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Soplando huesos

La manía humana de buscar comienzos que llamamos historia también se ha ocupado, cómo no, de los comienzos de la música. En el principio era el mito. La leyenda mítica convierte a nuestros peludos antepasados en imitadores de los pájaros. Aprendieron a gritar, a hablar y a cantar al mismo tiempo. Desde luego, para hablar hacen falta intervalos, es decir rudimentos de música. Luego, instrucción a los más pequeños, es decir: maestros cantores.

Esta bella historieta tiene el encanto legendario de lo indocumentado. Apretando un poco más los conceptos, sólo podríamos hablar de música al aparecer objetos destinados a la tarea de producir sonidos, no simplemente a imitarlos. Lo propio del animal humano, entre tantas otras cosas, es la fabricación de herramientas, no tan sólo utilizar cosas naturales como palos o piedras para manipular otras cosas naturales. Así los arqueólogos han datado los más antiguos instrumentos musicales con 42.000 o 43.000 años. Si admitimos que los restos más añejos de ciudades tienen unos 10.000 años, cabe colegir que los humanos tuvimos música instrumental 30.000 años antes que tener urbes. Es decir que nuestros primeros musicantes eran gente del campo o, por mejor decir, de las cavernas campesinas (hoy tenemos caves ciudadanas donde, antes de la pandemia, se bebía, se fumaba, se ligaba, se bailaba y se escuchaba jazz).

Señalo los primitivos artilugios troglodíticos: huesos huecos o ahuecados, algunos de marfil o sea de naturaleza córnea. Lo hago porque implican una sugestiva intuición del Homo Sapiens sapiens: el sonido se produce en la oquedad de un hueso como la voz humana, medio donde operan el habla y el canto. Ruego al lector o la lectora que lea esto en voz alta y lo compruebe. Sigamos.

Los más antiguos instrumentos han sido hallados en unas cuevas alemanas. Así dicho, parece que la cosa estaba dada en plan profético. En efecto, Alemania, sean cuales fueren sus límites, iba a ser, siglos y milenios mediantes, el gran país musical de Occidente y quien dice Occidente ya sabemos lo que dice. Pero cuidado: los habitantes musiqueros de la futura Germania eran, al igual que todos los europeos y los criollos, mestizos de neardenthales y africanos. Traducido: la música nació promiscua. Enfatizo: universal. Fue cuestión de ponerse a soplar huesos.

Copyright del artículo © Blas Matamoro. Publicado previamente en Scherzo y editado en Cualia por cortesía de dicha revista. Reservados todos los derechos.

Blas Matamoro

Ensayista, crítico literario y musical, traductor y novelista. Nació en Buenos Aires y reside en Madrid desde 1976. Ha sido corresponsal de "La Opinión" y "La Razón" (Buenos Aires), "Cuadernos Noventa" (Barcelona) y "Vuelta" (México, bajo la dirección de Octavio Paz). Dirigió la revista "Cuadernos Hispanoamericanos" entre 1996 y 2007, y entre otros muchos libros, es autor de "La ciudad del tango; tango histórico y sociedad" (1969), "Genio y figura de Victoria Ocampo" (1986), "Por el camino de Proust" (1988), "Puesto fronterizo" (2003), Novela familiar: el universo privado del escritor (Premio Málaga de Ensayo, 2010) y Cuerpo y poder. Variaciones sobre las imposturas reales (2012)
En 2010 recibió el Premio ABC Cultural & Ámbito Cultural. En 2018 fue galardonado con el Premio Literario de la Academia Argentina de Letras a la Mejor Obra de Ensayo del trienio 2015-2017, por "Con ritmo de tango. Un diccionario personal de la Argentina". (Fotografía publicada por cortesía de "Scherzo")