Una mañana de principios del siglo XX, un farmacéutico alemán esperaba inquieto el regreso de una de sus palomas mensajeras.
No era habitual que ninguna de sus aves se demorara tanto en volver. Estaban bien entrenadas y cada día cumplían diligentemente con su labor: transportar medicamentos hasta el sanatorio de Falkenstein, en una localidad cercana a Kronberg im Taunus, donde residía este boticario llamado Julius Neubronner.
Neubronner, nacido en 1852, había heredado el curioso método de su padre, también farmacéutico, que utilizaba estos animales para el reparto de recetas y medicinas a los pueblos cercanos, aunque dejó de hacerlo cuando esas villas vecinas abrieron sus propias farmacias.
Julius tenía un fuerte espíritu innovador. Experimentaba con todos los aparatos que caían en sus manos y sentía gran fascinación por el cine y la fotografía, por lo que se mantenía siempre al corriente de los últimos avances. De hecho, poco después de la llegada del cinematógrafo a Alemania a finales del siglo XIX, Neubronner realizó una serie de películas amateur, convirtiéndose en uno de los primeros realizadores no profesionales del país germano.
Al principio, solo rodaba escenas cotidianas como entretenimiento. Filmaba su entorno cercano y la vida diaria de su familia, al igual que hicieron “famosos pioneros como los Lumière o los Skladanowsky en sus primeras grabaciones”, según cuenta Walter Schobert, director del Deutsches Filmmuseum, en un artículo del Journal of Film Preservation.
Schobert destaca que más allá de filmar lo que aparecía delante de la cámara, Neubronner “comenzó a experimentar hábilmente con las posibilidades que le ofrecía este nuevo medio y empezó a crear un tipo diferente de realidad empleando efectos de cámara”. Por ejemplo, del mismo modo que el revolucionario Georges Méliès, el alemán empleó la técnica del stop motion para lograr efectos mágicos en sus creaciones.
Además, recogió con su cámara algunos eventos como la visita a Kronberg del rey británico Eduardo VII, la inauguración de un monumento a cargo del emperador Guillermo II o la carrera automovilística Gordon Bennett, por lo que su legado “constituye una fuente histórica importante, ya que documenta tanto el desarrollo de la región como la aparición del cine de los primeros tiempos en Alemania”, tal y como señala Schobert, que añade que sus películas privadas son “documentos reveladores de la forma de vida de una familia burguesa en la época del cambio de siglo”.
Entre 1903 y 1920, Neubronner hizo un gran número de grabaciones, que fueron restauradas a partir de 1991 por el Deutsches Filmmuseum, después de que su hijo las donara.
Pero volvamos a la paloma extraviada.
El ave perdida debió de desorientarse por culpa de la espesa niebla que cubría ese día la ciudad, y los días y las semanas pasaron sin que regresara. Finalmente, un mes después, el animal apareció sano, salvo y bien alimentado.
Quería tomar imágenes a vista de pájaro, como ya habían hecho otros con métodos “más engorrosos como globos, cometas o cohetes”, según señala el propio Neubronner en un texto autobiográfico de 1920 titulado 55 Jahre Liebhaberphotograph.
Esos sistemas habían dado lugar a las primeras fotografías aéreas de la historia. Parece ser que el primero en obtener imágenes desde las alturas fue el periodista francés Gaspard-Félix Tournachon, conocido como Nadar, que fotografió una localidad cercana a París desde un globo en 1858, aunque actualmente no se conserva ninguna de sus fotografías.
Neubronner pensó en colgar una pequeña cámara a sus palomas para tomar imágenes aéreas
Otro francés, Arthur Batut, obtuvo las primeras imágenes aéreas tomadas desde una cometa alrededor de 1888 y el sueco Alfred Nobel consiguió sacar fotografías con una cámara acoplada a un cohete en 1897.
Una paloma era más precisa que una cometa, más manejable que un globo y, a diferencia de un cohete, podía usarse una y otra vez, así que Julius Neubronner fue perfeccionando su aparato para adaptarlo al cuerpo de las aves.
