Una característica común a los grandes padres fundadores de la mecánica cuántica y la física relativista fue su espiritualidad confesa y su obsesión por los escritos místicos. Algo que les llevo a adoptar posturas existenciales muy contrarias a las de la ciencia positivista que imperaba por entonces.
Los textos en que volcaron sus inquietudes fueron agrupados en los años 80 en el libro Cuestiones cuánticas, escritos místicos de los físicos más famosos, del que proceden todas las citas del presente artículo.
Tal y como señala el autor de la introducción al libro, Ken Wilber, “sus escritos están positivamente cargados de referencias a los Vedas, a las Upanishads, al taoísmo (Bohr incluyó en su escudo familiar el símbolo del yin-yang), al budismo, a Pitágoras, Platón, Plotino, Schopenhauer, Hegel, Kant, y prácticamente a todo el panteón de campeones de la filosofía perenne”.
El aspecto clave en los albores de una nueva física fue, según los protagonistas de los descubrimientos que revolucionarían la ciencia del siglo XX y que aún, a día de hoy, no han terminado de ser encajados en su completa magnitud, la obligación de volver a reconocer, frente a un positivismo que pecaba de soberbia, los límites del conocimiento científico y asumir que sólo llega a ocuparse de “sombras y símbolos”, nunca de la auténtica realidad que subyace al universo fenoménico.
Según Arthur Eddington, uno de los primeros en comprobar la eficacia de la teoría de la relatividad de Einstein, la ciencia física encuentra su límite en “un mundo de sombras y símbolos, por debajo de los cuales aquellos métodos no resultan ya adecuados para seguir penetrando”. Y según Erwin Schrödinger: «Me permito hacerles notar que los últimos progresos (de la física cuántica y relativista) no residen en el hecho de haber dotado a la ciencia física de ese carácter umbrío; siempre lo tuvo, desde los tiempos de Demócrito de Abdera e incluso antes, pero no éramos conscientes de ello, pensábamos que estábamos ocupándonos del mundo en cuanto tal.»
El reconocimiento humilde de aquellos límites fue lo que llevó a aquellas mentes a embarcarse en una búsqueda abierta de otras herramientas en el camino del saber. Dice Eddington: «Con la sensación de que debe haber algo más detrás, volvemos a la conciencia humana como punto de partida, al único centro donde podríamos encontrar algo más y llegarlo a conocer. Ahí (en el inmediato interior de la conciencia), nos encontramos con otros movimientos y otras revelaciones distintas de las que nos llegan condicionadas a través del mundo… La física subraya con la máxima energía que sus métodos no pueden ir más allá de lo simbólico. Seguramente entonces esa naturaleza nuestra, mental y espiritual, de la que tenemos conciencia a través de un íntimo contacto que trasciende los métodos de la física, nos proporciona justamente aquello que… reconocidamente la ciencia no nos puede dar.»
Alude aquí el astrofísico británico a la diferencia entre el conocimiento científico y la experiencia mística. En la conciencia mística se aprehende directa o inmediatamente la realidad, sin la mediación de ninguna elaboración simbólica o conceptualización racional. El sujeto y lo observado, el objeto, se funden en un acto más allá del espacio y del tiempo.
Para aquel grupo formado por tipos de la altura de Heisenberg, Schrödinger, Pauli, Bohr, Planck y Eddington, entre los más relevantes, la mecánica cuántica se había asomado al vacío de la existencia para descubrirnos, como en su día nos descubrieron los textos sagrados de Oriente y los herméticos en Occidente, que en ese vacío reside todo, y que todo permanece en potencia, y que las potencialidades aguardan en la no-existencia, esperando de alguna forma misteriosa ser materializadas en la matriz del espacio-tiempo.
Contra el positivismo
La falta de pasión, en términos existenciales, ante los nuevos descubrimientos y de todo lo que éstos implicaban a la hora de reflexionar sobre la existencia y el papel del ser humano en el marco más amplio del Cosmos es lo que provocó la reflexión de un Niels Bohr frustrado con el positivismo imperante, al afirmar que quien no se sorprende ante los descubrimientos de la física cuántica es que no ha entendido nada.
