Tras cuatro décadas de carrera como autor de historietas, Walter Simonson es hoy toda una personalidad en el mundo del comic-book norteamericano. Aunque dedicado de forma casi exclusiva al ámbito de los superhéroes, ocasionalmente ha visitado otros géneros, especialmente el de la ciencia-ficción. De hecho, ése fue el campo a partir del cual comenzó a labrarse su reputación.
Nacido en 1946, se graduó en la Escuela de Diseño de Rhode Island en 1972 con un proyecto en forma de comic-book titulado The Star Slammers, el antepasado de la obra que ahora comentamos y que le sirvió de pasaporte de entrada para las grandes editoriales, DC y Marvel. Para ellas comenzaría dibujando series de ciencia-ficción como Battlestar Galactica o Star Wars además de Twilight Zone para Gold Key. Su talento obtuvo reconocimiento con el encargo que recibió para publicar en las páginas de Heavy Metal la adaptación en viñetas de la exitosa película Alien.
Pasaron unos años antes de que Simonson regresara a la ciencia-ficción pura en la forma de space opera. Para entonces, a comienzos de los años ochenta, Marvel Comics trataba de abrir nuevos campos en el terreno del comic adulto mediante su sello Epic, permitiendo a sus autores no sólo desarrollar proyectos e ideas propios no necesariamente relacionados con el ya bien establecido Universo Marvel sino –e igualmente importante– conservar los derechos de sus obras. El sello Epic albergó en su seno una revista a todo color (Epic Illustrated), una línea de comic-books y una colección de novelas gráficas. Fue para esta última que, en 1983, Walter Simonson recuperó sus antiguos personajes, los Star Slammers.
Éstos son unos mercenarios casi imbatibles que alquilan sus servicios al mejor postor con el fin de reunir fondos que permitan defender a su planeta de los Orianos, quienes solían cazarlos por deporte como si fueran animales hasta que uno de ellos, un político importante, Krellik, quedó lisiado a manos de un Slammer. Krellik juró venganza y manipuló a su pueblo para que le apoyara en sus intenciones genocidas.
Entretanto, Galarius, un científico oriano disidente arriesga su vida viajando al planeta de los futuros Slammers para aprender su cultura, integrarse con ellos y mostrarles el camino que deben seguir si quieren evitar la aniquilación: aprender a luchar y convertirse en los mejores y más temidos soldados de la galaxia además de desarrollar su habilidad natural para conectar telepáticamente sus mentes, lo que en una batalla les daría una ventaja extraordinaria.
Este es el contexto general. La historia propiamente dicha comienza con una pequeña escaramuza en la que intervienen los tres Slammers protagonistas de la novela gráfica, Esfera, Ethon y Jalaia. Involuntariamente, sus peripecias guiarán a los Orianos a su mundo, donde toda la población deberá luchar por sus vidas.
Como mencionaba al principio, Simonson es uno de los dibujantes más reputados en el ámbito del comic-book de superhéroes. Sus páginas y viñetas rebosan dinamismo, fuerza y personalidad y no tiene miedo a la hora de apartarse de la clásica monotonía narrativa de los comics de la generación anterior para adoptar soluciones modernas e impactantes. Su plasmación de la batalla espacial final, con la combinación y separación de viñetas de diferente tamaño para representar la conexión mental de los Slammers es brillante, como también la integración de los flashbacks y el uso de las onomatopeyas. Su trazo era uno de los más robustos y poderosos de la editorial en aquellos años, lo que lo hacía ideal para las historias épicas con grandes dosis de acción y grandiosidad. Y, a pesar de todo, su estilo no me parece el más adecuado para una historia de space opera como Star Slammers.
Porque gran parte del atractivo de una historia gráfica de ciencia-ficción reside en el asombro y la fascinación que despierta en el lector el entorno que construye el dibujante: las naves y vehículos, las ciudades o civilizaciones futuristas o extraterrestres, el armamento, los paisajes cósmicos… Y todo lo que el dibujo de Simonson tiene de velocidad y energía le falta en detalle y diseño. Las astronaves y la tecnología son toscas, poco verosímiles y escasamente elegantes, los personajes principales no tienen un aspecto particularmente memorable y han envejecido mal con el tiempo, y los paisajes y localizaciones planetarias o espaciales carecen de definición.