Buscando la patente
Construyó, según relata él mismo, una docena de modelos diferentes, hasta que logró producir un aparato de poco más de 40 gramos que permitía tomar 12 imágenes de 3×6 centímetros. Entonces se dispuso a registrar su idea, pero en un primer momento la oficina le negó la patente porque subestimaron la capacidad de las palomas para transportar el peso de la cámara, así que tuvo que enviar unas fotografías tomadas por las aves para demostrar que el invento funcionaba.
Finalmente, en 1908, logró la patente. Bajo el título “Método y medios para tomar fotografías del paisaje desde el cielo”, se explicaba cómo el artilugio se acoplaba gracias a un arnés y una coraza de aluminio y se fijaba con unas cintas de piel alrededor del cuerpo del animal. La cámara tenía dos lentes orientadas en direcciones opuestas, que tomaban dos imágenes simultáneas en una película incurvada, e iba dotada de un sistema neumático para accionar el disparador durante el vuelo. El instante de la exposición se podía regular colocando un pestillo en diferentes graduaciones.
La revista francesa Le Matin se hacía eco en 1909 de la presentación de las palomas fotógrafas en la Exposición Internacional de Fotografía de Dresde (Alemania), donde los asistentes pudieron ver la llegada de las palomas equipadas con sus cámaras y adquirir después postales con las imágenes aéreas que acababan de tomar.
En 1910, Neubronner desarrolló el modelo Doppel-Sport con la intención de hacerlo asequible al gran público. Para promocionarlo, según cuenta el periodista alemán Christoph Gunkel en el Spiegel, durante el carnaval de su ciudad natal colocó grandes carteles con las fotografías de sus palomas, aunque el aparato nunca llegó a producirse en serie.
La idea de Neubronner contemplaba desde un principio una posible aplicación militar, y lo cierto es que el invento no tardó mucho en despertar el interés del ministerio de la guerra prusiano, ya que podía ser un sistema útil para misiones de reconocimiento y espionaje debido a la discreción, rapidez y eficacia de las aves, que desde hacía siglos ya se usaban como soldados mensajeros.
El boticario recoge en su texto de 1920 las reacciones satíricas que tuvieron algunos medios británicos y franceses a su invento: los galos bromeaban con la posibilidad de utilizar patos, que podrían transportar más peso, en lugar de palomas, y sugerían que se les impartiera un curso en la Sorbona para enseñarles a tomar la fotografía en el momento preciso en el que el paisaje tuviera interés militar. Los británicos, por su parte, anunciaban irónicamente que estaba previsto que las palomas fueran usadas en el futuro para tomar imágenes con fines periodísticos.
Finalmente, y debido en gran parte al desarrollo de la aviación, la invención del farmacéutico alemán no tuvo demasiada relevancia en la Primera Guerra Mundial, aunque sí que fue utilizada. La guerra hacía necesario disponer de palomares móviles, así que Neubronner diseñó también un ingenioso vehículo que disponía de un espacio para las palomas y una cámara oscura para el revelado de las imágenes.
Nuevas versiones del invento de Neubronner han sido después utilizadas. Algunos documentos indican que se utilizaron palomas fotógrafas en la Segunda Guerra Mundial, y también existen informaciones que apuntan a que la CIA utilizó este tipo de cámaras en los años 70.
En cualquier caso, su uso decayó considerablemente después de la Primera Guerra Mundial, y la figura de este pionero de la fotografía ha quedado prácticamente olvidada.
Hoy en día la fotografía aérea es algo de lo más común. Es habitual la utilización de drones para la toma de este tipo de imágenes, y estamos habituados a contemplar nuestras ciudades desde las alturas. Incluso se puede hacer una sencilla búsqueda y observar nuestro hogar desde el cielo gracias a las imágenes de satélite, pero a principios del siglo XX la posibilidad de contemplar el mundo a vista de pájaro –literalmente– suponía un reto realmente complicado, y fue alcanzado gracias a una paloma desorientada.
Y para aquellos que se hayan quedado intrigados, Julius Neubronner supo, poco tiempo después del regreso de su mensajera perdida, que había estado bajo el cuidado de un cocinero de la localidad vecina de Wiesbaden.
SINC