Avanza el siglo XVIII. Las luces de la razón empiezan a parpadear ante la atracción de lo irracional. En Prusia los iluminados y videntes aseguraban comunicarse habitualmente con los muertos, antes de que existieran médiums e invocaciones en Norteamérica y Francia,
El 8 de octubre de 1774 el enigmático ilusionista, ocultista y francmasón Johann Georg Schrepfer ofrece una sesión de espiritismo en el ‘Rosenthal’, cerca de Leipzig. Asisten gentes de letras, científicos, comerciantes, algunos aristócratas.
Previamente han cenado en una Logia ordinaria. Al acabar, Schrepfer les pide que se despojen de todos los metales que llevan encima. Ha dispuesto un altarcito sobre una mesa en el que coloca un retablo con figuras y caracteres desconocidos. Ante el altar recitan todos juntos una larga oración. Luego se agrupan y Schrepfer traza a su alrededor un círculo.
Son poco más de la una de la madrugada. Los adeptos escuchan un ruido de cadenas que se arrastran. Schrepfer recita lo que parece una oración en un lenguaje que nadie comprende.
A través de la puerta cerrada se introduce un fantasma negro en la habitación. Schrepfer se dirige a él llamándole el espíritu malvado. A veces hablan en el lenguaje incomprensible.
Schrepfer logra ahuyentarle. Una hora después, atraviesa la puerta cerrada un nuevo espíritu. Es blanco y Schrepfer le llama el espíritu bueno.
Antes de que se desvanezca, Schrepfer grita con voz crispada.
–Nos vemos en el más allá.
Luego su mirada se cruza con las de los adeptos:
–Os prometo que resucitaré– balbucea.
Está temblando. Ha sacado una pistola. Introduce el cañón en el interior de la boca, cierra los ojos y se salta la tapa de los sesos.
En los días previos había sido acusado de charlatán, embustero, impostor y estafador. Decía tener cuarenta años, aunque es posible que tuviera alguno más. Este antiguo húsar, tras abandonar el ejército, inició una nueva vida como simple mozo en un albergue de Leipzig.
Con la dote de su mujer, abrió un café-cabaret en una de las calles comerciales de la ciudad: la Klotergisse. Por entonces fue admitido en la logia de los Rosa Cruz reformados.
La expansión de esta sociedad secreta había sido vertiginosa (1). Tras implantarse en Silesia y Ratisbona, abren una Logia secreta en Leipzig y, en poco tiempo, alcanzan el predominio en Viena. Desde esta última ciudad, organizaron su expansión hacia el Este, a través del imperio austro-húngaro. Contaban con dos jefes astutos y totalmente desprovistos de escrúpulos: Bichofsewerder y Woellmere. No olvidemos estos dos nombres. En especial el primero.
En una sala de billar contigua a su café, Schrepfer estableció una academia de magia. Pronto abandona las prácticas relacionadas con los antiguos saberes cabalísticos y la alquimia. Aplica su talento a las predicciones, las apariciones en los espejos y, sobre todo, a las invocaciones a los difuntos mediante una variedad de procedimientos desarrollados por el mismo. Al poco, corrió el rumor por la ciudad de que tenía el poder de convocar a los espíritus. La muchedumbre se agolpaba a la puerta. Eran muchos los que querían entrar en contacto con sus seres queridos.
En las sesiones le asistían otros miembros de la fraternidad y su esposa. A sus detractores, les resultaba embarazoso cuestionar sus poderes sobrenaturales. ¿Cómo lo hacía? Porque el caso es que los asistentes veían con sus propios ojos a los espíritus invocados, podían formularles preguntas y escuchar sus contestaciones. Y claro, a cambio, entregaban a Schrepfer elevadas sumas de dinero.
De manera que consiguió saldar sus deudas y comprar el edificio en el que se encontraba su café-cabaret. La independencia económica y la fascinación que ejercía sobre su público le incitaban a intervenir en las conjuras políticas y religiosas y a desenvolverse como agente secreto. Publicó varios panfletos virulentos contra la logia Minerva, que en Leipzig le disputaba su influjo.
Aquí por primera vez interviene Bichofsewerder. Se había unido a la logia escocesa «serpiente coronada» en Görlitz, dependiente de la Estricta Observancia. Además de ostentar uno de los grados más altos de la masonería era un oficial al servicio de Karl de Sajonia, duque de Curlandia y Gran Maestre de la Logia.
Bichofsewerder investiga las actividades de Schrepfer. No logra descubrir el sistema que emplea para realizar las apariciones. Pero le sorprende la estrecha relación que mantiene con el farmacéutico y naturalista Johann Heinrich Linck. Averigua que Linck ha adquirido algunos aparatos ópticos y determinadas sustancias químicas para Schrepfer.
