siguientes años, aunque la historia duró bien poco.
De acuerdo al testimonio del capitán Edward Ruppelt, primer jefe del proyecto “Blue Book”, en enero de 1953 un cuadro de científicos y oficiales al servicio de la CIA rechazaron el material aportado hasta entonces por sus propios investigadores y “sugirieron” que el público debía creer que los avistamientos tenían su origen en fenómenos naturales, malinterpretaciones y errores de percepción.
A partir de ese momento, el personal de la Fuerza Aérea tuvo prohibido hablar sobre el tema con cualquiera que intentara investigar el asunto y el descrédito popular se convirtió en tendencia principal.
En 1955, la investigación científica fue abandonada públicamente y el fenómeno ovni dejad o en manos de personajes de escasa seriedad y un cada vez mayor número de testigos poco creíbles que plantaron las semillas de los posteriores movimientos de culto ovni, tan de moda a finales de los años 60, y que regresaron con fuerza en la década de 1990 gracias, entre otras cosas, a la moda de las canalizaciones, que nunca se fueron, pero que ampliaron el rango de alcance de la New Age.
Pero, en fin, llegados a este punto, será cosa prudente regresar a terrenos más firmes. Un estudio publicado en 2013 que describía las distintas posibilidades de inteligencia en la Tierra ha servido para ampliar el horizonte de la búsqueda, hasta el punto de que la Revista de Astrobiología de la NASA se ha hecho eco del mismo.
El método de aproximación se denomina COMPLEX (COmplexity of Markers for Profiling Life in EXobiology), y propone un modelo de posible inteligencia extraterrestre a partir de la comparación de las distintas formas de comportamiento no humanas de nuestro planeta, desde microbios a la inteligencia artificial. Se pretende, así, ir más allá del rango al que tradicionalmente se han reducido los estudios sobre la inteligencia de los no homínidos: delfines, ballenas, elefantes y córvidos; estudios que normalmente han quedado reducidos a una comparación con los estándares humanos.
Estos animales han demostrado que el ser humano debe renunciar a la exclusividad del concepto de inteligencia, dice Denise Herzing, creadora de COMPLEX y autora del estudio antes mencionado, cuyas investigaciones sobre delfines la han llevado a relacionar la inteligencia, en cuanto conjunto de capacidades para sobrevivir a un ambiente dado, con la estructura corporal específica de cada especie, de modo que una criatura sin extremidades, por ejemplo, desarrollará un procedimiento muy distinto al nuestro para fabricar las herramientas que le permitan abrirse paso en el camino de la Evolución.
Denise Herzing en TED2013 © TED.
En este sentido, continúa Herzing, la ingeniería de un termitero, con controles de la temperatura en el interior, sistemas de ventilación o zonas de cultivo de hongos, no es algo que deba ser menospreciado. Estos insectos sociales, al igual que las abejas, son incapaces como individuos, pero su “mente colectiva” deriva en logros increíbles. Según Herzing: «Algún día seremos capaces de vernos como una especie más de tantas que ha desarrollado un puñado de especialidades, como lenguaje oral y manipulación de objetos, en lugar de considerarnos la única especie inteligente porque creemos que poseer un lenguaje es lo inteligente».
El proyecto COMPLEX se interesa por otros aspectos relacionados con el procesamiento de la información, centrándose en cinco fuentes con que redefinir el concepto de inteligencia: delfines, pulpos, abejas, microbios y máquinas. Los atributos que destacan en cada uno de ellos son la comunicación compleja de los delfines, el aprendizaje asociativo de los pulpos, la danza de las abejas para indicar localizaciones concretas a sus compañeras, la capacidad de los microbios para trabajar en beneficio de la comunidad, y el poder computacional de las máquinas.
La idea es aprender a distinguir la inteligencia sobre la Tierra para así poder atisbarla en el espacio exterior sin caer en los actuales reduccionismos de una mirada antropocéntrica.
La pregunta inevitable es: ¿seremos lo suficientemente inteligentes para lograrlo?
Imagen superior: «Alien Vs Predator: Chess», por Xidon © 2010, Sky Digital New Zealand, DDB New Zealand.
Copyright © Rafael García del Valle. Reservados todos los derechos.