El humor no puede ser un mero ejercicio literario. Ha de prosperar desde un ingenio natural que, dependiendo de quien sostenga la pluma, siempre está llegando o no acaba de llegar nunca. En el caso de Jardiel Poncela, esa gracia innata fue, además, la puerta de entrada de su genialidad.
Cuando hablo sobre Jardiel, a veces se me olvidan las minúsculas. No sólo considero que ha de figurar entre lo mejor del vanguardismo español. También creo que es uno de nuestros autores con más vitalidad y atrevimiento.
Siempre parece moderno, y sin embargo, cometió el error de hacernos reír. Quizá por ello no merece el mismo lugar de otros que, con menos aptitudes, se encaramaron en el panteón de los nombres ilustres. Él mismo lo reconoció en este párrafo de La mujer como elemento indispensable para la respiración: «El vulgo y los críticos sin talento se resisten siempre a tomar en serio a los artistas que no son aburridos».
Teatro, relatos, novelas, aforismos… La producción jardielesca es tan abundante como sugestiva, y aunque los grandes títulos son ya conocidos, y figuran entre las lecturas obligadas para cualquier seguidor suyo, lo cierto es que ‒a la vista está‒ aún queda margen para la sorpresa.
Digo todo esto mientras termino de leer una formidable antología, ¿Por qué no se suicida usted? y otros escritos de juventud, en la que el nieto del escritor, Enrique Gallud Jardiel, selecciona los mejores textos que su abuelo publicó en la revista Buen Humor.
En estas páginas fluye el espíritu de la otra generación del 27, de la que también formaron parte tipos tan admirables como Edgar Neville, Tono y José López Rubio.
Atención, porque se destila aquí el estilo de Jardiel, todavía en sus años jóvenes, pero con ese vigor y ese destello experimental que luego fueron su marca de fábrica.
Escritos entre 1923 y 1927, los relatos y parodias teatrales que componen el volumen transforman, a la manera inimitable de su autor, el disparate más alocado en una exhibición de inteligencia.
Anticipándose varias décadas al humor posmoderno, Jardiel introduce referencias personales aquí y allá, como un guiño cómplice que nos invita a pasear por su trastienda literaria.
Ciertamente, nos hallamos ante una obra juvenil, muy ligada a su época, y sin embargo, no hace falta para disfrutarla ninguna justificación erudita o documental. Todo lo contrario. Así pues, si desean añadir a su biblioteca un libro que les haga reír a conciencia, no busquen más. Por suerte para los lectores, Jardiel no es un ectoplasma literario, sino una presencia muy viva en nuestras letras.
Sinopsis
Este libro ‒prologado por Luis Alberto de Cuenca‒ presenta a un Jardiel desconocido u olvidado, pero pletórico de imaginación y recursos. Es una cuidada selección de narraciones, piezas de teatro breve y artículos satíricos que harán las delicias de los lectores, ya sean jardielistas declarados o gentes que se acerquen por primera vez a este reconocido monstruo de la comicidad.
Estos escritos aparecieron en Buen Humor, un semanario satírico que se publicó de 1921 a 1931 y en el que se forjó la llamada «generación inverosímil». Esta revista –en la que colaboraban Ramón, Pérez Zúñiga, Luceño, López Rubio, Tono, Neville, Mihura, Antoniorrobles y otros– fue un verdadero laboratorio de experimentos bergsonianos sobre la risa y el primer templo oficial del humor de vanguardia.
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