Decide seguir las pesquisas. Entre tanto, entrega al Duque Karl un primer informe muy negativo sobre la campaña injuriosa contra la Logia Minerva. El Duque no duda en llamar a Schrepfer a Dresde y ordena, sin más, que le den de bastonazos.
Poco después, Bichofsewerder llega a una conclusión: Schrepfer emplea alguna clase de aparato fantástico, un tipo de máquina luminosa con el que ayuda a la imaginación para crear los fantasmas del Más Allá.
En un principio, piensa que el artilugio provoca alucinaciones de la misma manera que el opio o el hachís. Pero por el momento prefiere callar. Sin embargo, varía su informe y recomienda a Schrepfer a la benevolencia del Duque.
Es tarde. Schrepfer se ha refugiado en Brunswick donde se recupera de la somanta de palos. Hasta allí acude Bichofsewerder. Su nuevo informe ha impresionado al Duque Karl hasta el punto que convoca a Schrepfer otra vez a Dresde para recompensarle por el injusto trato que le ha dado. Pero este no quiere saber nada. Bichofsewerder tiene que desplegar toda su astucia. A cambio de su renuncia a atacar a la Logia Minerva en adelante, los Masones de Leipzig hacen público un comunicado en el que le consideran un hombre honesto.
Poco después, más o menos repuesto de la paliza, regresa a Dresde donde se le ve pasear del brazo del duque Karl, el mismo que había ordenado apalearle. Bichofsewerder sonríe. Sabe que en Schrepfer convive el inteligente e ingenioso ilusionista con el húsar fanfarrón que fue y el imprudente advenedizo en que le ha convertido el éxito. En cuanto se siente favorecido y apoyado por el poder, pierde la cautela.
De vuelta a Leipzig, reanuda sus sesiones fantasmales a las que asisten las personas más relevantes y poderosas de la ciudad sobre las que adquiere gran influencia. Adopta una personalidad ficticia: pretende descender de un príncipe francés y viste uniforme de coronel de su ejército. Un día difunde la noticia de que posee una extraordinaria fortuna, valorada en millones de táleros, depositada en una entidad suiza. La nobleza de la ciudad cae en sus redes y le proporciona grandes sumas de dinero, sin garantía alguna, a cambio de pagarés.
Es muy probable que Johann Georg Schrepfer haya inspirado la novela de Schiller El visionario (2). Para Schiller la ingeniosa manera en que el ilusionista logra crear el espejismo de la aparición de los espíritus de ultratumba, pone de manifiesto la ingenua credulidad de los grandes señores de la aristocrática Alemania en pleno siglo de las luces y la filosofía.
En la novela, relata el desmantelamiento de una personalidad que abandona sus convicciones filosóficas. El protagonista es un joven príncipe protestante que podía ser trasunto del Duque de Curlandia. Es un joven brillante pero frágil, que se afilia a una sociedad secreta de jesuitas e iluminados. Estas gentes emplean las más sofisticadas artimañas para empujarle a encabezar un complot cuyo objetivo es situarle en el trono de su país, del que no es heredero legítimo. No albergan otra intención que ejercer el poder a través de él.
El príncipe se deja embaucar por un misterioso armenio, cuya caracterización se inspira en la figura de Cagliostro (3).
Michael Hadley (4) considera esta novela el precedente de lo que se llegaría a conocer como novela gótica. Un degustador del ilusionismo advertirá en los engaños del armenio la estructura, que no la intencionalidad de los juegos de magia.
Pero el armenio no es el único personaje que se vale del ilusionismo. Existe otro personaje en la novela, un siciliano, como Cagliostro, que se ofrece para poner al príncipe en contacto con el espíritu de un amigo muerto utilizando una técnica novedosa en la época. El siciliano también presenta algunos rasgos que podrían atribuirse a Cagliostro, pero sus actividades evocan las de Schrepfer y además desvela su procedimiento secreto, como veremos más adelante.
La casa se cierra a cal y canto. Los asistentes se quitan los zapatos y se despojan de sus vestiduras. Se quedan en medias, camisa y paños menores. El siciliano ha trazado un círculo en el suelo. A su alrededor, las tablas de madera del resto del suelo han sido arrancadas. Los diez participantes rodean un altar cubierto de tela negra, sobre el que hay una biblia caldea abierta, una calavera, un crucifijo de plata y un recipiente en el que arde alcohol.
El siciliano está descalzo. En su cuello cuelga un amuleto de cabello humano y se ciñe un mandil blanco cubierto de figuras y cifras simbólicas.