Una frase cuyo sentido final y trascendente, por cierto, suele pasar desapercibido ante la más repetida pero quizás más desafortunada de Richard Feynman: quien dice comprender la física cuántica, no sabe nada sobre ella. Desafortunada en cuanto que la comprensión depende no tanto de la disciplina en sí como del paradigma que sobre la realidad nos resistimos a abandonar, tal y como afirmaba Arthur Zajonc en un encuentro de científicos con el Dalai Lama.
Al narrar una conversación con Bohr, Werner Heisenberg pone en boca de aquél: «Una mente plena no se compone sólo de una abundancia de experiencia, sino también de una abundancia de conceptos con los que poder hablar de nuestros problemas y de todos los fenómenos en general. Solamente empleando toda una diversidad de conceptos para intentar describir las extrañas relaciones que tienen lugar entre las leyes formales de la teoría cuántica y los fenómenos observados, tratando de iluminar esa relación desde todos los ángulos y sacar a la luz sus aparentes contradicciones, podemos esperar un cambio en nuestros procesos mentales, lo que constituye una condición sine qua non de toda auténtica comprensión de la teoría cuántica.»
Y usando una referencia a Confucio: «En todo este tipo de discusiones, lo que a mi fundamentalmente me importa es que no eliminemos simplemente de la existencia esas “profundidades en las que habita la verdad”. Ello significaría estarnos moviendo sólo en la superficie.»
Frente al rechazo que el positivismo científico hace de toda filosofía antigua, entendiendo que se trata de fases del conocimiento anticuadas y ya superadas por el progreso de la humanidad, dice Heisenberg:»Consideraría completamente absurdo (y Niels por su parte estaría de acuerdo) el tener que cerrar mi mente a los problemas planteados y a las ideas expuestas por los filósofos antiguos, simplemente por el hecho de que no puedan expresarse en un lenguaje más preciso. Es verdad que frecuentemente me encuentro con grandes dificultades para captar lo que tales ideas querían realmente decir, pero cuando esto me sucede, siempre intento traducirlas a una terminología moderna y ver si así me proporcionan alguna respuesta más fresca. Pero no tengo objeciones de principio que me impidan reexaminar cuestiones antiguas, como tampoco siento objeción alguna contra el empleo del lenguaje de cualquiera de las antiguas religiones. […] no deberíamos escatimar ningún esfuerzo para tratar de captar su sentido, pues con toda evidencia se refieren a un aspecto crucial de la realidad; o tal vez deberíamos intentar verterlas en un lenguaje moderno, si ya el antiguo no se presta a transmitirnos su contenido. […] La solución de los positivistas es muy simple: debemos dividir el mundo en dos partes, aquello que podemos decir de él con claridad, y el resto, con respecto a lo cual lo mejor que podemos hacer es no decir nada. ¿Pero puede acaso nadie concebir una filosofía más inútil, cuando vemos que lo que podemos afirmar con claridad es poco menos que nada? Si tuviésemos que dejar de lado todo lo que no está claro, muy probablemente nos veríamos reducidos a una serie de tautologías triviales desprovistas completamente de interés.»
Y una reflexión que nos permite acceder al siguiente apartado: «Lo único que podemos objetar al positivismo son sus tabúes, pues si hemos de dejar de hablar, e incluso de pensar, acerca de otro tipo de conexiones más amplias que también están ahí, corremos el riesgo de quedarnos sin brújula, y por tanto en peligro de perdernos.»
Conciencia y ética
Para Heisenberg, los patrones espirituales han permitido al hombre ir más allá de una relación superficial con el entorno marcada únicamente por los simples datos sensoriales, haciendo de la conducta humana un ejercicio de libertad más allá del mero condicionamiento animal: «Solamente dentro de esos patrones espirituales, del ethos que prevalece en su comunidad, puede el hombre adquirir los puntos de vista que le permiten configurar su propia conducta allí donde se requiere algo más que una mera reacción frente a una concreta situación externa; es ahí donde se decide en primer término la cuestión de los valores. Pero no sólo la ética, como sea: toda la vida cultural de la comunidad viene también gobernada por esos patrones espirituales. Sólo dentro de su esfera se hace visible por primera vez la íntima conexión entre lo bueno, lo bello y lo verdadero, y sólo aquí resulta posible hablar por primera vez de la vida del individuo como de algo dotado de sentido. A ese patrón espiritual es a lo que llamamos la religión de la comunidad. La palabra “religión” viene así dotada de un significado bastante más general del que suele asignársele. De esta forma puede abarcar el contenido espiritual de muchas culturas y periodos diversos, incluso en lugares en los que hasta la misma idea de Dios está ausente. Sólo en los moldes generalizados del pensamiento que persiguen los modernos estados totalitarios, en donde se excluye totalmente lo trascendente, cabría dudar de si el concepto de religión podía seguirse aplicando con algún sentido.»
