Pedro Berruguete pintó en alguna fecha del siglo XV el cuadro Santo Domingo de Guzmán y los albigenses. El santo comparece en su mitad izquierda, coronado por la pertinente aureola y señalando una hoguera alimentada por unos libros, suponemos que heréticos.
Se sabe que en esa época el libro era un objeto caro y primoroso. Cualquier amante de tales objetos puede conmoverse ante esas llamaradas que siguen ardiendo desde hace quinientos años. También resulta consabido que las ortodoxias, especialmente las religiosas, se han empecinado en aniquilar la letra que no les convenía.
A la derecha del cuadro, poblada por una variedad de comentaristas que plácidamente asisten a la quemazón, hay un libro en el aire. Mientras Santo Domingo señala la hoguera hacia abajo, otro compareciente señala el libro volador hacia arriba.
La ambigüedad de la composición cobra coherencia estética. Si hay un señor con una aureola dorada en la cabeza, bien puede ser que los libros vuelen.
¿Qué dirección otorgó Berruguete a dicho y prodigioso libro? ¿Está cayendo de la altura o se eleva hacia ella, contra cualquier gravedad terrestre? Nunca lo sabremos. Las explicaciones alegóricas son literarias y no hacen a la realidad plástica de la imagen.
Quizás el libro esté descendiendo de una elevación sobrenatural, allí donde moran las verdades eternas. O todo lo contrario: tal vez esté llevando a lo sublime algo muy telúrico.
Lo curioso es que, entreabiertas sus tapas, se ve que la página exhibida está en blanco. Es un libro que no dice nada o que lo dice todo y no puede ceñirse a ninguna letra. ¿Y si Berruguete, molesto ante la presencia de un santo que ordena quemar libros, hubiera sustraído de la destrucción esa letra por venir, que ninguna llama es capaz de anonadar? Se dice que no se mata a las ideas.
Más precisamente cabría afinar que no se mata a las palabras, porque siempre están por decirse. Es inútil que, a lo largo del tiempo, las instituciones, aun las que invocan la presencia de sus santos, quemen papeles impresos. Siempre saldrá volando la página en blanco, invulnerable, incombustible.
Copyright del texto © Blas Matamoro. Este artículo fue editado originalmente en Cuadernos Hispanoamericanos. El texto aparece publicado en Cualia con el permiso de su autor. Reservados todos los derechos.