Entiéndaseme bien: Simonson no es un mal dibujante ni un mal narrador; simplemente y si he de juzgar por la presente obra, no considero su estética la idónea para este tipo de aventura, como tampoco creo que lo sea la de Frank Miller o Hugo Pratt (cierto es, sin embargo, que me hubiera gustado poder leer esta historia en blanco y negro. Quizá el color que le aplicó su esposa Louise Simonson tapara en exceso los méritos del dibujo)
En cuanto al argumento en sí, creo que presenta defectos y virtudes equivalentes a los del apartado gráfico. Es un relato de acción con un ritmo dinámico con el que resulta difícil aburrirse. Hay batallas, huidas, enfrentamientos dramáticos, sacrificio, muerte y redención… Los problemas surgen cuando uno se detiene a examinar con más atención los detalles… por la sencilla razón de que no los hay. Es una historia contada a base de rápidos brochazos alrededor de ideas y conceptos no del todo originales: el sufrido pueblo oprimido ansioso de libertad, los perversos y despiadados dominadores, los invencibles guerreros de cualidad casi mística, el anciano guía espiritual que pone a su joven discípulo en contacto con los poderes que esconde en su interior, la batalla desesperada contra un enemigo tecnológica y numéricamente superior… No es que en 1983 cualquier aficionado a la ciencia-ficción ya estuviera familiarizado con esos tópicos; es que son tan viejos como la leyenda de Moisés y la huída de Egipto. Lo que hace interesantes a estas historias que recurren a lugares comunes mil veces hollados son, precisamente, los matices, los detalles, la profundidad de los personajes que participan en la aventura y la personalidad del enfoque.
Y en Star Slammers hay pocos o ningún matiz: aparte de la necesidad de los Slammers de mantenerse ocultos, no sabemos nada de ellos, de su civilización, sociedad o cultura (de hecho, apenas conocemos a un puñado de ellos); primero se nos dice que su planeta era campo de caza de los orianos, luego que hay una invasión en ciernes desde hace años, pero no sabemos por qué se retrasa décadas y qué necesidad hay de capturar a un Slammer vivo para extraerle la información; los orianos son todos malvados e insensibles y aparte de estar manipulados por la televisión poco más se nos cuenta; todo lo que de despreciable y perverso tiene ese pueblo se personaliza, sin fisura alguna, en el senador Krellik, un villano predecible, aburrido y tópicamente grandilocuente; de los tres personajes principales, sólo Ethon disfruta de algún desarrollo, pero su desaparición de la historia a mitad de narración –cuando el lector aún no ha tenido el tiempo suficiente para encariñarse con él y apenarse por su destino– deja cojo el reparto.
Simonson carece en esta obra de la sutileza necesaria para definir un personaje a través de un gesto, de una frase… y tampoco es que haya mucho tiempo para ello, la verdad; los Slammers parecen ser unos guerreros formidables pero aparte de su habilidad con la honda no sabemos cómo luchan porque sólo vemos el resultado de sus devastadoras acciones; y cuando el foco parece ampliarse, pasando de las aventuras de un equipo de tres mercenarios a la epopeya de todo un planeta levantado en armas contra su enemigo ancestral, la novela gráfica finaliza abruptamente dejando al lector pendiente de una necesaria continuación que nunca llegó.
Simonson introduce también comentarios críticos al poder de los medios de comunicación de masas y el lenguaje demagógico basado en el miedo de algunos políticos, pero su falta de sutileza y su supeditación a la pura acción impide que desempeñe satisfactoriamente su papel de denuncia social.
Puede que este comentario esté transmitiendo la idea de que Star Slammers es un mal cómic de ciencia-ficción. Yo no diría tanto. Es como si Simonson hubiera imaginado una historia demasiado grandiosa como para poder contarla en el espacio de una novela gráfica, limitándose a esbozarla a grandes rasgos y sin desplegar adecuadamente su universo futurista, tomándose su tiempo para situar la acción en un contexto más detallado. Como decía más arriba, el autor exhibe un estilo narrativo muy ágil que sumerge al lector en la acción y hace que pase página tras página hasta la viñeta final. Mientras no se detenga a pensar sobre lo que ha leído, la impresión que se llevará será probablemente la de un prólogo de una aventura mayor, un prefacio dinámico con personajes de gran potencial y al que uno estaría dispuesto a dar una segunda oportunidad en caso de existir una segunda parte.