Con respecto a esto último: «Tales formas de pensar se dan entre las democracias liberales de Occidente no menos que en los estados totalitarios del este. También aquí se da, ciertamente, una ética, pero se trata de una norma de comportamiento ético que se deriva del mundo exterior, esto es, de una consideración del mundo inmediatamente visible de la experiencia; […] los ideales no brotan de una consideración del mundo inmediatamente visible, sino de la región de las estructuras a él subyacentes, a la que Platón se refería como mundo de las Ideas y a la que se refiere la Biblia cuando dice que “Dios es espírtu”. […] incluso los cultivadores de las ciencias naturales deben reconocer este significado abarcativo de la religión en la sociedad humana.»
Se adelantaba Heisenberg unos cuantos decenios a las actuales inquietudes de algunos filósofos sobre el papel que el actual sistema occidental está jugando en nuestra limitada visión del mundo. “Sólo hay un mundo y está hecho a imagen del Capital”, dice el filósofo francés Frederic Neyrat.
Volviendo al Heisenberg de 1952: «Si sigue habiendo mucha infelicidad entre la generalidad de los estudiantes, la razón no es la dureza material, sino la falta de confianza que dificulta al individuo el poder dar un sentido a su vida. Debemos intentar superar el aislamiento que amenaza al individuo en un mundo dominado por los intereses tecnológicos. Las disquisiciones teóricas en torno a cuestiones psicológicas o de estructura social van a servir aquí de poco, en tanto no consigamos encontrar la forma de volver a recuperar, por medio de una acción directa, el equilibrio entre las condiciones espirituales y materiales de la vida.»
Y un poco más adelante: «En los últimos cien años la ciencia ha hecho progresos enormemente considerables. Pero con ello pueden haber quedado descuidados otros campos más amplios de la vida, de los que solemos ocuparnos empleando el lenguaje de la religión. La filosofía materialista […], bajo la forma de materialismo dialéctico, ha sido una de las fuerzas motrices de los cambios políticos operados en los siglos diecinueve y veinte. Si las ideas filosóficas sobre la estructura de la materia han podido jugar un papel de tal importancia en la vida humana, si en la sociedad europea han llegado a actuar casi como un explosivo y pueden llegar a hacerlo así en otras partes del mundo, resulta aún más importante saber qué es lo que nuestros conocimientos científicos actuales tienen que decir sobre este extremo filosófico.»
Es decir, la nueva visión relativista y cuántica exige un debate filosófico que “contribuya a un replanteamiento de las opiniones dogmáticas en conflicto en torno a los problemas básicos que hemos enunciado.
La ciencia como estética
«Con la aparición de la teoría de la relatividad y el desenmascaramiento de la mecánica cuántica, después de vanos esfuerzos por comprender, una desconcertante plétora de detalles quedaba de pronto encajada dentro de un orden por la aparición de una conexión durante mucho tiempo inintuible, y sin embargo sumamente simple en su última esencia, que hacía que se la considerase inmediatamente convincente en virtud de su integridad y de su abstracta belleza.»
Esta conexión, prosigue Heisenberg, se llega a comprender incluso antes de poder explicarla racionalmente, y se pregunta: “¿En qué consiste el poder de tal iluminación, y qué influjo ejerce en el progreso de la ciencia?”.
