Lo mejor que puedo decir de En tierra hostil (The Hurt Locker, 2008) es que me hubiera gustado ver esta película en una sala de cine. Y ya quedan muy pocas razones para ir a una sala de cine.
Quizás el cine de Kathryn Bigelow sea ya caduco. Más aún que el de la mayoría. Su cámara in situ no tiembla con la naturalidad de la de Ridley Scott, su sentido de la composición es de todo menos moderno y sus personajes exudan una virilidad que no está de moda desde los años 70.
Y sin embargo, pocos directores molan tanto como Kathryn Bigelow.
He visto todas sus películas con devoción a prueba de decepciones: The Loveless (1981), aquel canto de amor filogay a la individualidad hetero; Los viajeros de la noche (Near Dark, 1987), todo lo que había que contar sobre vampiros en clave gótico americano; Acero azul (Blue Steel, 1990), un cuento de obsesión onanista que lanzó a Ron Silver (fallecido en 2009) y consolidó a Jamie Lee Curtis; Le llaman Bodhi (Point Break, 1991), la más inesperada peli de culto: cine de ladrones surfistas, más molona imposible; Días extraños (Strange Days, 1995), el apocalipsis de fin de siglo más procedente y la única vez que James Cameron ha soportado segundas lecturas; y, a partir de ahí, la decadencia: El peso del agua (The Weight of Water, 2000) una película que no parece de su directora, drama con trauma más propio de una Jane Campion sin inspiración, que no acaba de funcionar y donde Sean Penn se muestra, por vez primera en su carrera, hastiado y rutinario; y K-19: The Widowmaker (2002), una caspa más propia de viejos cowboys mal adaptados como Walter Hill o John Milius que de una autora con discurso visual aún vigente.
Con The Hurt Locker, Kathryn Bigelow debería haber vuelto por la puerta grande (léase estreno masivo en sala de cine), pero en estos días de descargas y consumo casero, supongo que sólo podía aspirar a ser una trepidante sorpresa de pantallita pixelada.
La película está muy bien: empezando por el hecho de que enfoca la ocupación de Irak desde el punto de vista exclusivo del soldado invasor y el miedo al extraño (ya empezaba a estar harto de tanto “punto de vista coral” y tanto cuestionamiento moral pertinente para endilgarnos discursos mal guionizados) y terminando porque trae a nuestros ojos la pesadilla del conflicto bélico sin necesidad de apelar a la estupidez del niñato occidental o a su inadecuación a la maquinaria de la guerra.
Como he dicho antes, los personajes de Kathryn Bigelow son hombres de hace tres décadas: viven, fuman y matan con una eficacia autosuficiente que sorprende en esta época de simuladores de todo. Creo que es lo que más me gusta de la película.
Y, por supuesto, que es un viaje sin respiro al terreno que Bigelow mejor domina: la situación de riesgo extremo llevada al límite de lo físico.
También me gusta que la película nunca se salga de lo individual: no extrapola la experiencia del personaje principal para vender un discurso tópico sobre la situación general. No cuestionamos su situación como “americano”, sino como persona. Como acertadamente señala un usuario de IMDB, ningún soldado exclama en ningún momento: “¡Dios mío, ¿qué hemos venido a hacer aquí?!”. Uf, no sabéis cómo se agradece.
Y su directora sabe dosificar el minutaje necesario a cada registro, de la introspección a la acción desaforada. Asimismo, acierta en el uso de nombres reconocibles de Hollywood para despistar al espectador sobre la importancia (y destino) de sus roles.
Jeremy Renner, el protagonista, está muy bien: es como Jake Gyllenhaal con cara de hombre. Y de hecho, The Hurt Locker podría ser la versión machota del Jarhead de Sam Mendes.
La versión que probablemente falsifica más la guerra, pero que mola más ver.
[Contamos con dos películas posteriores de Bigelow: La noche más oscura (2012) y Detroit (2017)]Copyright del artículo © Hernán Migoya. Previamente publicado en Comicsario, un blog para la fenecida editorial Glénat España. Reservados todos los derechos.