Simonson continuó en Marvel perfeccionando su poderoso trazo y responsabilizándose sobre todo de una prolongada etapa en Thor que se considera una de las mejores de la historia del personaje y de la década de los ochenta en todo el catálogo de la editorial. Sin embargo, los Star Slammers eran unos personajes muy queridos para él y siempre deseó volver a ellos aunque pasaban los años sin presentársele la oportunidad.
Hasta que a mediados de los noventa aprovechó el gran trasvase de autores entre compañías, consecuencia del nacimiento y auge de multitud de editoriales independientes. En su caso fue Malibú, una compañía de California fundada a mediados de los ochenta que, tras servir de plataforma de lanzamiento para los primeros títulos de Image Comics a comienzos de los noventa, trataba de expandirse mediante la creación de un universo propio, el Ultraverse. Como parte de su política de crecimiento, ofreció a autores de reconocido prestigio todo tipo de facilidades y libertad para desarrollar sus propias ideas. Corría el año 1995 y uno de los que aceptaron la oferta fue Walter Simonson.
Su intención original era la de dibujar una serie de novelas gráficas que profundizaran en la historia de los Star Slammers, pero Malibú carecía de la infraestructura necesaria para sacar adelante una colección semejante –cuyos costes de producción eran superiores a los de los comic-books tradicionales– y hubo de conformarse con una miniserie de cinco números. La nueva colección supuso una decepción para quien esperara una continuación de tono más maduro y reposado a los acontecimientos narrados en la novela gráfica doce años antes. No sólo se saltaba mil años en el futuro respecto a aquella aventura, sino que el argumento era el de una historia de acción trepidante sin demasiadas complicaciones y con un toque de humor que le daba un perfil autoparódico poco esmerado. En esta ocasión el protagonista es un Slammer conocido como Comandante Rojas, sobre el que recae la tópica acusación injusta de asesinato mientras se ve inmerso en la consabida conspiración para derrocar al Emperador.
Los Star Slammers de Malibú llegaron en mal momento. Por una parte, la industria norteamericana del comic-book comenzó a acusar un descenso de ventas que afectó negativamente a la política de la editorial, menos interesada ahora en obviar los datos de facturación y dejar manos libres a sus autores. El apoyo del que había disfrutado Simonson al principio empezó a flaquear. Poco después, en un mercado en el que las editoriales pequeñas se arruinaban o eran absorbidas, Malibú fue adquirida por Marvel, que de repente pasaba a tener acceso a todo su catálogo. No era eso para lo que Simonson había firmado, especialmente teniendo en cuenta que había renunciado a ciertos derechos sobre los personajes a favor de Malibú a cambio de gozar de libertad para su desarrollo. Decepcionado, el dibujante decidió dejar la miniserie de Star Slammers inconclusa a falta de un solo número para evitar que Marvel se quedara con los derechos de autor de los que durante doce años habían sido sus creaciones.
Los fans habrían de esperar unos meses hasta que Simonson se llevó sus guerreros galácticos a Dark Horse. Por aquel entonces, Frank Miller publicaba su interesante Sin City dentro del sello Legend de esa editorial e invitó a su antiguo compañero de estudio y amigo a unirse al proyecto. Así, el último número de aquella malograda miniserie apareció por fin bajo el logo de Dark Horse en 1996. Aunque el propio Simonson afirmó tener más historias que contar de los Star Slammers, sus intenciones nunca se han concretado (a excepción de un breve aperitivo en el Dark Horse Presents nº 114, 1996) y a estas alturas se puede decir que es muy probable que estos personajes hayan quedado aparcados definitivamente.
En resumen, una serie de ciencia-ficción que oscila entre lo interesante y lo mediocre, atreviéndome a recomendar sólo la novela gráfica de los ochenta.
Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.