Este centenario nos lleva a y nos trae de uno de esos años admirables que ven aparecer varios de los textos decisivos de una época. En lo literario caben las publicaciones de La tierra baldía de T.S. Eliot, Ulises de James Joyce y Trilce de César Vallejo. Desde muy diversas perspectivas, apuntan a un mismo fin que es la renovación radical del lenguaje.
Vallejo nos propone un dialecto a partir del español. Eliot parece descuajar la poesía de un sitial privilegiado de la palabra y ensaya jugar a un decir vulgar y cotidiano. Joyce exacerba el registro documental del habla callejera pero le quita toda puntuación y quiebra las entidades sintácticas y gramaticales. Pareciera que en los tres la literatura se distancia cuanto puede de la lengua. En cambio, Rainer Maria Rilke, con sus Sonetos a Orfeo, se queda, por así decirlo, con una de las más clásicas formas de la clásica preceptiva, invocando, además, a una figura mitológica clásica como lo es el inventor legendario del canto. Son cuatro maneras distintas de estar en el tiempo, de estar en esta fecha que ahora redondeamos como centenaria.
Ese año escribe Proust las últimas líneas de su magno texto En busca del tiempo perdido, aunque la muerte le impide una final corrección, tanto de su original como de las pruebas de imprenta, según fuera su laborioso método. Se trata de un texto inclasificable, redactado en una prosa llena de ecos clásicos pero que por su compleja transversalidad admite sólo aproximaciones parciales. Es una novela mas también un ensayo sobre la novela, una teoría informulada de la escritura, una crónica de costumbres y un intento de psicología del amor.
Obras de ruptura o de meditación, todas ellas señalan caminos distintos que el siglo XX va transitando y con el tránsito va codificando y proponiendo, si no modelos, algo menos y algo más: referencias.
En el plano del llamado pensamiento, un par de títulos nos traen también, en un diálogo ya secular, desde aquel año al nuestro. Wittgenstein escribe en alemán su Tractatus lógico-philosophicus, que se conoce en versión bilingüe con traducción inglesa gracias a la intervención de su amigo Bertrand Russell porque nadie quería darlo en su lengua original. Es también un texto transversal, hecho de brevedades y aforismos, carente de orden, lleno de interrogantes, incoherencias y contradicciones. Debido a su aparente falta de rigor mereció censuras académicas pero, acaso por ellas mismas, abrió un espacio donde caben desde la analítica del lenguaje y el positivismo lógico hasta una mística de lo inefable.
Desde un sitial alejado del anterior, Ortega y Gasset publica España invertebrada, texto que ha repetido su actualidad en el tiempo. La tendencia de los españoles a subrayar sus peculiarismos locales, a vivir apartados los unos de los otros y tener duras dificultades para exaltar sus semejanzas y urdir un proyecto de vida en común, aquella tendencia ha atravesado el final de la restauración, dos dictaduras, la liquidación y reposición de una monarquía, una república y una guerra civil sin acabar de encontrar una manera estable de vertebración. La pregunta orteguiana cobra vigencia: si vivimos como españoles ¿por qué no nos consideramos españoles en tanto ciudadanos de un mismo Estado, más aún si es democrático? Los pensadores formulan lúcidas preguntas. Las respuestas quedan a cargo de la sociedad.
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