Ordena a los adeptos que enlacen sus manos. Por nada del mundo han de dirigirse al espíritu que va a aparecer de un momento a otro. Todos permanecen en silencio durante el interminable cuarto de hora que dura el conjuro. El siciliano se convulsiona. Tienen que contenerle mientras clama el nombre del muerto. Una, dos, tres veces. Alarga la mano hasta un crucifijo y, entonces, estalla un relámpago.
La casa se estremece. Las luces se apagan y todas las puertas se abren de golpe. En la chimenea surge una figura demacrada, con la camisa ensangrentada y el rostro de un moribundo.
Sin duda Michael Hadley hubiera tenido motivos para considerar esta novela la primera de las góticas, si Friedrich Schiller hubiera renunciado a una explicación racional. Pero el siciliano es detenido y cuando el príncipe le visita en prisión para analizar los extraños sucesos ocurridos, no duda en preguntar ¿cómo produjo la imagen que apareció sobre el muro de la izquierda, en la chimenea?
–Por medio de la linterna mágica –responde el siciliano– que estaba situada en el postigo de la ventana de enfrente.
Efectivamente este era el procedimiento del que se valía Schrepfer en sus sesiones para hacer comparecer a los espectros.
La linterna mágica no era una novedad. Pero sí lo eran la retroproyección, el ocultamiento del aparato, la proyección sobre humo, la posibilidad de acercar y alejar el proyector. En la década de los ochenta aparecieron en Francia y Alemania varios libros, escritos por científicos como Guyot, Halle o Funk, que explicaban las técnicas de Schrepfer. Inmediatamente serían aplicadas por el enigmático Paul Philidor y, más tarde, por Étienne-Gaspard Robertson, que desarrollaría la gramática y el lenguaje del espectáculo.
Philidor llamó a sus funciones Schröpferesque Geisterscheinings, apariciones de fantasmas al estilo de Schrepfer. Robertson adoptaría el nombre de fantasmagoría y la difundiría por toda Europa –desde Rusia a España– convirtiéndose en un precedente del cinematógrafo.
La novela de Schiller relata el fracaso moral del príncipe que renunciará a sus convicciones filosóficas y se convertirá al catolicismo, lo que le convierte en una marioneta de oscuros intereses y le hace enloquecer.
Schiller mantenía con buen criterio que el individuo se encuentra asediado por toda clase de fuerzas manipuladoras, muchas de ellas irracionales, a las que ha de enfrentarse para lograr la libertad, apoyándose de sus convicciones morales.
Goethe y Schiller mantuvieron a menudo discusiones de esta índole que tienen como dolorosa contrapartida la sensación generalizada entre los alemanes cultivados de no poder ejercer influencia alguna sobre las formas de gobierno. De manera que terminaban entregándose a los juicios más severos sobre los gobiernos, a sueños sin realización práctica y a imprecaciones contra la sociedad, los soberanos corruptos y las cortes corrompidas.
En cuanto a la muerte de Schrepfer circularon varias teorías. Oficialmente perdió la razón, trastornado por las ilusiones que el mismo había creado. ¿Algún otro pudo apretar el gatillo? La presencia de Bichofsewerder en la sesión en que se levantó la tapa de los sesos, permite albergar serias sospechas de que fue asesinado. La correspondencia de Schrepfer fue confiscada y desapareció sin dejar rastro. El Gobierno del Estado de Dresde suspendió las investigaciones y clausuró el caso, acogiéndose a la hipótesis de suicidio.
Los aparatos y dispositivos que empleaba Schrepfer en sus sesiones quedaron en poder de Bichofsewerder. Con cautela y eficacia, siguió convocando a los espíritus en el convento de Wiesbaden, lo que le proporcionó una cuantiosa fortuna y, sobre todo, un inmenso poder.
Notas
(1) R. Le Forestier: Les illuminés de Baviére et la Franc-Maconennerir allemane, Hachettew, Paris, 1914.
(2) Friedrich Schiller: El visionario, Icaria, Barcelona, 1986
(3) En 1786, tras nueve meses pudriéndose en la prisión de la Bastilla, Cagliostro es absuelto del famoso escándalo del collar de la Reina y conminado a abandonar Francia en el plazo de cuarenta y ocho horas. A partir de ese momento la oscuridad se cierne sobre su paradero. Los dos escritores más importantes del momento –Goethe y Schiller– fijan su punto de mira literario en el misterioso personaje.
En otoño de ese mismo año Goethe emprende un viaje a Italia. En Palermo adopta una personalidad falsa para entrevistarse con su familia con el propósito de reunir información para una comedia satírica en la que le retrata como El Gran Copto.
Schiller tomará algunos de sus rasgos para caracterizar al misterioso armenio de El vidente.
(4) Hadley, M.: The Undiscovered Genre. A Search for the German Gothic Novel, Berna, Peter Lang, 1978.
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