Dicen, quienes saben, que La Celestina se nota que es una obra escrita por un hombre, porque incluye un conjuro que, al parecer, sólo es cosa de hombres, porque sólo los hombres sabían leer y eran los únicos capaces de practicar la llamada «magia erudita», es decir, aquella que leían en los grimorios, que eran los libros donde se enseñaban estas cosas de invocaciones y círculos mágicos trazados con cuchillos…
Y digo yo, que ni soy experta en La Celestina, ni falta que me hace, que quizás sería interesante que quienes saben se diesen un paseo por los procesos inquisitoriales y leyesen lo que cuentan las comadres celestinescas que en el mundo han sido. Es más, hasta me atrevería a decir que, puede ser, que quizás, ese increíble primer acto de La Celestina, escrito por mano ajena a Fernando de Rojas, donde se hace una de las más fabulosas descripciones de un laboratorio de hechicera, puede ser, digo, que quizás y lo escribiera una mujer, escondida en el anonimato, como venía siendo habitual por aquellos entonces…
«Conjúrote, triste Plutón, señor de la profundidad infernal, emperador de la Corte dañada, capitán soberbio de los condenados ángeles, señor de los sulfúreos fuegos, que los hirvientes étnicos montes manan, gobernador y veedor de los tormentos y atormentadores de las pecadoras ánimas, regidor de las tres Furias, Tesífone, Megera y Aleto, administrador de todas las cosas negras del reino de Estigia y Dite, con todas sus lagunas y sombras infernales, y litigioso Caos, mantenedor de las volantes harpías, con toda la otra compañía de espantables y pavorosas hidras. Yo, Celestina, tu más conocida cliéntula, te conjuro por la virtud y fuerza de estas bermejas letras; por la sangre de aquella nocturna ave con que están escritas; por la gravedad de aquestos nombres y signos que en este papel se contienen; por la áspera ponzoña de las víboras de que este aceite fue hecho, con el cual unto este hilado. Vengas sin tardanza a obedecer mi voluntad y en ello te envuelvas y con ello estés sin un momento te partir, hasta que Melibea, con aparejada oportunidad que haya, lo compre, y con ello de tal manera quede enredada que, cuanto más lo mirare, tanto más su corazón se ablande a conceder mi petición. Y se le abras, y lastimes del crudo y fuerte amor de Calisto, tanto que, despedida toda honestidad, se descubra a mí y me galardone mis pasos y mensaje. Y esto hecho, pide y demanda de mí a tu voluntad. Si no lo haces con presto movimiento, tendrasme por capital enemiga; heriré con luz tus cárceles tristes y oscuras; acusaré cruelmente tus continuas mentiras; apremiaré con mis ásperas palabras tu horrible nombre. Y otra y otra vez te conjuro. Así confiando en mi mucho poder, me parto para allá con mi hilado, donde creo te llevo ya envuelto.»
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