Para responder a tal pregunta, el científico alemán recurre, entre otras citas, a una de Wolfgang Pauli: «El proceso de comprensión de la naturaleza, unido al gozo que el hombre siente al comprender, esto es, al familiarizarse con nuevos conocimientos, parece, pues, descansar en una correspondencia, en un encaje congruente entre imágenes internas preexistentes en el alma humana y los objetos exteriores y su modo de comportarse. […] Concuerda esto en gran medida con las imágenes o arquetipos primordiales introducidos en la psicología moderna por C. G. Jung, que funcionan como patrones instintivos de ideación. En este nivel, el lugar de los conceptos nítidos es asumido por imágenes de contenido fuertemente emocional, que no son pensamientos, sino representaciones pictóricas, como si dijéramos, que se ofrecen a los ojos de la mente. En la medida en que estas imágenes son expresión de realidades entrevistas pero aún desconocidas, pueden también recibir el nombre de simbólicas, de acuerdo con la definición de símbolo propuesta por Jung. En cuanto agentes ordenadores y conformadores de este mundo de imágenes simbólicas, los arquetipos funcionan, de hecho, como el puente anhelado entre las percepciones sensibles y las Ideas, y constituyen por tanto un prerrequisito indispensable para el surgimiento de una teoría científica.»
Esta afirmación final no es sino la aplicación de ciertos aspectos de la teoría estética al ámbito de la ciencia. En este sentido, el científico, al igual que el artista que se emancipa de su sociedad, logra, desde la soledad en que se ve inmerso, acceder a los estados universales del ser, una vez que se ha despojado de toda capa exterior y se nutre de los aspectos más profundos de su conciencia. La incomprensión de los contemporáneos será corregida por generaciones posteriores o por individuos ajenos al sistema, pues éste no puede valorarse a sí mismo con la claridad necesaria.
Cuando una obra de arte “duele”, ese dolor debería ser proporcional a la diferencia que hay entre lo universal representado en la obra y el orden particular sobre el que se maneja la sociedad del momento. En esta misma dirección caminan las reflexiones de Pauli, que fue un gran amigo y admirador de Jung, por lo que en él se reflejan más claramente los influjos que sobre estos científicos ejerció el concepto de Inconsciente colectivo y su contenido arquetípico, «imágenes dotadas de un poderoso contenido emocional y que no brotan a través del pensamiento, sino que son contempladas, por así decir, imaginativamente. El placer que se experimenta al hacerse uno consciente de una nueva parcela de conocimiento proviene del modo cómo esas imágenes preexistentes concuerdan de modo congruente con el comportamiento de los objetos externos.»
Heisenberg también tiene esto en cuenta al afirmar que, “como decía Pauli, toda comprensión sucede siempre con retraso, y se inaugura en procesos inconscientes mucho antes de que su contenido consciente pueda ser formulado de modo racional”.
Algo más que racionalismo
Dice Max Planck: “Necesitas tener fe. Es algo de que los científicos no pueden prescindir”. Para el premio Nobel alemán, el puro racionalismo no puede ser el único instrumento de un auténtico científico, y usa el ejemplo de Kepler y Brahe: «uno se da cuenta, al estudiar su vida, de que lo que le mantuvo hasta este punto incansable, productivo y lleno de energía era la fe profunda que tenía en su propia ciencia –no fe en poder llegar finalmente a una síntesis aritmética de sus observaciones astronómicas, sino más bien una fe profunda en la existencia de un plan definido detrás de la creación entera—. […]Si le comparamos con Tycho de Brahe, éste tuvo en sus manos el mismo material que Kepler, e incluso mejores oportunidades que él, pero como no tenía su misma fe en la existencia de unas leyes eternas rectoras de la creación entera, no pasó de ser un investigador más. Brahe se quedó sólo en investigador; pero Kepler fue el creador de la nueva astronomía.»
Y Heisenberg escribe sobre su amigo Pauli: «detrás de todo ese despliegue exterior de apariencia crítica y escéptica se oculta un profundo interés filosófico incluso por las áreas más oscuras de la realidad o del alma humana que escapan del alcance de la razón.»
Y en uno de sus escritos, el propio Pauli nos dice: «Lo más satisfactorio, a mi entender, es introducir en este punto el postulado de que en el cosmos existe un orden distinto del mundo de las apariencias, y que escapa a nuestra capacidad de elección.»
