Hay una risa participativa y otra risa distanciadora. En general, nos reímos porque advertimos que una norma ha sido infringida, que nuestra expectativa de normalidad se ve frustrada por algo imprevisto.
El carnaval, que altera los roles sociales, aunque sea por tiempo y espacio limitados, es la apoteosis social de la risa. Reír es, en cierto sentido, como soñar. Bergson y Freud se han preocupado jugando con esta similitud entre dos situaciones provocadas por el aflojamiento de nuestras censuras.
Imagen superior: Cary Grant. Según un estudio de la Universidad de Zaragoza, «la risa apareció mucho antes que el habla, y se ha usado como respuesta y expresión de múltiples situaciones y estados. Pero no deja de ser una señal acústica, muy parecida al lenguaje pero con una serie de características propias, temporales y frecuenciales con una gran variabilidad. Esa variabilidad se utiliza para llevar información al oyente, qué nos ha hecho reír y cómo nos sentimos. Según el ritmo y la melodía, es decir, según la duración y espaciado de la carcajada y sus frecuencias, se puede indicar si nos ha sorprendido gratamente algo, si nos gusta una persona o su forma de ser o si queremos incluir o excluir a alguien de nuestro grupo social».
Al reírnos y al soñar nos disponemos a aceptar cualquier anomalía, en una suerte de fiesta terrible donde lo ilegal es ley. Más hacia el fondo, hacia el inalcanzable fondo, la risa es algo muy serio.
Lo anómalo puede darnos miedo y hacernos reír histéricamente. Y hasta se puede uno morir de risa. Para Baudelaire, la facultad humana de reírse prueba la condición caída del hombre.
Es el reverso del dolor que inflige la pérdida del Paraíso. Satán, el perverso Satán, nos hace las malignas cosquillas que nos provocan la risa. El placer de transgredir que causa la broma nos devuelve, pues, a lo más paradisíaco que conocemos: la infancia.
La inventamos constantemente y, de nuevo, Freud nos insinúa que nos reímos como los niños que nunca fuimos.
No podemos volver al Paraíso, porque éste sólo existe como perdido. Pero, a cambio, podemos marchar hacia un limbo donde la vida no ha sido aún afectada por la intervención de la consciencia y la noción del tiempo como historia.
Copyright del texto © Blas Matamoro. Este artículo fue editado originalmente en la revista Cuadernos Hispanoamericanos. El texto aparece publicado en Cualia con el permiso de su autor. Reservados todos los derechos