La literatura gótica… Al hablar de este tema, parece que va a iluminarse el logo de la Hammer y que se va a desplegar ante nosotros toda la panoplia del género: castillos de un tenebrismo medieval, damas de luto y con candelabro, villanos que bailan bajo la batuta de Lucifer, bandidos italianos o españoles, monjes convencidos de que el satanismo es una virtud y esa luna llena que siempre delata la llegada de la muerte.
Desde El castillo de Otranto (1764), de Horace Walpole, hasta Melmoth el errabundo (1820), de Charles Maturin, queda configurado este género cuya fascinación surge en tiempos de la Ilustración, como si los hijos de la Razón, por una cuestión de equilibrio, necesitasen obsesionarse con lo macabro y lo nocturno, lo sublime y lo exótico.
No les aburriré con el listado de elementos de definen el gótico. Son bien conocidos, y además se han incorporado a nuestro imaginario por sendas paralelas a la literatura, como el cine expresionista, los clásicos de la Universal o de la Hammer y los cómics diseñados por E.C. o por Warren para asustar a sus compradores.
¿Será casual que el gótico literario siga fascinándonos a comienzos del siglo XXI? O por decirlo mejor: ¿es éste un género resistente al vaivén de las modas? Yo no lo discutiría, y precisamente por ello, estoy seguro de lo mucho que ustedes disfrutarán de esta impecable antología titulada Paseando con fantasmas.
Como prólogo que aclara equívocos y anima a la lectura, el libro cuenta con un texto introductorio de David Roas, en el que aprendemos, por ejemplo, las diferencias entre el gótico sentimental, que racionaliza lo fantástico, y el gótico sobrenatural, en el que lo fantástico es una evidencia indiscutible.
Al hilo de esto me viene a la memoria una cita del escritor M.R. James que en su día tradujo Molina Foix. Dice James que en este tipo de relatos «a veces es necesario que quede una puerta abierta a la explicación natural, pero… esta puerta debe ser lo suficientemente estrecha como para no poder emplearla».
La selección de títulos llevada a término por la traductora Marian Womack tiene una ventaja sobre otras que hay en el mercado, y es que contiene más de un inédito para el público español.
Así, en lugar de reunir cuentos conocidos, Paseando con fantasmas se presenta como una miscelánea sorprendente, en la que hay textos anónimos y también obras poco o nada difundidas de autores populares, como Lord Byron (El enterramiento, 1816), el ya citado Charles Maturin (El castillo de Leixlip, 1825), Mary Shelley (El sueño, 1832) y W.M. Thackeray (La apuesta del diablo, 1836).
En todo caso, mi alegría es completa cuando encuentro en estas páginas a escritores góticos de gran talento pero de menor renombre, como James Hogg (Expedición al infierno, 1836), Anne Letitia Barbaud (Sir Bertrand, 1773), William Harrison Ainsworth (La novia fantasma, 1822), Nathan Drake (Prisionero de los banditi, 1801), Isaac Crookenden (El monje vengativo, 1802) y Richard Cumberland (El envenenador de Montremos, 1791).
Convendrán conmigo en que este repertorio no tiene desperdicio.
Sinopsis
Un recorrido tenebroso por los albores del cuento gótico: Thackeray, Shelley, Ainsworth, Byron…
Apariciones fantasmales, crímenes y acciones sanguinarias, elementos macabros, misterios terroríficos, maldiciones, gemidos, murmullos, gritos, chirridos y demás sonidos inquietantes, naturaleza desbordada, nobles malvados de sádicos instintos, amores imposibles, mujeres perseguidas y atormentadas por el malvado de turno, o cualquier otra expresión de lo sobrenatural y la oscura psicología del ser humano.
Los cuentos reunidos en Paseando con fantasmas exponen de forma magnífica los principales rasgos (así como los excesos) del género gótico, y al mismo tiempo permiten hacerse una clara idea de las diversas vías por las que discurrió su cultivo en el relato breve a lo largo de las últimas décadas del siglo XVIII y las primeras del XIX. Un excelente viaje al fondo de nuestros más íntimos terrores.
Cuentos de Ainsworth, Barbauld, Borel, Byron, Crooklenden, Cumberland, Drake, Hogg, Hunt, Juvenis, Maturin, Shelley, Thackeray y Wadham.
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