Tras el final de la primera guerra mundial –un alto el fuego, más que una paz– Paul Valéry, un poeta, acuñó un par de fórmulas sobre la situación del mundo. Tienen, justamente, la concisión y la certeza del verso. Dijo, más o menos, que las civilizaciones habían por fin comprendido que no son inmortales, y que el mundo que conocimos ha perecido, en tanto el que lo suplirá aún no existe. En fin, lo que llamamos una crisis, una indecisión del tiempo histórico con abundantes rasgos caóticos.
A veces creemos estar viviendo una época determinada cuando, en rigor, definirla será tarea de historiadores que trabajarán en ella cuando nosotros seamos su pasado. Algo más: las eras históricas no son datos naturales como las estaciones del año y así es que se las puede modificar, anular o colgarles añadidos. Por otra parte, ese vaivén entre lo pretérito y lo esperable ¿no es una constante de la vida humana? ¿No será la crisis un síntoma de nuestra vitalidad, de nuestra honda naturaleza que, como todo lo hondo, carece de fondo?
Por los días que corren, también corren algunas previsiones que van rellenando los días futuros. Configuran una historia, acaso del género llamado ficción científica. Se me ocurren tres incisos:
Laboral: cada vez más tareas están a cargo de robots que suplantan a los humanos. Es de festejar que nos ahorremos esfuerzos y horas de trabajo, de modo que tengamos más tiempo para descansar y aprender a costa del ocio.
Antropológico: la esperanza de vida, con cimas y honduras desiguales, se ha ido extendiendo por nuestra especie. Ciertos investigadores de biotecnología admiten estar buscando la manera de alargar nuestros cumpleaños hasta el número 120. Desde luego, esto altera cualquier esquema de vida heredado. Si nuestro envejecimiento empieza, porgamos por certeza del caso, a los sesenta años, con la cifra anterior resulta que nuestras vidas tienen una mitad completa de ancianidad.
Energético: si la fusión nuclear alcanza la rentabilidad, la producción de energía dará un vuelco de dos ángulos rectos. Tendremos energía limpita cuyas fuentes serán completamente renovables. Incluso algún especialista fantasea – y admite estar haciéndolo – con moléculas de hidrógeno compuestas por tres átomos de dicha materia. La energía sería tan sutil que su basura contendría solamente agua.
Las perspectivas son idílicas pues la humanidad va a vivir más y mejor, el ocio será universal y la longitud de la existencia nos hará cada vez algo ‒¿mucho?‒ más sabios. Pero, alertas: el mundo se llenaría de viejos y desempleados que no sabemos cómo se mantendrán, la energía barata y pulcra arruinaría a los países que viven del petróleo y el gas, y la carrera por conseguir y atesorar hidrógeno podría generar conflictos de supervivencia, según tenemos la costumbre de encararlos los humanos. Por las dudas, vayamos perfeccionando y acumulando armas y municiones.
Imagen superior: Pixabay
Copyright del artículo © Blas Matamoro. Reservados todos los derechos.