El escritor cubano Alejo Carpentier publicó durante 1941 en la revista Carteles de La Habana una serie de estudios sobre la situación europea a comienzos de la segunda guerra mundial. No fueron recogidos en libro y en su país hasta el año pasado y ahora aparecen en edición española de Fórcola, en Madrid, bajo el título de El ocaso de Europa.
Los precede un cumplido estudio de Eduardo Becerra, especialista en la materia, que nos sitúa en el contexto histórico y en el lugar que estos artículos ocupan dentro de la vasta obra periodística de Carpentier. El volumen exhibe, además, todo el aparato accesorio que permite leer los textos en sí mismos: onomástico, notas al pie y una escogida y muy pertinente secuencia fotográfica.
¿Por qué esta tardía recopilación de un autor tan ampliamente conocido y editado? Dicho sintéticamente: porque Cuba transitó de la era Bush / Fidel a la era Obama / Raúl. En efecto, Carpentier fue un entusiasta admirador de los Estados Unidos y este sentimiento rebosa continuamente su escritura. Habiendo sido, además, hombre de la revolución castrista y ocupado cargos en la enseñanza y la diplomacia, el veto estuvo servido durante todas estas décadas.
No es gratuito el americanismo del caribeño. Toda su visión de Europa, acreditada por años de trabajo en París entre la letra y la música, gira en torno a la decadencia del viejo continente y la modernidad del nuevo, personificada en el Hermano Mayor del Norte. Carpentier ve a Europa como un conjunto de países poderosos y empeñados en su autodestrucción por medio de todos sus poderes. En especial, Francia, con un partidismo avaro y corrupto, y un parlamentarismo gallináceo y obstruccionista. La contrafaz es el surgimiento de los Estados musculosos y dictatoriales del fascismo.
No es que Carpentier sea europeófobo. Todo lo contrario. Admira las culturas europeas y se complace en conocerlas. En estos artículos se advierte que se ha ahincado a leer literatura, escuchar y estudiar música, asistir a teatros y cines. En todas partes ha encontró lo mismo: un orgullo esclerótico del pasado, una reluctancia enfermiza a la novedad, un regusto por la contienda patriótica y nacionalista que desagua en guerra.
Está descontada la calidad literaria de estos textos. Lo mismo, su utilidad documental. Personalmente, me llamó la atención la lucidez de Carpentier que lo convierte en un historiador inopinado y eficaz. No se limita a la elegía, el lamento por la ineficiencia y la ceguera de la dirigencia europea, tal como lo hicieron Spengler, Jules Romains, Gonzague de Reynold y nuestra María Zambrano. Carpentier ve en la guerra el enésimo episodio de una anacronía trágica del siglo XX: el encuentro y el choque de bloques históricos que parecen provenir de fechas distintas. Años más tarde, el historiador Arno Meyer, en su agudo libro La persistencia del Antiguo Régimen repetirá, sin saberlo, a Carpentier. Un continente dominado por arcaicas aristocracias nobiliarias, funcionariales y militares, esgrimía terribles armas supermodernas. Entablada la interminable guerra que empezó en 1914, sólo la aparición del único país moderno del momento, los Estados Unidos, decidió el final del conflicto. Europa, a regañadientes, ha aprendido la lección. Corrijo: todavía la está aprendiendo.
Copyright del artículo © Blas Matamoro. Reservados todos los derechos.