Hay quienes dicen que todo está en constante evolución a mejor. Que la flecha del progreso siempre apunta hacia el futuro. No comparto esa visión y me apoyo tanto en la simple lectura de la historia humana como en la experiencia, tanto en las grandes cosas como en los pequeños detalles. Eso no quiere decir que opine lo contrario. Pero no siempre las situaciones se modifican para mejor.
A veces incluso se repiten. En ocasiones uno se da cuenta y en ocasiones no. Recuerdo cuando los quioscos de prensa no eran como ahora. Hubo un tiempo, cuando yo era un niño, en que eran sobre todo eso: despachos de papel impreso. Ahí se vendían periódicos, revistas, fascículos, novelitas del oeste, ciencia-ficción y misterio, tebeos, etc. Cierto es que también vendían tabaco, chucherías y menudencias diversas. Pero ese negociete adicional no quita para lo que he dicho. Los quioscos vendían letras diversas.
Ahora ya hace mucho que no es así. El proceso ha sido tan largo que no nos hemos dado cuenta de hasta qué punto han cambiado los quioscos. Solo es posible si hacemos memoria a aquellos tiempos de las décadas de los 60, 70, incluso 80. Ahora los quioscos son una suerte de estrambóticos bazares donde uno ve expuestos toda clase de objetos. La cosa empezó con los coleccionables semanales de cochecitos, llaveros, figuritas, y siguió con los regalos de los periódicos: que si tazas, que si el chubasquero de tu equipo, que si una tablet por tantos euros y cupones… lo que hiciese falta con tal de apuntalar un negocio en declive.
Digo esto porque esa circunstancia se me vino ayer a la cabeza viendo un telediario. Supongo que no soy el único que se ha dado cuenta de que los telediarios españoles han pasado, con mucha más rapidez que los quioscos en su día, a convertirse en auténticos telebazares con los otrora tan serios presentadores convertidos en verdaderos comerciales.
Las presentadoras te endilgan entre las noticias un seguro, sin transición alguna. Las chicas del tiempo te venden de todo. Y entre tumultos en Grecia y bombas en Afganistán te cuelan con un par la superproducción cinematográfica de la casa o la última serie prime time que ha adquirido la cadena.
Sí, es curiosa esa evolución paralela. Aunque creo que es injusto comparar a los telediarios con los quioscos. O más bien a los quioscos con los telediarios. Más bien lo que estos últimos son es una suerte de barberías a la vieja usanza. También ahí vendían de todo y los presentadores de hoy en día son una suerte de barberos-sacamuelas que lo mismo te cuentan las últimas noticias –sin recatarse de mezclar verdad con chisme- que te endosan un linimento para darte friegas en los lomos.
Evolución es, de eso no cabe duda. Pero positiva, lo que se dice positiva, al menos yo no la veo.
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