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Obras al acecho

A veces vale la pena atravesar las oscuridades, afectaciones y pedanterías de Theodor W. Adorno para hallar ocultas perlas de su pensamiento, como él podría haber dicho. Recupero una de ellas: “Toda gran obra aguarda”. Comento: toda gran obra está al acecho y así se mantiene a lo largo del tiempo. ¿Cuánto de largo? Pongamos que unos cuantos siglos. ¿La eternidad? Nadie la ha experimentado aunque, en ocasiones, ciertas músicas nos sugieren, fugaz y paradójicamente, que la hay. No que existe, porque existir sólo se existe en el tiempo y la eternidad, es de suponer, está fuera de él. Ni antes ni después sino fuera.

Si traigo a colación la música es porque Adorno fue, entre otras cosas, ensayista del tema, crítico musical y hasta compositor. Y no se le escapa el ejemplo mayor de Juan Sebastián Bach, a quien hemos adquirido la costumbre de considerar como el mayor músico de la historia. Demos por supuesto que lo es porque mejora mi ejemplo. Pues bien: gran parte, y la más decisiva, de su obra, no fue conocida en su tiempo y debió pasar siglos al acecho para volverse programa público. Arriesgo más: sólo en el siglo XX se la pudo conocer por su inclusión en conciertos y grabaciones.

Cierta zona del catálogo bachiano sólo circuló como material didáctico para quienes estudiaban composición o instrumentos de arco. Así El clave bien temperado, El arte de la fuga y las sonatas, suites y partitas para violín y violonchelo solos. El rey Federico de Prusia, flautista a ratos perdidos, no se dignó interpretar la Ofrenda musical que le estaba dedicada por partir de una frase melódica del propio monarca. Las Variaciones Goldberg fueron encargadas por un noble señor insomne para conciliar el sueño, pero como en la época no había clavecinista capaz de descifrarla, Bach calló y el insomnio perduró. Lo mismo pasó con los Conciertos de Brandemburgo, cosa poco explicable porque son de las piezas más “fáciles” del repertorio bachiano.

El catálogo puede seguir. Óperas entre las más populares del repertorio como El barbero de Sevilla, La Traviata, Madame Butterfly y Carmen resultaron bufadas y pateadas en sus respectivos estrenos. Si de letras se trata, vaya un solo caso: Una estancia en el infierno, el poemario de Arthur Rimbaud que los surrealistas elevarían a referencia magistral de la lírica contemporánea (contemporánea a ellos, claro está), apenas circuló en escasos ejemplares porque el autor no pudo pagar al imprentero y el enviado a Víctor Hugo sobrevivió intacto al novelista de Los miserables. Otros casos pueden darse en el mundo de la pintura, quizá porque el gusto por este arte tiene mucho que ver con el ornato de las casas y los hoteles. Las principales telas de Seurat y el Aduanero Rousseau están en Estados Unidos porque las compraron en su tiempo, y a pecios convenientes, unos millonarios norteamericanos, dado que en Francia se los tenía por pintorcillos que no pasaban de curiosos.

Sófocles recogió la leyenda de Edipo y su extraña familia y la convirtió en un par de tragedias. Siglos más tarde, un médico instalado en Viena y llamado Sigmund Freud descubrió que la pieza no era sólo un fenómeno teatral sino una historia alojada en el inconciente de cualquier sujeto. Freud transmutó a Sófocles en antropólogo y psicoanalista.

Volviendo a Adorno: acecha que algo queda. Desde luego, la cosa da para más, ante todo para preguntarnos qué tienen de objetivo las obras maestras para que sigamos pidiéndoles lecciones, como ocurre con todo maestro. ¿Por qué nuestros antepasados no oyeron a Bach ni leyeron a Rimbaud ni vieron a Seurat ni al Aduanero? Si sus trabajos han perdurado ¿por qué no duraron desde sus comienzos? No se trata de un misterio porque hoy podemos hacernos cargo de aquella sordera y aquella ceguera. Sí, en cambio, de un enigma, cuyo desciframiento, posiblemente, se extienda por toda la historia humana. Lo dijo también Adorno siguiendo a su maestro Walter Benjamin. Y lo comentó Umberto Eco en un libro –este sí– canónico desde siempre: Obra abierta. Toda obra lo es, incluso este texto, a pesar que paso inmediatamente a cerrarlo con un punto pelota.

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Blas Matamoro

Ensayista, crítico literario y musical, traductor y novelista. Nació en Buenos Aires y reside en Madrid desde 1976. Ha sido corresponsal de "La Opinión" y "La Razón" (Buenos Aires), "Cuadernos Noventa" (Barcelona) y "Vuelta" (México, bajo la dirección de Octavio Paz). Dirigió la revista "Cuadernos Hispanoamericanos" entre 1996 y 2007, y entre otros muchos libros, es autor de "La ciudad del tango; tango histórico y sociedad" (1969), "Genio y figura de Victoria Ocampo" (1986), "Por el camino de Proust" (1988), "Puesto fronterizo" (2003), Novela familiar: el universo privado del escritor (Premio Málaga de Ensayo, 2010) y Cuerpo y poder. Variaciones sobre las imposturas reales (2012)
En 2010 recibió el Premio ABC Cultural & Ámbito Cultural. En 2018 fue galardonado con el Premio Literario de la Academia Argentina de Letras a la Mejor Obra de Ensayo del trienio 2015-2017, por "Con ritmo de tango. Un diccionario personal de la Argentina". (Fotografía publicada por cortesía de "Scherzo")