Para Planck, sin esta afirmación de una realidad metafísica de la que todo surge: «No tendríamos música, ni arte, ni capacidad de asombro. Y tampoco tendríamos ciencia; no sólo porque la ciencia perdería así su principal atractivo para quienes la cultivan –esto es, la búsqueda de lo incognoscible—, sino también porque la ciencia habría perdido la piedra angular sobre la que toda su estructura extrema descansa, a saber, la percepción de la existencia de la realidad extrema a través de la conciencia. Como decía Einstein, nadie podría ser científico si no supiera que el mundo exterior realmente existe, pero este conocimiento no se deriva de ningún tipo de razonamiento. Es una percepción directa, y por tanto de naturaleza directa a lo que llamamos fe. Es una metafísica.»
Entendiendo los límites
La verdad física queda limitada en un paradigma concreto y sirve para explicar los fenómenos inscritos en el mismo. Se limita a hacer afirmaciones sobre relaciones que se reducen a un marco concreto de la realidad. Regresando a las reflexiones de Heisenberg: «En el campo de la ciencia, las formulaciones matemáticas de épocas anteriores pueden ser “definitivas”, pero en modo alguno universales. Es por ello imposible basar actos de fe, que se suponen vinculantes para nuestro comportamiento en la vida, en el conocimiento científico, ya las formulaciones en que éste se contiene sólo son aplicables a un área limitada de experiencia.»
Y, “aunque estamos afectados en cierto modo por tales limitaciones, la vida misma no queda por ello limitada. El espacio en el que el ser humano se desarrolla como ser espiritual tiene más dimensiones que la única que había ocupado durante los últimos siglos”.
«Las descripciones de los fenómenos naturales son sólo imágenes de las que sólo cabe hacer una única afirmación: la de si las consecuencias que se derivan lógicamente de tales imágenes se corresponden o no con las consecuencias empíricamente observadas en los fenómenos que se han querido describir con tales imágenes.»
Esto es, si las imágenes tienen utilidad en la práctica, y poco más. Heisenberg recordaba una y otra vez la modestia con que comenzó la ciencia moderna, en los primeros pasos de la Ilustración, donde la razón era consciente de sus límites, un aspecto fundamental que “se perdió en gran medida a lo largo del siglo XIX»: «Aquí empezó a considerarse que el conocimiento físico hacia afirmaciones relativas a la física en su conjunto. Los físicos se complacían en filosofar, y de todos los rincones surgían voces pidiendo que todos los filósofos debieran ser científicos.»
Dicho esto, el alemán estima que la nueva física se caracteriza por volver a ser consciente de sus limitaciones y que, de esta forma: «Sólo dejando abierta la cuestión de la última esencia de los cuerpos, la materia, la energía, etc., puede alcanzar la física una comprensión de las propiedades individuales de los fenómenos que describimos con tales conceptos, comprensión que es la única que puede conducirnos a una auténtica intuición filosófica.»
El gran error, en definitiva, es confundir el paradigma con la realidad. Enlazando con el comienzo de este artículo, el astrónomo y matemático inglés James Jeans escribió que: «el mayor logro de la física del siglo XX no es la teoría de la relatividad y la fusión de espacio y tiempo que comporta, ni la teoría cuántica con su aparente negación de las leyes de la casualidad, ni la disección del átomo y el consiguiente descubrimiento de que las cosas no son como parecen: es el reconocimiento generalizado de que todavía no estamos en contacto con la realidad última. Seguimos estando prisioneros en la caverna, de espaldas a la luz, y sólo podemos contemplar las sombras contra el muro.»
Algo que nos permite salir finalmente de las Cuestiones cuánticas y concluir usando una analogía firmada por la filósofa y poeta Chantal Maillard: «Muros, los de la metafísica, la ciencia, la moral, la política, la religión, las formas consensuadas de emocionarnos social y estéticamente, la filosofía o el arte, que hemos levantado para sostenernos, defendernos o protegernos pero que, cuando cobran solidez, nos impiden ver al otro lado, traspasar el ámbito conocido y aprender otras maneras de caminar, de estar y de relacionarnos con las cosas y, lo que es peor, nos hacen olvidar que alguna vez los hemos construido.» (Maillard, Contra el arte y otras imposturas).
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