Era 1948. Por estos pagos a los que ni siquiera los tebeos mexicanos de Novaro habían llegado, nadie tenía ni puñetera idea de quién era Batman, el héroe de Bob Kane. Y es que aunque a los jovenzuelos les parezca mentira, hasta que Timoteo Burton no puso sus arteras manos sobre el Hombre Murciélago, el común de los españoles desconocía su existencia.
Así que ni cortos ni perezosos dos jóvenes casi imberbes decidieron, a la hora de crear un tebeo con que ganar el pan para sus familias, copiar sin más viñeta a viñeta las aventuras de prensa dibujadas por Bob Kane, firmándolas con su nombre: Julio Ribera a los pinceles y el misterioso seudónimo de Walter Benson a la máquina de escribir. Robin y el Murciélago llamaron al invento, por aquello de no ser demasiado descarados usurpando hasta el nombre…
Mas pronto se cansaron de copiar sin más. Era mucho más divertido, pensaron, parir aventuras apócrifas, aunque con ello el carácter de los héroes originales quedase alterado de arriba abajo. Si éstos no usaban armas, sería por tontos o por cobardes, cosa que sus émulos españoles no eran en absoluto. Así que ahí lo tienen, un Robin ultraviolento lanzando plomo alegremente, junto a un Batman que despacha a sus enemigos con granadas de mano…
No se enteró Bob Kane de la jugada, que para entonces España no era más que un país exótico y subdesarrollado impensable como mercado. La serie no tuvo además nada de éxito, pese a las divertidas zurras que el Murciélago y su levantisco amigo proporcionaban a malvados orientales y encapuchados. Otros tiempos eran, ya les digo…
Copyright del artículo © Pedro Porcel. Tras publicarlo previamente en El Desván del Abuelito, lo edito ahora en este nuevo desván de la revista Cualia. Reservados todos los derechos.